Gonzalo Ibáñez Santamaría


La derrota de Joaquín Lavín a manos de Sebastián Sichel en las recientes elecciones primarias para determinar el candidato representativo de la coalición que hoy apoya al gobierno (R.N., UDI, Evópoli), no pasó desapercibida. Es que el resultado marca muy probablemente el fin de la larga carrera de Lavín, cuya presencia en el escenario político del país fue constante durante más de 30 años. Vale la pena repasarla porque, en definitiva, sin referirse a Lavín es muy difícil explicarse la crítica situación por la que atraviesa el país.

En el plebiscito de 1988 fue uno de los panegiristas más destacado del General Pinochet. En seguida, bajo el lema de “gallito de pelea” aspiró sin éxito a ser diputado por Las Condes en Santiago. Pero sí obtuvo, en la elección siguiente, la alcaldía de Las Condes. Fue entonces cuando inició un cambio de rumbo que, al comienzo, parecía intrascendente y cuyo eje fue dejar de hablar de principios de organización política del país para cambiarlo por un discurso destinado nada más que a poner de relieve los problemas cotidianos de la gente. Lo cual no era desatinado siempre que no se dejaran de lado los principios sobre los cuales Chile fundamentaba su éxito y, con él, la obtención de recursos para solucionar los problemas cotidianos.

Sin embargo, Lavín fue progresivamente dejándolos de lado hasta llegar a un punto en el que repudió su propia vida anterior, aquella transcurrida a la sombra del régimen militar y a la cual él le debía la alta posición que había alcanzado como político. Fue entonces que ensayó la búsqueda de otros principios ensayando una derivación a aquello que confusamente se denomina “centro”. Por ahí se declaró “bacheletista-aliancista” para terminar denominándose “socialdemócrata”. Lo grave fue que, como al flautista de Hamelín, en este transbordo ideológico fue seguido por muchos de los votantes que confiaban en él para sostener el edificio de la República tal como había sido reparado después de la aventura marxista 1970-1973. De la mano de Joaquín Lavín y del grupo que de inmediato le siguió: Pablo Longueira, Andrés Chadwick, Hernán Larraín y otros, todo aquel conglomerado ciudadano que había confiado en ellos para la defensa del modelo que tanto éxito le había traído a Chile, se extravió políticamente con lo cual se abrieron las puertas del país para que volviera al escenario esa vieja política que tanto daño había causado. Hoy, la vivimos intensamente con el riesgo de que el país se desplome esta vez de manera definitiva.

Es inevitable, a la hora de tratar de encontrar las causas del descalabro que Chile padece, referirse a este cambalache que caracterizó a estas connotadas figuras y que ha terminado derrumbando las pocas defensas con que aún contaba nuestra patria.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

.