Hernán Büchi


"Es muy posible que el período de esas pocas décadas previas al 2010, en que las grandes mayorías progresaron como nunca en la historia, sea a la larga solo un episodio anecdótico, un paréntesis inmerso en una realidad, previa y posterior, de mediocridad”."


En septiembre llega a Chile la primavera, los ánimos mejoran al quedar atrás las dificultades del invierno y la naturaleza florece. En esta oportunidad también se esperan brotes verdes en la economía. La autoridad pronostica que finalmente reaparecerá el crecimiento durante el cuarto trimestre de este año.

Existen varias razones para que el país experimente efectivamente mejores noticias en lo económico. En primer lugar, la caída sufrida a partir de mediados de marzo es muy profunda y sin equivalente en muchas décadas. Es natural que, al relajarse las restricciones impuestas por la autoridad, la actividad experimente un fuerte rebrote. El mundo entero ha relajado los confinamientos aún ante nuevas apariciones del virus y Chile también lo deberá hacer en los próximos meses.

Por otro lado, cuando las caídas son muy profundas —los tres últimos informes de Imacec no mineros son -16,9%, -14,5% y -12%—, las matemáticas ayudan a crear una ilusión de un rebrote más vigoroso. Si algo cae un 50%, o sea a la mitad, debe doblarse subiendo un 100% para volver al punto inicial. Considerando además que en el cuarto trimestre el país se comparará con la abrupta contracción provocada por la violencia que imperó a contar de mediados de octubre del año pasado, los números que probablemente se den a conocer producirán una sensación de progreso que estará por encima de la realidad. Dada la natural capacidad de adaptación de los seres humanos, no es extraño que se instale una percepción de mayor normalidad.

El entorno externo será de gran ayuda en esta evolución. El precio del cobre, quizás uno de los parámetros más relevantes para determinar si el contexto mundial es o no favorable para el país, se ha elevado a valores que no se veían hace bastante tiempo. Este comportamiento lo explica la fuerte recuperación de la economía global a partir de su punto más bajo en mayo pasado. China prácticamente dejó atrás la caída y sectores como el automotor ya superan los niveles de comienzos del 2019. Pero no es solo China la que se recupera. El impulso inicial de Estados Unidos y Europa observado en mayo y junio, se mantiene firme, de conformidad con los primeros datos reportados en julio y agosto. Las exportaciones chinas habrían vuelto a crecer con fuerza, 9,5% el mes pasado, donde los envíos a Estados Unidos subieron un 20% y fueron acompañados por ganancias en los mercados asiáticos. La tasa de desempleo en el país del norte marcó un 8,4%. Nadie se atrevía a pronosticar una recuperación tan rápida. Incluso en el sector servicios hay muestras de un dinamismo inesperado que se aprecia a través de la evolución del empleo. Ello, a pesar de que algunos de sus rubros probablemente no retornarán a sus niveles anteriores hasta que cambie la realidad epidemiológica, donde una pronta vacuna es su mejor esperanza.

Pero todas estas buenas noticias no deben hacernos olvidar que lo que estamos viviendo es una recuperación; costará llegar a los niveles previos a la crisis y tomará aún más tiempo superar el progreso perdido. Ello será así, no solo para el mundo, sino también y especialmente para Chile, pues los daños en las finanzas de las familias, de las empresas y del fisco perdurarán.

Las cifras de la evolución del empleo en el país permiten constatar en toda su magnitud esa dramática realidad. Los últimos datos del INE muestran una caída de 1,84 millones de empleos en el último año. Pero ello no incorpora a las 739 mil personas acogidas a los programas de protección de empleo, que no se consideran desempleadas. Peor aún, 1,5 millones de personas salieron de la fuerza de trabajo ante las difíciles perspectivas. Si lo medimos como porcentaje, la cifra oficial de desempleo es 13,1%, pero incorporando los trabajadores suspendidos se acerca al 22%. Sin embargo, si tomamos lo que el INE llama la tasa combinada de desocupación y fuerza de trabajo potencial, el número hoy alcanza al 30,2% que se empina a un impactante 37%, considerando los empleos suspendidos. El equivalente a ese 37% era 15% hace solo un año.

Los brotes verdes que se pronostican ayudarán a paliar parcialmente esa dramática realidad. Pero solo un crecimiento acelerado, como el de fines de los 80 y el de los 90, podría hacerlo desaparecer con la urgencia que las familias requieren. Desgraciadamente, ello se ve difícil, ya que Chile en ese plano se encamina también a su antigua normalidad: un magro progreso propio de la realidad latinoamericana, el continente de la eterna esperanza y la permanente decepción.

Es muy posible que el período de esas pocas décadas previas al 2010, en que las grandes mayorías progresaron como nunca en la historia, sea a la larga solo un episodio anecdótico, un paréntesis inmerso en una realidad, previa y posterior, de mediocridad.

Si tomamos el segundo período de Bachelet y proyectamos el actual gobierno para lo que resta de su período en base al reciente IPoM, el país habrá crecido algo más del 10% en 8 años. La población, en base al INE y habida consideración de los fenómenos inmigratorios, lo habría hecho en una cifra similar. Ocho años, casi una década de estancamiento.

¿Debiera sorprender a algunos que la ciudadanía esté inquieta y busque diferentes responsables de la falta de progreso?

Con gran habilidad, los mismos culpables del estancamiento —dadas sus propuestas siempre negativas al empleo, la inversión y la creatividad de empleadores y trabajadores— se han encargado de lograr que se sindiquen como responsables de la insatisfacción del ciudadano común a distintos actores; los emprendedores, uno de sus favoritos. Su logro final ha sido responsabilizar a la Constitución de ello. Las encuestas muestran que un 60% piensa que sustituyéndola será posible cambiar y mejorar su calidad de vida superando las desigualdades. Ante la percepción de ese sentimiento colectivo —muchos que debieron entender mejor y liderar— se suben hoy a la ola momentánea. El país terminará envuelto en un período de incertidumbre que en el mejor de los casos demorará la recuperación y que en el peor de ellos será la lápida que pondrá fin a la excepción chilena dentro del continente.

La Constitución, solo cuando impide un razonable desempeño de emprendedores y trabajadores, es culpable de estancamiento. Tres décadas de avance sin parangón, especialmente para los más pobres, desmienten que ese sea el caso en el país. Por lo demás, el año 1989 se modificó con el acuerdo del 85,7% de los votantes y con una participación cercana al 94%. El propósito de esa modificación era permitir que evolucionara y los innumerables cambios, algunos de ellos sufridos hace pocas semanas, muestran que ello es posible y que perfectamente podía continuar.

Desgraciadamente, lo que buscan ciertos sectores es acercarse al camino del socialismo del siglo XXI, cuyo líder, Venezuela, es aún defendido por algunos como referente. El objetivo es la conquista del poder total para cambiar las estructuras y lograr la utopía socialista. Acompañados por la violencia o su amenaza, lograron que el país llegara por esa vía a la disyuntiva actual. No es de extrañar que dicha violencia se haga también presente en el período que está por iniciarse.

La sociedad chilena y sus líderes enfrentarán una compleja disyuntiva. Aceptar atemorizados los designios de la coacción y encaminarse, más o menos intensamente, por el camino del totalitarismo o el caos, o bien reaccionar con coraje, aceptando pagar el costo de poner freno a la violencia y al miedo.

La primavera y sus brotes verdes están a la vista, pero también se avizoran las tormentas que algunos se han encargado de sembrar. De la visión, serenidad y firmeza con que se enfrente el chaparrón dependerá que la recuperación tarde menos y que se retome el avance que ya pronto llevará ochos años de interrupción.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/09/13/81870/De-regreso-a-la-normalidad.aspx

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