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16 enero, 2024 

 

 

 

 

 

por Mons. Fernando Chomali G.


El gran drama del siglo XXI es la pobreza espiritual de las personas, especialmente de los jóvenes y un gran sentimiento de soledad. Los jóvenes hoy se sienten solos, faltos de afectos y de oportunidades de sacar adelante una vida con dignidad.


El bullying pareciera ser una práctica más habitual de lo que creemos.

Se da en la escuela, se da en el trabajo, se da en la propia familia. Se da en la sociedad. Agobiados por el trato que le daban en el colegio, ha habido hasta suicidios. Ni hablar de las personas con depresión en los lugares de trabajo por este flagelo. Qué maldad, qué dolor, qué impotencia.

El bullying es un acto de cobardía dado que es una agresión de una o más persona en contra del más débil. Se le golpea y también se le humilla. Muchos jóvenes se avergüenzan de ser objeto de esta mala práctica y no lo rebelan. Lo que hace difícil a veces dimensionar el problema. En la empresa sucede lo mismo.

Es un acto de violencia, contrario a la razón y a las sanas normas de convivencia y que muchas veces se realiza a vista y paciencia de los mayores, que de cierta forma se hacen cómplices.

Quienes lo practican suelen tener una pobre imagen de sí mismos, muchas veces hasta odio, que lo proyectan en los más débiles, en los que no pueden defenderse.

Detrás de los actos de violencia se esconde una historia. Nadie es violento, agresivo, prepotente porque sí. Es tan fuerte el vínculo entre lo que somos y hacemos que agredir al otro es la muestra más patente del propio malestar que se experimenta.

(Lee también de monseñor Chomali: Del desarrollo económico al desarrollo integral)

En general, quienes abusan de los demás suelen ser personas, niños, jóvenes y adultos, faltos de amor, de comprensión y de sentirse parte de un proyecto social. Detrás de cada acto de violencia hay una gran desesperanza en cuanto a la posibilidad de salir de las frustraciones presentes.

Quienes practican el bullying no se sienten ni conformes ni felices consigo mismo; en el fondo es un acto no sólo de cobardía, sino que de rebeldía. Golpeando al otro, al más débil, con palabras y acciones en definitivo golpeo a la sociedad que rechazo.

El gran drama del siglo XXI es la pobreza espiritual de las personas, especialmente de los jóvenes y un gran sentimiento de soledad. Los jóvenes hoy se sienten solos, faltos de afectos y de oportunidades de sacar adelante una vida con dignidad, es decir una vida que les permita trabajar y formar una familia. Si miramos este siglo da la impresión que se acabaron los grandes relatos políticos que le den sentido a la vida de un joven y lo proyecte hacia un futuro mejor. Pareciera ser que el escepticismo frente a la vida y a un futuro mejor ha anestesiado el valor de la vida propia y ajena. La violencia se presenta como un escapismo o la triste manera de decirle a los demás que valgo, que soy alguien en la vida, que tengo poder.

Muchos golpeadores en el sentido amplio de la palabra han sido golpeados a su vez en algún momento de su vida.

Por otro lado, apreciamos un fenómeno nuevo y digno de estudiar. Son cada vez más las personas que sienten un gran desprecio por la autoridad, venga de donde venga, lo que hace poco creíble a quienes la ostentan, ya sea en el ámbito familiar, educacional, público, social y religioso. Este fenómeno empobrece la democracia. Muchos padres le temen a sus propios hijos y muchos profesores les temen a sus propios alumnos. Hoy, además, el personal de salud les teme a los pacientes.

Muchas veces la propia autoridad pública se siente amenazada por grupos que de múltiples formas ejercen violencia. Hemos visto cómo se ha increpado sin respeto alguno y públicamente a las más altas autoridades del país en actos oficiales.

No nos olvidemos que en Chile una joven fue felicitada por sus pares cuando le lanzó un jarro de agua a la ministra de Educación de entonces.

Lo que hasta hace poco era considerado una afrenta pública hoy para muchos es signo de valentía incluso digno de imitar.

El diálogo se ha empobrecido y la fuerza se ha convertido en el método de resolver los conflictos. La toma de la propiedad privada y pública se ha hecho habitual, así como la huelga de hambre como método de presión.

El valor de la vida y la dignidad de cada ser humano está cada vez más cuestionado.

Detrás de cada acto de violencia hay una historia, esa historia muchas veces proviene de una familia disarmónica dónde falta cariño, amor, comprensión y ternura. También es menester reconocer que genera mucha violencia interior las grandes diferencias sociales que aún persisten en nuestro país. Muchos jóvenes están desencantados de una sociedad que no logra generar las instancias que les permita mirar el futuro con optimismo.

¿Qué hacer? Sin duda alguna que la Iglesia tiene una gran responsabilidad a la hora de dar respuesta a esta pregunta. Y la respuesta es anunciar la verdad acerca del hombre revelada por quien es la Verdad, Jesucristo. Sólo él es capaz de convertir los corazones de piedra en corazones de carne. Y hacer que el odio, la violencia no sea la última palabra, sino que la vida, la vida verdadera que es amarse los unos a los otros como Él nos ha amado.

Dios es el fundamento de una conciencia recta que percibe con claridad que los conflictos, propios de la vida, se resuelven con el diálogo fecundo, con ser capaz de entregar lo mejor de sí y acoger lo mejor del otro. Y también lo es la familia. Ella es la gran educadora en los valores que animan una sociedad como el respeto por el otro, la auténtica tolerancia y sobre todo comprender la vida como un servicio.

El mismo Señor nos dijo que vino a servir y no a ser servido y eso vale para nosotros que hemos bebido de su enseñanza.

No sacamos nada con tener más inspectores, más tribunales, más castigos si no hay un proyecto de país que ayude a que el hombre le encuentre verdadero sentido a la vida y que tenga presente la dimensión trascendente de la existencia humana. Para ello, potenciar la presencia de Dios en la educación y en la familia es fundamental.

Creo, y lo digo con todo respeto, que el desarrollo económico sin la consideración del hombre como centro de éste nos puede llevar a tener calles iluminadas, parques hermosos, pero ciudadanos frustrados y carentes de lo único que nos importa y deseamos: amar y ser amados. Esta carencia se traduce tarde o temprano en actos de violencia, y cada vez a más temprana edad. Eso es lo que se ve. Y las encuestas lo confirman.

Fuente: https://ellibero.cl/tribuna/bullying/

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