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Por: Enrique Subercaseaux
Director Fundación Voz Nacional


Existe una pavorosa similitud entre las sublevaciones del progresismo (en algunas latitudes son del narco-terrorismo) en las Américas y España.


Obviamente todas siguiendo un plan maestro, fraguado bajo un ideologismo extremo y cincelados por personas de diversas latitudes que actúan bajo un mandato común, aunque no centralizado.  Si incluso se han encontrado vestigios vivientes de los métodos maoístas en algunos de los actos insurreccionales, evocando la locura colectiva que fue la “Revolución Cultural” en la República Popular China (1966-1974 aprox).

Ecos del Pol-Pot de Camboya también se rastrean, y las “trampas vietnamitas” fueron avistadas en la región de la Araucanía en Chile.

Lo más dañino, creo yo, es el ataque a la memoria individual y colectiva.

Primero, porque ataca a la libertad del individuo: libertad de pensamiento, de culto y de ideología, y porque estas libertades son piezas esenciales para una persona, que pretende formar una personalidad única y singular, valiosa para su desempeño social.

Convergen aquí, en esta manipulación, pasado y futuro: borrar los rastros de la memoria que son desfavorables a las ideas de la revolución en curso, e ir adaptando al “hombre nuevo” a la homogeneización de la inteligencia artificial.

Anotemos acá que siempre se temió que la ciencia tomaría una autonomía demasiado propia y empezaría a influir, de una manera cuasi-mecánica, en el devenir de la persona y las sociedades.

Algo así es lo que hemos vivido con la presente pandemia, donde la palabra científica se ha querido mostrar como sacrosanta, y sin embargo esta ha estado llena de inconsistencias.

Muy simple: nunca se domina completamente los recovecos de un problema.  Y la inteligencia artificial depende, básicamente, de quien programa la máquina y define los algoritmos iniciales.

Es la batalla actual de la censura en Twitter, Facebook y otras redes sociales.

Es el escollo que hemos descubierto, a costos incalculables, con los modelos matemáticos que han servido para analizar y trazar el devenir de la pandemia.  Al final, los países que aplicaron el sentido común, y no la praxis científica, fueron los que salieron mejor parados.

La soberbia del hombre, presente a lo largo de toda la historia de la creación, es parte importante del problema.  Todos quieren tener su instante epifánico: como castillos en el aire. Y esta grandeza del intelecto, del yo interno, se deshace como nubes al atardecer, ante una realidad que es siempre esquiva.

Si el arte de la meteorología se nos escapa (¿llueve o no llueve?), con mayor razón no podemos dominar otros temas más complejos, especialmente en aquellos en que interactúan muchas voluntades con fuerza e impulsos propios.

Con ideologizada obstinación, los “expertos” en ideología buscan acomodar y reescribir el pasado. La historia, que también es una disciplina que requiere una consciente especialización, pero que hoy es dominada por charlatanes y youtubers. Esta, la construyen en base a ideas preconcebidas, y es preciso ir acomodando la carga hacia atrás. No acuden a las fuentes y a los archivos porque su labor es irlos destruyendo paulatinamente, e irlos remplazándolos por creaciones sucesivas de nuevo cuño.

No solo están en plena tarea de acoso y derribo de textos y películas: ahora quieren profundizar la manipulación de la memoria y de la expresión del individuo.

Y allí es más difícil. Cambiar vivencias, borrar recuerdos, mutar interpretaciones. Tarea sobrehumana (y ellos no son superhombres, sino más bien enanos de la política) y particularmente improductiva. Se pueden taponear espacios en la mente, pero tarde o temprano los recuerdos, la memoria, afloran por los intersticios más inusitados. (Kafka nos enseña mucho al respecto).

Es imposible cambiar la esencia misma del hombre. Y tenemos muchos ejemplos históricos. La época post-Mao en China: todo volvió a saberse. Camboya, Alemania Nazi y un largo etcétera.

Manipular la memoria es algo efímero. Más difícil hoy, en que hay tanto almacenado en el ciberespacio.

Es posible que, a futuro, por la inteligencia artificial, la memoria pueda transformarse en acto selectivo. Pero la esencia del hombre siempre permanecerá, aunque sea en su subconsciente. Y aflorará en algún momento como instante epifánico, y con fuerza avasalladora.

El control de los pensamientos llega hasta solo un cierto punto.  Hay un instante en que el que vigila se convierte en vigilado. Y de allí, se viene abajo el sistema. Primero a través de personas individuales, y luego a través de la catarsis colectiva que es el momento del reconocimiento de la mentira.

En España, estos días, al Gobierno de Podemos/psoe (digno ejemplo de laboratorio político chavista), se le ha ocurrido manosear el “Valle de los Caídos”. Quieren borrarlo del mapa. Incluso quieren desmantelar la inmensa cruz que es el símbolo mismo de los sufrimientos de la Guerra Civil Española.

No reparan en lo inútil, y lo caro, del ejercicio.

Las personas recordarán. Y las próximas generaciones descubrirán una verdad manipulada y transformada en mentira. Si no han podido con la pandemia, menos podrán contra la memoria colectiva.

Más allá de las simpatías ideológicas, el devenir histórico ocurre por diversas fuerzas que interactúan entre ellas.  Muchas veces, no existe una mayor comprensión de las mismas hasta que se desarrollan las crisis y se vive con las consecuencias de las mismas.

Los antiguos griegos simplificaron la interpretación de la historia con el mito de los Oráculos.  Fuerzas inexplicables que impulsan fatalmente los acontecimientos.

Así es hoy.

Si desagregamos las declaraciones, acciones, señales y movimientos del Chile actual, individualmente todo tiene una lógica interna y propia. Pero al juntarlos en un vasto mural, no hay explicación clara de cómo llegamos a un punto de crisis.

Así las cosas, falsear lo que no podemos entender a cabalidad es una mentira, no solo contra la historia, sino que también contra la libertad del yo interno de cada persona.

Y este pequeño detalle no se puede suprimir, a que sin libertad nos convertimos en un mero títere.

En la vida, todo es memoria. Y todo es facultad asociativa.  Falsear una, o varias, piezas del engranaje, jamás dará buenos resultados.

Más temprano que tarde. Más tarde que temprano.

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