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Gonzalo Ibáñez S.M.,
Abogado


Chile atraviesa sin duda por el momento más difícil que ha tenido en estos últimos treinta años. Hay una crisis de gobernabilidad que se manifiesta de muchas maneras, pero especialmente en una creciente inseguridad para todos los chilenos. Ella es muy grave en la macrozona sur donde, con el pretexto de llevar autonomía e independencia a las poblaciones de origen mapuche, se practica terrorismo, vandalismo y narcotráfico sin que hasta ahora exista ninguna respuesta eficaz por parte de nuestras autoridades. Por otra parte, hay un ingreso descontrolado de grupos de inmigrantes dentro de los cuales viene un número importante de delincuentes. Pero, también la crisis se manifiesta en una situación económica precaria, en una alta inflación y en una acentuada debilidad en la creación de empleos.

¿Por qué ha sucedido esto? Por cierto, la respuesta no es única. Hay muchos factores que inciden en estas realidades. Pero, por encima, es ineludible reconocer que las manifestaciones de esta crisis han coincidido con que el poder político del país ha sido ocupado por un grupo de personas carentes de toda aptitud para ejercer las funciones propias de ese poder y que las nefastas consecuencias que mencionamos corresponde asociarlas, sin duda, a su presencia en el gobierno. La cuestión, entonces, se traduce en esta otra: ¿cómo fue posible que gente tan incapaz haya podido acceder al poder político del país?

UNA HISTORIA

Al término del gobierno militar y comienzo de los gobiernos civiles, esto es, a partir de 1990, todo hacía suponer que se había encontrado la fórmula perfecta de gobernabilidad. Los partidos que fueron opositores al régimen militar agrupados en la “Concertación”, sin perjuicio de mantener una acerba crítica a ese régimen tanto respecto de su gestión como asimismo de su origen, no vacilaron sin embargo en adoptar sus políticas principales, sobre todo en materia económica. Fue así como asumieron el “modelo” cuya aplicación fiel les provocó un éxito excepcional en sus respectivas gestiones. El caso más notorio fue el de Ricardo Lagos que, habiendo aparecido como el adversario más duro del General Pinochet, fue quien mejor aplicó las políticas de éste. Chile se distanció así aún más de los otros países del continente tomando respecto de ellos una notoria ventaja.

Entretanto, partidos como la UDI y RN, que se formaron al alero del régimen militar para defender su obra y proyectar su legado, poco a poco fueron defeccionando de ese propósito para asumir un discurso muy parecido al de la Concertación. Joaquín Lavín y el mismo Sebastián Piñera lideraron este cambio. En definitiva, en ambos grupos se aceptó, entonces, que, a partir del 11 de septiembre de 1973, Chile había perdido su democracia sin ninguna razón que justificara el paso dado ese día. Fue, por ejemplo, la conclusión de Sebastián Piñera (11/09/2020) siendo ya presidente de la República elegido con el apoyo de RN y UDI: “Hace 47 años atrás, un 11 de septiembre de 1973, Chile perdió su democracia.  Un Golpe de Estado puso término al Gobierno de la Unidad Popular y dio inicio a un régimen militar, que se extendió por largos 17 años”

Ambos grupos estimaban, por otra parte, que la democracia se había recuperado en 1990 cuando comenzaron los gobiernos civiles de los cuales ellos formaron parte. El mismo Piñera en su discurso a la nación de 2020 se encargó de señalarlo: "Este año celebramos 30 años desde que recuperamos en forma ejemplar nuestra democracia”. Olvidaron, eso sí, ambos grupos que, si el origen del régimen militar fue injusto respecto del gobierno marxista anterior, la recuperación plena de la democracia sólo podía suceder cuando se restaurara en el poder, si no a Allende mismo, por lo menos a quienes postularan como proyecto el retorno puro y simple a las políticas que este último intentó llevar adelante entre 1970 y 1973. Es decir, para sostener que se había recuperado la democracia, no bastaba con reemplazar al gobierno militar por un gobierno civil, sino también a las políticas de aquel por las que fueron las propias del régimen marxista 1970-1973.

LAS CONSECUENCIAS

Esta manifiesta contradicción en la cual cayeron tanto las fuerzas de la Concertación como aquellas provenientes de círculos originalmente pro gobierno militar, no era sostenible en el largo plazo, a pesar de los éxitos que ambas fuerzas podían exhibir. Detrás de esa contradicción, simplemente había una hipocresía. No fue de extrañar, entonces que, a partir del mismo 1990, comenzaran a aparecer grupos que hicieron presente esta contradicción y esta hipocresía y que exigían de quienes se postulaban como contrarios del gobierno militar que lo fueran asimismo de sus políticas. Fueron los “rebeldes” del Frente Amplio. Como pretexto, alegaban que esos éxitos habían favorecido a grupos minoritarios convirtiendo a Chile en un país de irritantes desigualdades.

A pesar de que los argumentos sobraban, este discurso nunca pudo ser refutado en serio por las dos coaliciones políticas tradicionales, porque ello hubiera significado reconocer el mérito del gobierno militar. Fue así cómo, lentamente al principio, con rapidez después, importantes mayorías del país se dejaron convencer hasta rebelarse contra el modelo de la “dictadura”, pero más concretamente contra estos grupos de partidos que -en boca de los rebeldes- habían engañado a Chile con un discurso anti Pinochet, pero sólo para que, como en el Gattopardo, todo cambiara para que nada cambiara. Fue el grito de guerra del estallido del 18 de octubre de 2019: “no son 30 pesos sino 30 años” (1989-2019).

El desmoronamiento de las coaliciones que hasta entonces habían prevalecido en la política nacional fue instantáneo abriendo así la puerta a estos otros grupos, marginales hasta entonces, que sin embargo habían liderado la rebelión. Así lo demostró la elección presidencial de 2021: el triunfo de los aventureros y rebeldes y la derrota de los hipócritas. Como conclusión, hoy Chile se ve enfrentado como alternativa muy posible al retorno del marxismo al poder.

Una luz de esperanza se ha abierto, sin embargo, con el resultado del reciente plebiscito. La ciudadanía chilena parece haber descubierto la superchería escondida en los grupos revolucionarios que prometen todo pero que, a poco andar, se han demostrado perfectamente incapaces con las consecuencias que mencionábamos al comienzo.

El desafío que enfrentamos como país es el de encauzar la recuperación de la sensatez y del sentido común que primaron el 4 de septiembre de modo de hacerles producir los mejores frutos de progreso y de paz social.

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