Imprimir

 

 

 

 

 

 

Gonzalo Rojas S.


Este 28 de junio, pocos días atrás, Jaime Guzmán Errázuriz habría cumplido 75 años de edad. Nacido en 1946 y asesinado en 1991, Guzmán no es un recuerdo o una referencia, es una presencia vital y conceptual para quienes pudimos conocerlo y trabajar con él, aunque en el caso mío haya sido desde una tercera fila.

Quienes se niegan a preguntarse qué estaría haciendo y diciendo hoy Jaime Guzmán, invocando “la incapacidad de conocer el futuro”, suponen implícitamente que existiría la posibilidad de que el senador asesinado hubiese variado el rumbo irreductible de sus convicciones y de su vida, como si no hubiese muerto precisamente a causa de esa consecuencia completa.

Incluso algunos han sido explícitos y han dicho, con total desfachatez que, si Jaime Guzmán viviera hoy, habría modificado una que otra de sus antiguas convicciones. 

No tengo más argumentos para contradecir esas visiones relativas que afirmar estas dos realidades conocidas por unos y por otros: 

Primero, Jaime Guzmán tenía convicciones de adentro hacia fuera, no las fundaba en eso que hoy se ha extendido tanto, la “lectura de lo que la gente quiere”, sino en lo que él consideraba que es “lo que la naturaleza humana pide”. ¿Conclusión mía, algo antojadiza? No. Las declaraciones de Guzmán sobre la necesidad de “cambiar lo que dicen las encuestas”, cuando éstas eran desfavorables, fueron reiteradamente explícitas.

Y, segundo, el hecho de que a Jaime le tocó vivir situaciones de análoga gravedad por las que pasamos en la actualidad, momentos de conflicto agudo que lo podrían haber hecho vacilar  -como algunos suponen que lo haría hoy-  mientras que fue precisamente en esas circunstancias que sus convicciones y comportamientos se hicieron más sólidos y exigentes.

Tengo la completa convicción de que Jaime Guzmán estaría hoy, a los 75 años, reforzando todo lo que practicó en su vida juvenil y de adulto.

¿Qué sería eso?

La prioridad absoluta -en lo humano, después de lo divino-   que Guzmán le daba a la formación de personas, tanto mediante la docencia universitaria, como a través de sus grupos de reflexión y del contacto directo con tantos a los que ayudó a mejorar en sus vidas.

La búsqueda continua de instrumentos y de recursos, de argumentos y de contactos, para defender y promover las propias convicciones con la mayor astucia y la más decidida audacia. Esto indignaba a las izquierdas -tantas veces seguras de que nadie les disputaría el campo de la imaginación política-  y desconcertaba a ciertas derechas, pusilánimes y acartonadas.

La presencia en todos los medios de comunicación, formales e informales, para ahí sembrar y cosechar adhesiones a las mejores ideas, para aclarar dudas o para deshacer mitos. El debate era -y seguiría siendo-  su salsa. A diferencia de esos otros liderazgos que hoy se plantean en torno a falsas unidades –y así lo único que consiguen es disolver lo propio y hacerlo despreciable-  Jaime Guzmán afilaba sus posiciones, convencido de que eran ganadoras, justamente porque tocaban el fondo último e íntimo de la conciencia humana.

Hoy no se trata de que lo echemos de menos, sino de que lo hagamos presente de más.

Fuente: https://viva-chile.cl/2021/07/jaime-guzman-75-anos/

.