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Gonzalo Rojas

 

“Iban con la Historia, pensaban; iban a imponerse, costara lo que costase, decían.”


 Dentro de unos meses, polacos, húngaros, alemanes orientales, checos, eslovacos, búlgaros y rumanos celebrarán los 30 años de su liberación del comunismo. Y, a fines de 2021, lo harán todas las nacionalidades que recuperaron su identidad con el final de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, al terminar 1991. Celebrarán los mismos rusos, en primer lugar, y junto a ellos, tantos otros pueblos, hoy libres y soberanos. Y a pesar de su propio y dramático proceso, festejarán también eslovenos, croatas, serbios, bosnios y las demás nacionalidades sometidas por décadas al yugo eslavo de Tito.

Los berlineses orientales lo habían intentado en 1953: fracasaron; les quedaban otros 36 años de opresión, con el Muro incluido. Los polacos y los húngaros se sublevaron en 1956 —los magiares en gesta heroica—, pero no tuvieron éxito; tenían 33 años de tiranía por delante. Checos y eslovacos iniciaron su Primavera de Praga en 1968, pero fueron aplastados; les quedaban 21 años hasta que Havel encabezara el proceso de liberación.

En 1961, los cubanos de Bahía Cochinos se jugaron y perdieron la vida para liberar la isla de la tiranía castrista. Su derrota —más bien, la de quienes los lanzaron a esa aventura— ha permitido que el régimen comunista se haya prolongado por otros 58 años. Y, en 1989, fueron los jóvenes chinos quienes repudiaron a su Estado y a su partido en Tiananmen, pero fueron aplastados, 40 años después de la victoria comunista en su patria. (¿Qué versión nos dará el embajador?)

Nada se sabe de Corea del Norte, pero mucho sí se conoce de la tiranía marxista de Maduro en Venezuela y de los intentos reiterados de tantos patriotas por obtener la liberación de su país, para que no siga perpetuándose un régimen al que una mano amiga acaba de acusar de “posibles ejecuciones extrajudiciales.”

Y en Chile, ese 11 de septiembre de 1973.

De entre los chilenos que repudian la acción de las Fuerzas Armadas que depuso al ilegítimo gobierno de Allende, unos tienen muy buenos motivos para hacerlo. Son los que estaban estableciendo un régimen basado en el marxismo y que vieron frustrada toda su retórica y toda su gestión. Vivían en paralelo con los experimentos comunistas en Europa central y oriental, en Cuba y en Corea, en China y en numerosas naciones del África y del Asia. Iban con la Historia, pensaban; iban a imponerse, costara lo que costase, decían.

Pero hay un segundo grupo.

Son los que no han tenido nunca una suficiente comprensión de lo que realmente sucedió ese día 11.

Tres razones explican su miopía.

El proceso allendista, dicen, fue muy corto. A pesar de que el PC y el PS venían coaligándose desde finales de la Segunda Guerra Mundial para hacer la revolución en Chile (las cuatro candidaturas de Allende son la mejor demostración), que hayan dispuesto apenas de tres años para ponerla en práctica hace pensar a algunos que los marxistas chilenos aún no habían dado suficientes señales de totalitarismo.

Además, afirman, no había peligro de control soviético o cubano. Lo sostienen, a pesar de toda la evidencia sobre la enorme presencia castrista en Chile —incluido el paseo del dictador por nuestro territorio— y sobre la masiva intervención soviética en el aparato estatal. Claro, ya se sabe, algunos necesitan al Ejército Rojo en sus narices para convencerse.

Por último, sostienen, las culpas de lo sucedido son compartidas: todos los sectores políticos y sociales colaboraron para que se produjera el colapso. Exquisita manera de quitarle toda importancia a lo más relevante; claudicación completa de la inteligencia y del sentido moral. Curiosamente, son los que le dicen “nunca más” a Pinochet, pero no se atreven a decírselo a Allende.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2019/09/11/72399/Chile-un-ano-mas-de-libertad.aspx

 

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