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Juan Antonio Montes Varas
Credo Chile.


La destrucción sistemática de estatuas de próceres y héroes nacionales comenzada en octubre pasado en Chile se extendió, como reguero de pólvora, por el mundo entero.

Aquí fue por $30 de aumento en el pasaje del Metro. En los Estados Unidos y Europa está siendo por la muerte de George Floyd, un ciudadano norteamericano negro detenido por un policía de la ciudad de Minneapolis, (Minnesota).

A partir de entonces ninguna estatua está segura en su pedestal. Incluso aquellas que honran la memoria de Santos y héroes de los distintos países occidentales han sido vandalizadas, independientemente de su relación con el tema de la esclavitud o del racismo.

Hace algunos días la estatua ecuestre de San Luis Rey de Francia que se levanta en la ciudad del mismo nombre en los Estados Unidos tuvo que ser defendida por un grupo de católicos de una turba dispuesta a destruirla. Similar situación ocurrió con la estatua de San Junípero Serra en San Francisco y en Palmas de Mallorca. Las estatuas de Cristóbal Colón, al igual que lo ocurrido en Chile, no han corrido mejor suerte en los Estados Unidos y España.

Por doquier, los neo iconoclastas destruyen indignados los resabios de la cultura de los siglos pasados.

Lo curioso del caso es que, tales indignados contra la esclavitud de ayer, hacen completa omisión de la peor y más cercana de las situaciones de esclavitud que nos ha tocado conocer a todos: el comunismo.

En efecto, lo que caracteriza al esclavo es la pérdida de su libertad y la confiscación de ella en manos de un tercero. Así, el esclavo es un individuo que no tiene derecho al fruto de su trabajo, ni a formar una familia, ni educar a sus hijos. Tampoco tiene derecho a practicar la religión, ni a trasladarse a donde él quiera. Todo depende de lo que su “dueño” le permita o no hacer.

Ahora, tales privaciones de los derechos más elementales de un ser humano, cualquiera sea su condición, se han ejercido de modo sistemático por el mayor “esclavista” que se ha conocido a lo largo de la historia, que es el régimen marxista.  

Desde la revolución bolchevique de 1917 hasta nuestros días, en un poco más de un siglo, han sido centenas de millones de personas que han vivido en un régimen de esclavitud, sin propiedad, sin familia, sin religión, sin desplazamiento libre, etc., etc.

Lo que ocurre hoy en Venezuela, por ejemplo, no es sino la imposición de un régimen esclavizante impuesto en nombre del socialismo y que ha significado una verdadera diáspora nacional. Pero, lo mismo se puede decir de China comunista, que hace 70 años se instaló es esa nación; de Corea del Norte; de Cuba, donde hace 60 años que la sucesivas generaciones no han conocido sino los dictámenes de los hermanos Castro y así sucesivamente en todos los países en donde esa esclavitud moderna se impuso.

Y, que se sepa, ninguna estatua de los “próceres” de esta esclavitud ha sido vandalizada. A nadie se le ocurrió en Chile echar a bajo una estatua de Allende o cambiar de nombre las avenidas que llevan su nombre.  Sin embargo, él fue un cómplice del régimen esclavista de la URSS, al punto de querer transformarnos en los “hermanos menores” de esa nación en los años en que en ella vigoraba la más cruel de las esclavitudes.

El “Libro negro del comunismo”, publicado hace algunos años atrás, da cuenta de más de 120 millones de muertos por causa de ese régimen. Si esos han sido los muertos, ¿cuántos no han sido los millones de seres humanos que han vivido y sufrido una situación de esclavitud en inmensos campos de concentración del tamaño de sus territorios?

Ignorar esta situación e indignarse contra la esclavitud de los siglos pasados no puede dejar de ser cinismo.

Es el cinismo de los secuaces de Marx, de Lenín, de Chávez, de Castro que vemos en altos cargos nacionales e internacionales.  Ellos “rompen vestiduras” delante del comercio de esclavos de hace tres siglos e ignoran la mayor empresa de esclavitud y que está delante de nuestros ojos.

Esta actitud nos recuerda la increpación que Hizo Nuestro Divino Redentor a los Fariseos: “¡Guías ciegos! Cuelan el mosquito, pero se tragan el camello”.

Credo; pasado, presente y futuro de Chile

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