12 agosto, 2025
por Magdalena Merbilháa
Jeannette Jara, con voz suave, casi susurrante, buscando la dulzura y el humor, apeló a las emociones de la audiencia. Muchos hablaban de lo “buena candidata”, de su carisma y encanto. Ocultó su realidad y su pasado.
Siempre hemos sabido que el voto es pasional, no necesariamente racional. Esa es la razón por la cual en las elecciones se apela a las emociones y se busca encantar. Los candidatos deben “venderse”, por lo mismo, usan herramientas de marketing para presentarse como más atractivos. Por eso, la política cae en populismo y los candidatos prometen, incluso lo que saben que no pueden cumplir o bien que no van a cumplir, porque no es lo que creen ni quieren. Las acciones populistas implican decirles a las personas lo que quieren escuchar, no la verdad. Esto es más viejo que el hilo negro, de hecho, el primer gran populista fue Pompeyo en el ocaso de la República Romana, quien triunfante en oriente regaló al “pueblo” un gran teatro, para mostrar los bienes que vendrían cuando él liderara. El darle cosas a la gente para lograr su favor, fue también siempre una práctica conocida. De hecho, José Bonaparte, hermano de Napoleón, pasó a la historia como “Pepe Botella” porque repartía licor a sus tropas. Todo por ser popular.
Hoy transversalmente, se acusa al populismo como algo indeseable, sin embargo, muchos caen en eso. Para evitar los abusos electorales se han establecido normas. Entre ellas, los candidatos deben depositar sus programas en el Servel para trasparentar sus visiones y ayudar a orientar a las personas en sus decisiones. Pero últimamente, ha quedado en evidencia que todo eso no sirve para nada. Jeannette Jara, la candidata comunista, tuvo que presentar su plan de gobierno -o más bien, un esbozo de plan, ya que solo tenía siete páginas- para las primarias. En ese plan se veía, sin detalles por lo escueto, un ideario parecido a la “Convención Constitucional”. Es decir, era un proyecto contrario a la voluntad popular según los resultados del plebiscito de salida. Claramente era un plan colectivista, lo que para muchos no era algo sorprendente. Solo era una comunista, siendo comunista. Al imponerse Jara en la primaria oficialista, dejando al lado a Carolina Tohá, la supuesta representante del “socialismo democrático”, tuvo que mostrarse inclusiva. Entonces se “bacheletizó” y apeló al “amor” y la “cumbia”. Comenzaron las voces a coro a cantar la “minuta pauteada”, para instalar que el Partido Comunista de Chile siempre ha sido democrático y que Jara es una social demócrata, la mujer de los acuerdos. Con voz suave, casi susurrante, buscando la dulzura y el humor, apeló a las emociones de la audiencia. Muchos hablaban de lo “buena candidata”, de su carisma y encanto. Ocultó su realidad y su pasado. Olvidó a la Jeannette del 2019 levantando el puño y vistiendo la polera “mata pacos”. Les dijo entre sonrisa a los empresarios salmoneros, “no se preocupen, nadie los va a expropiar” y luego sutilmente amenazó en la Sofofa de potencial desasosiego si no había mayor redistribución, ya que ellos debían “comprar paz social”. Es decir, algo se asomaba. Alusiones a la lucha de clase, siempre estaban, como por ejemplo la idea de haber nacido en “cuna de mimbre”, haber sido “temporera”, que olvidó qué cosechaba y su “derecho a tener iPhone”. Parecían frases para los memes. Pero ella mentía sonriendo, siempre sonriendo. Armó equipos para mostrarse inclusiva y democrática, con lo que aparecieron críticas desde el flanco comunista. A algunos no les gustaba el disfraz. Pero Lautaro Carmona aclaró que entre Jara y Jadue no había gran diferencia. Sus promesas eran suculentas, salario vital de $750.000, algo que su asesor económico dijo que era imposible. Se la criticó por la destrucción del empleo, a lo que el gobierno salió a defender lo indefendible y otra vez Escobar la contradijo diciendo que los resultados eran desastrosos.
Pero la semana pasada terminó aún peor, cuando José Antonio Kast criticó la idea de nacionalizar el cobre y el litio. Frente a eso, ella acusó de “mentira” y dijo públicamente que eso no estaba en su programa. Sin embargo, en las siete páginas depositadas en el Servel sí estaba. La pregunta es, ¿si miente o si es floja y no lo leyó? ¿Si sabía y busca engañar, o si no sabía y es entonces sólo un títere? De ser así, ¿quién manda? Claramente hay “publicidad engañosa” y se quiere pasar “gato por liebre”. La pregunta entonces es para qué sirve depositar programas en el Servel, si muy pronto junto con el viento electoral, los cambian. El fin es engañar y, por tanto, lo que existe es una “deshonestidad electoral” en la que el Servel es cómplice si no se hace nada. Esta entidad debiera manifestarse, ya que es evidente que se busca engañar al electorado de modo pornográfico. Es algo totalmente inmoral que atenta contra toda democracia.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/deshonestidad-electoral/