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Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Edvard Munch, pintor noruego, en 1893 completó un conjunto de 4 obras tituladas El Grito, encontrándose la más famosa en la Galería Nacional de Oslo.

Todas las versiones del cuadro muestran una figura definida como andrógina en primer plano, que simboliza al hombre moderno y en un momento de profunda angustia y desesperación existencial.

Está considerada como una de las más importantes obras del artista y del movimiento expresionista, constituyéndose en una imagen de icono cultural, semejante a la Gioconda de Da Vinci.

A finales del siglo XX está obra fue considerada como un referente cultural comenzando en la época post- Segunda Guerra Mundial. Tanto así que el Time la publicó en la portada de su edición, referida a los complejos de culpa y a la ansiedad en 1961.

Como toda acción del arte post- moderno por parte de sus cultores banalizaron la imagen -transformándola en la cultura popular- en un intento de desactivar el sentimiento de incomodidad que inevitablemente provoca en el espectador.

Sin duda es una denuncia feroz de la naturaleza escondida del hombre y de las calamidades que puede llegar a desarrollar, motivadas por la violencia y la carencia absoluta de valores trascendentes del Ser en su infinita maldad.

He traído a mi recuerdo esta obra plástica como lo hiciera hace unos días con la música. Es que es imposible no recoger el significado de hombres que en un momento de sus vidas pudieron llegar a expresar tan nítidamente el dolor y la desesperación.

¿Acaso lo ocurrido este 18 de octubre no nos produce un grito de angustia y dolor al ver cómo se despedaza una nación completa?

¿Acaso no es horrorizante ver en lo que han convertido lo que ayer era la joya de América Latina y un ejemplo mundial?

¿Acaso no da vergüenza y con un grito de angustia que agobia el alma, leer en titulares de la prensa extranjera lo peligroso que es el Chile de hoy para el visitante extranjero u oír de un empresario llegado a Chile después de 8 años de su primera visita: “Este no es el Santiago que yo conocí -pero que han hecho con una ciudad, que era como estar en Europa”?

Pues bien ahí está El Grito, la angustia de un pueblo arrasado por el vandalismo y el terrorismo, incapaz de mantener el estado de derecho y el orden, de cuidar el espacio público y peor aún, de abandonar a manos del lumpen la propiedad pública y privada.

Veía en la noticias al señor ministro del interior dar la cara… no tanto, la mascarilla tapaba su expresión. Quizás le servía para tapar los complejos de culpa que deben pesar en el gobierno por su falta de coraje, por no haber parado a tiempo la asonada desestabilizadora que ha impulsado desde hace años el partido comunista. Si no, ¿alguien puede explicar que el único dirigente político que asistió a la mal llamada celebración del 18 de octubre 2019 fuese el Alcalde de Recoleta, señor Jadue? ¿Se necesita alguna otra explicación? ¡Claro que no!

El grito de horror no es suficiente para derrotar a quienes han transformado la Patria en el chiquero de América Latina. Ni mucho menos a toda la desinformación generada en los medios de comunicación, quienes como cerdos se revolcaban en la felicidad por una celebración que terminó con robos, destrozos de todo tipo y ellos, fieles a su compromiso ideológico, minimizaban las acciones desestabilizadoras del orden social y político.

El Grito debe ser el llamado a levantar nuestro espíritu y a derrotar con la única arma que tenemos, la cruz en un papel al lado del nombre de un hombre que ha dado muestras de claridad y valentía para poner a Chile en la ruta que le corresponde y a los chilenos devolverles la dignidad robada.

No se olvide, ponga la cruz el 21 de noviembre y derrote de un solo grito a quienes quieren refundar la República.

¡No olvide, el 2 es el número de la victoria!

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