23 de septiembre de 2020 

 

 

 

 

 

Por Pablo Errázuriz Montes


Del foco con que observamos los fenómenos depende si seremos capaces de entenderlos o de observar solo una nebulosa de acontecimientos. El episodio de la pandemia del covid 19 nos tiene a todos consternados. El martilleo de cerebros que hacen los gobiernos y los medios de comunicación se enfoca a impedir la reflexión sobre el mismo o al menos a no estimularla. Los foros parlamentarios democráticos en todo el mundo no debaten respecto de la existencia o no de la pandemia, ni la pertinencia de las impactantes medidas adoptadas. Por el contrario, existe una vehemente voluntad del poder formal de formar opinión rápida, certera, unívoca, no basada en razones sino en emociones. La consternación impide la reflexión. El sentido de estas letras es hacer un esfuerzo de retracción; retirarse para enfocar, tal como hacen los dibujantes y pintores con el espacio físico; mirar a distancia este episodio para poder entender como hemos llegado a un disparate como este. Pido a los que discrepan de esta calificación que hago tan tempranamente, y que aún confían que todo este episodio se funda en la racionalidad, que hagan el esfuerzo de leer estas reflexiones que partieron de doscientos caracteres y que en el ejercicio reflexivo de retraerse más y más para enfocar las causas y elementos que están en juego, ha terminado siendo un pequeño ensayo. No me referiré al cuestionamiento científico, normativo ni estadístico del episodio de la pandemia, sobre lo cual, basta abrir cientos de páginas y videos que circulan por la web que cuestionan todos estos aspectos científicos, formales y nominales de las decisiones de autoridad, recibiendo del poder formal, solo anatemas de toda índole y nulas refutaciones desde esas perspectivas. Mi esfuerzo se enfoca en comprender las causas de sumisión a una decisión de autoridad con tan poco fundamento, con tan grave afectación a la libertad y a la vida económica normal del planeta.

LA TECNICA

La niñez es un mundo paradisíaco que vivimos los que tuvimos la suerte de vivirla como tal. El mito edénico del génesis está replicado en miles de millones de vidas humanas a través de la historia del homo sapiens. Cuando abandonamos la niñez, somos sometidos a esta fatal expulsión de ese paraíso infantil, tal como Yahvé lo hizo con los primeros padres. Vernos sometidos a esa dolorosa experiencia de dejar atrás la niñez, es estar condenados a la temprana y desagradable obligación de ser libres. La experiencia de la adolescencia se podría ilustrar con una metáfora: se asemeja ser lanzados a un océano abisal donde debemos conectar todos nuestros talentos y fortalezas para poder vivir una vida propiamente humana -que es la de los hombres libres-. Se nos imponen radicales disyuntivas. Primero evitar hundirnos usando nuestras extremidades - metafóricamente nuestra inteligencia-. Y en seguida coger algún madero, bote o salvavidas para descansar en el – que representan las creencias sobre cómo funciona el mundo; creencias que ordinariamente estaban ahí cuando fuimos lanzados a la existencia[2]-. Y resueltas ambas iniciales disyuntivas, se nos impone una tercera; navegar o simplemente derivar. En este punto es donde claudica un porcentaje inmensamente mayoritario de la humanidad, y deciden simplemente derivar. Solo algunos pretendemos dar un curso a nuestras existencias. Cual argonautas en busca del país de los hiperbóreos, con dudas y temores al vacío existencial, nos abocamos a la ardua tarea de navegar, sabiendo que una derrota náutica importa descartar todas las demás. Algunos tienen la suerte de encontrar un capitán que resuelva por ellos y los conduzca. Otros, nos encontramos sometidos a la desolada experiencia de guiar nuestro timón sin más compañía que las estrellas. Lo que Unamuno denominó, el sentido trágico de la vida.

Por lo que sabemos hasta ahora, ninguna de las disyuntivas descritas, forman parte de la vida de los animales quienes simplemente viven una existencia edénica. Nuestros antepasados de las cavernas se distinguieron de la vida animal. Los simbolismos religiosos nos ofrecen relatos como el de Prometeo robando el fuego de los dioses o de nuestros primeros padres desobedeciendo a Yahvé y comiendo del árbol de la ciencia. En los albores de la humanidad, el hombre libre viene experimentando el imperativo de tener que decidir; y para poder hacerlo; para vivir de modo genuinamente humano inventó la técnica.

La técnica ha sido la cosa que le ha permitido al hombre descansar de sus penosas obligaciones de supervivencia animal para disponer de la vacancia, y así hacer posible vivir humanamente resolviendo las disyuntivas descritas precedentemente. Acosados por el hambre, el frio, las enfermedades, las discordias entre humanos, las pulsiones sexuales, el peligro de las fieras, la vulnerabilidad de sus cachorros; el hombre era incapaz de disponer de su libertad.  Fue creando a través de la historia, cosas que le han permitido descansar en ellas para poder ejercer esta singular potencia de dibujar un plano de su existencia futura y resolver sobre los caminos que le ofrece su vida. Digo cosas en un amplísimo sentido de la palabra, que involucra artefactos como el cuchillo, la penicilina, el automóvil, los computadores; e instituciones singularmente humanas como el matrimonio, el comercio y el estado. Ninguna de esas cosas existe en la vida de los animales.

Este - in crescendo - de la técnica habitualmente se le denomina progreso. Pero progreso es un concepto equívoco porque nos somete a una falsa creencia por asociación. Esta creencia es que el progreso necesariamente importa una elevación, desde lo bajo hacia lo alto. Cuestionando esta equívoca creencia se nos aparece el extraño y simbólico relato de la Torre de Babel, Génesis 11- 4 a 8. En él, se nos revela a un Dios creador indignado con sus creaturas porque construyen una torre con la cúspide en los cielos; y que, con la facilidad que les proporcionaba a esas creaturas usar una sola lengua, podían lograr eso y mucho más. Entonces el Dios creador reflexiona: Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Decide, a fin de evitar esta indeseada circunstancia, bajar y una vez allí embrollar[3] el lenguaje de todo el mundo y desperdigarlos por toda la faz de la tierra. ¿Por qué la Biblia da cuenta de esta esta extraña voluntad divina de evitar el progreso humano?

Cierto positivismo obtuso ha considerado con liviandad intelectual que la religión y los relatos religiosos son caprichos literarios de quienes quieren dominar a otros por la ignorancia. A las preguntas; ¿es este pasaje del Génesis un puro desvarío literario?; ¿da cuenta simplemente de una divinidad caprichosa y vengativa? Si ejercitamos la racionalidad conceptual ramplonamente como lo hace cierto pensamiento positivista, reduciendo la realidad a un limitado número de variables controlables por sus creaciones conceptuales, solo veremos una arbitraria conducta divina. Mi perspectiva ha migrado desde aquella visión positivista. He observado a través de la especulación filosófica que la identidad simbólica que demuestran esos relatos religiosos, da cuenta del profundo conocimiento de los rincones y pormenores de la naturaleza humana y ello me induce a ponderarlos como instrumentos para obtener respuestas racionales a aporías filosóficas.

El título de esta reflexión, Aporías[4] sobre la técnica, da cuenta de una dificultad lógica que presenta esta circunstancia omnipresente que denominamos la técnica; aporía que resulta de constatar que las cosas técnicas creadas por el hombre para su franquía y señorío sobre el mundo paradojalmente han devenido en su esclavitud.

Me refiero a la técnica, entendida en términos amplios, como el conjunto de cosas, materiales e inmateriales, ideadas y creadas por el hombre, para facilitar su franquía y disponibilidad del tiempo para desarrollar su humanidad propiamente, y para dotarse de certezas respecto de su futuro. El hombre crea cosas para descansar en las certezas que esas cosas le proporcionan. Es ese el nativo y basal sentido del quehacer técnico del hombre. La filosofía idealista le llamaría la naturaleza de la técnica. Porque el hombre vive irremediablemente prisionero del espacio y del tiempo, es vulnerable a esa radical circunstancia[5]. Su afán en consecuencia, es dotarse de un arsenal de cosas que le proporcionen certezas de que el espacio con sus peligros no lo aniquilará; y que el futuro estará discurriendo por carriles previsibles para él donde podrá cumplir con sus planes.

¿Qué sucede cuando el hombre en su incontinencia creadora rebasa ese sentido que tiene la técnica y crea cosas que están fuera de ese sentido radical? A mi juicio dos especies de desviaciones que la desnaturalizan. En el plano individual, lo que los estoicos le llamaron luxuria. Una circunstancia artificial que desconecta al hombre con su ser. Las cosas técnicas en el estado de luxuria ya no son para un fin. Son un fin en sí mismas. En el plano colectivo la técnica es usada por el poder como mecanismos de dominación a través de sustraer del individuo y de los colectivos intermedios entre él y el Estado la soberanía que les es propia. Lo que Osvaldo Spengler bautizó como el cesarismo.

Quienes leen superficialmente el Genesis 11 solo ven una divinidad primitiva que no se interesa en el bien de sus creaturas sino en impedir que amaguen su condición de plenipotenciario del universo. Abriéndonos su sentido simbólico nos devela una radicalidad de la naturaleza humana, y se nos manifiesta precisamente alumbrando precisamente la aporía mencionada. El creador no busca la simple sumisión de las creaturas. Mas bien pareciera velar por su bien y perfección según intentaré relacionar.

LAS CREENCIAS; EL PROGRESISMO Y EL TRANSHUMANISMO

Señalé que el hombre, para superar este vértigo abisal de estar rodeado de lo desconocido, se aferra a creencias y discurre su devenir en el mundo montado en esas creencias. Es menester explicar esta afirmación orteguiana que no se relaciona directamente con la kulturkampf o guerra cultural de los siglos XIX y XX entre los autoproclamados religiosos y librepensadores. Con una metáfora pretende el filósofo ilustrar esta afirmación ¿Qué sucedería si al abrir la puerta de nuestra casa nos encontrásemos, en vez de la calle con un abismo, el vacío, la nada? Simplemente no saldríamos de la casa; y no saldríamos de casa porque no sabríamos a qué atenernos. Porque creemos que al abrir la puerta de la casa nos encontraremos con la calle, la ciudad y el mundo, es que somos capaces de abrir esa puerta. La vida humana y su devenir en el espacio-tiempo requiere de certezas. El hombre asociativamente a través de la tradición ha compartido entre sí su representación del mundo. El perro no se pregunta ¿qué mundo hay tras la verja de mi casa? Al perro no le angustia no saberlo. El hombre si se pregunta; y aunque no conozca presencialmente lo que existe al otro lado de la verja de su casa, se da así mismo una representación de ese mundo, una respuesta a lo que su espíritu le demanda; una creencia de lo que es el mundo. Su capacidad de conocer presencialmente el universo es muy limitada, pero su espíritu no lo es (como lo es el del perro). Para superar esta limitación abraza las creencias. El hombre piensa montado en una creencia. No puede vivir humanamente si no lo hace. Creencia como señalé, es algo más radical, más basal que lo que se ha dado en llamar weltanschauung en alemán, o cosmovisión para el castellano. La cosmovisión es un desarrollo conceptual del mundo. Las creencias, en el sentido que Ortega les da, discurren debajo de las cosmovisiones. Son lo que las sostiene y en oportunidades lo que las inspira. Es, como en el ejemplo, aquella intima convicción que al abrir la puerta de la casa nos encontraremos con el mundo; no con la nada. Las conceptualizaciones se ordenan a las creencias que son las representaciones basales que nos damos del mundo.

Pero no se crea que las creencias o representaciones basales son un puro desvarío irracional. Ellas a su vez están montadas en descubrimientos[6]. Y son esos descubrimientos los que por lo general fracturan las creencias basales precedentes y abren espacio a nuevas representaciones del mundo[7]. Así sucedió con el cristianismo en el mundo romano, así sucedió cuando Galileo advirtió la falacia del geocentrismo y la mecánica de Newton creó las condiciones de posibilidad del positivismo científico y la ilustración. Así también en el siglo XX ha comenzado una irreversible fractura de las creencias ilustradas. Los descubrimientos del siglo XX de Albert Einstein, Max Planck y de Edwin Hubble[8] son causa de fractura del progresismo y del positivismo científico aun dominante. Los descubrimientos de esas mentes brillantes nos han abierto a la evidencia de la inconmensurable cantidad de variables que condicionan el universo. Las perplejidades del tiempo presente se fundan en el quiebre de los tiempos que vivimos. Es este quiebre quizá más profundo que el que gatilló Galileo al descubrir que la tierra no era el centro del universo. Lo que la física moderna ha fracturado, es el antropocentrismo con que hasta ahora a través de las creencias pretéritas  nos habíamos representado el universo.

Dicho lo anterior es preciso señalar que las creencias no cambian como quien cambia el modelo de un automóvil. Esta metamorfosis de la perspectiva humana es lenta y a veces dolorosa. Las creencias superadas se defienden. Conviven y conflictúan con las creencias novedosas que quieren imponerse.

Es menester preguntarse entonces, cual es la creencia que sostiene al hombre moderno. Es notorio que la creencia en un Dios uno y trino, creador desde la nada y enjuiciador para después de la muerte que sostuvo a la generalidad de los occidentales hasta el siglo XVII, no es la creencia que sostiene a la humanidad del siglo XXI. La creencia del hombre moderno, aunque fracturada, es precisamente el mito del progreso. Este mito, si bien trizado y en proceso de descomposición, se resiste a retirarse y sus profetas adornan las creencias para mantenerlas con vida.

Yuval Noah ensayista israelí ha vendido en los últimos cinco años, millones de libros haciendo la prospectiva que el hombre moderno desea escuchar al amparo del mito del progreso: Nada cuanto se proponga el hombre le será imposible es su apotegma. En los mismos años las reflexiones religiosas de colosos del pensamiento como Benedicto XVI, no tienen igual número de lectores. El hombre solo está abierto a leer y escuchar lo que reafirma sus creencias.

Pero las creencias tienen su ciclo, y los pretendidamente novedosos conceptos de Noah, nacen precisamente cuando el progresismo como creencia comienza su ocaso. Los órdenes de magnitud universales del número de variables develados por la astrofísica, nos permiten colegir que los órdenes de magnitud de los pormenores que influyen en el funcionamiento de los órganos biológicos en general y en los que influyen en el espíritu humano en particular, rebasan largamente los que pondera el positivismo científico que articula la prospectiva de Noah. Lo que inspira a Noah es el mismo concepto que inspira a un desarrollo tecnológico depredador del medio ambiente. Con el síndrome del Aprendiz de Brujo de Goethe, en base a prueba y error se degradan el medioambiente y el alma humana. ¿Por qué? Porque la ciencia contemporánea pondera para tomar sus decisiones las variables que puede manejar y le tiene alergia a lo desconocido. Su apertura a la realidad se ve opacada por el imperativo de alcanzar y formular las pequeñas verdades.

Desde las antípodas intelectuales de Yuval Noah reflexiono que, la frase de Yahveh en Genesis 11-6 adquiere actualidad, relevancia y sentido, en el escenario de la técnica moderna y su inédita magnitud sobre la vida colectiva y personal del hombre moderno. Digo sentido por cuanto conjeturo que Yahveh, lo que pretende con su proceder, no es una vendetta contra los progresistas de la edad de hierro sino precisamente el bien del hombre. El hombre en tanto estime que nada cuanto se proponga le será imposible, en vez de separarse de su animalidad, deteriora su humanidad. En vez de elevarse, se desnaturaliza y se degrada.

En este punto de la reflexión cabe refutar la asertividad y optimismo pueril, de Noah que nos habla del transhumanismo ad portas a través del desarrollo científico tecnológico. Basándose en la potencialidad de las computadoras cuánticas, serían las máquinas quienes gobernarán dada su mayor inteligencia. Los aparatos nos dirían que hacer, cuando hacerlo y como relacionarnos. Pueril no en el sentido que aquello no sea posible que lo es, sino referido a dos pronósticos infundados y erróneos: uno que esta tendencia es fatal; es decir se produciría de todas maneras. Y dos, que esta circunstancia redundará en un hombre mejor, más conectado a sus semejantes, caritativo y empático.

La pronosticada fatalidad del transhumanismo es una consecuencia de las ideas progresistas que la han parido. Uno de los dogmas del progresismo fundado por Augusto Comte, es que hay un necesario ascenso en el progreso que nada ni nadie puede detener. Basta profundizar en estudios arqueológicos para saber que civilizaciones completas, algunas con mayores méritos que la nuestra, se fueron como el agua por el desagüe de una bañera al punto que han desaparecido hasta sus vestigios. Nuestra civilización es incluso más precaria e inestable que de ordinario, precisamente por ser más sofisticada e interdependiente. En un abrir y cerrar de ojos puede colapsar mañana, en un siglo o en dos mil años más.

Respecto al supuesto ascenso humano consecuencia de este fenómeno, el progresismo también sostiene el dogma de cambio es igual a mejora. Así el habitante de las megalópolis modernas sería un príncipe comparado con el villano (habitante de la villa) del medioevo. La extensión de la edad promedio de ambos tipos humanos le sirve al progresismo para reafirmar su idea; el citadino de megalópolis de occidente vive en promedio 80 años y el villano medioeval 50 o 40. Pero la cuestión no es tan simple. Vivir más o menos tiempo es una variable; hacer algo realmente humano con el tiempo de vida que dispones es otra variable. No parece razonable ponderar la valía de una vida humana por extensión sino por intención. Ahora bien, el hombre rodeado por aparatos e instituciones que lo someten ¿es necesariamente una mejor persona que el campesino o villano medioeval? La cuestión es muy basta, discutible y tiene miles de pormenores sobre los que podría escribirse una enciclopedia. Lo que sí es posible de pronosticar es que, a mayor control de las máquinas sobre la vida humana, el señorío; esto es la potencia del hombre para definir su destino personal, se va angostando. Esta visión buenista del hombre más feliz en la sociedad trans humana, es simplemente una utopía sin sustento y una nueva manifestación del dogma; cambio=mejora. En este orden social pronosticado, que yo califico de distopía, es dable conjeturar que los espacios de libertad personal se verán reducidos. Haciendo la salvedad que considero a Federico Nietzsche más poeta que filósofo, su genial metáfora del Último Hombre de su Zaratustra, refleja este estado mental de la modernidad contemporánea.

DESVIACIONES DE LA TECNICA

Como señalé, la técnica tiene dos tipos de desviaciones. En el plano de la vida singular, degenera en luxuria comprometiendo la libertad positiva del hombre[9]La luxuria distrae al hombre de sus fines. Lo desentona de su plan vital. Lo compromete a una ramplonería vital que lo empobrece, su vitalidad languidece por estar rodeado de un mundo muelle y cómodo; la técnica en dicho estado deja de tener un sentido instrumental y pasa a tener un sentido en sí misma. En el plano colectivo, la técnica puede constituirse en un instrumento del poder para sustraer la libertad negativa del hombre[10]el cesarismo. El Estado moderno y sofisticado, dotado de medios tecnológicos de control y coerción, se transforma en aquella jaula que pronosticó Max Weber. Estado que conculca nuestra libertad negativa, porque nos quiere cuidar. En base a su atávica incontinencia, el poder jamás deja de crecer y de capturar espacios que precedentemente le pertenecían al individuo hasta el siempre fatal colapso de las estructuras de control y dominación. El estado como medio al servicio de la colectividad básica y funcional al individuo, va degenerando imperceptiblemente en gigantismo que impone una red de dependencia, en que lo colectivo se va tragando espacios de soberanía individual.[11]

La política es el arte de gobierno. Este arte confiere la capacidad de una voluntad conductora para inducir a voluntades conducidas, ajenas a la voluntad conductora, a comportarse conforme al deseo de la voluntad conductora. En el desarrollo de la técnica y en el estadio que nos encontramos que yo denominaría de omnipresencia de la técnica, la política se vale de la técnica como mecanismo de dominación para el logro de sus pretensiones. Es  este el segundo extravío de la técnica para su función radicalmente humanizadora que ilustrará el fenómeno analizado en esta reflexión; la pandemia.

El transhumanismo en política determina que la voluntad conductora podría llegar a ser la de las máquinas y la voluntad conducida la de los seres humanos. Se postula que esto sería más equitativo por cuanto las máquinas, carentes de pasiones y emociones, basan sus decisiones en estricta racionalidad. La cuestión no es un mero pasatiempo intelectual de ciencia ficción. Ni tampoco es un evento futuro remoto y eventualmente inalcanzable. La virtud del debate sobre la exacerbación del dominio de los computadores sobre los seres humanos es revelarnos que, en un grado menor aun, el transhumanismo de la técnica ya está entre nosotros. Las cuestiones a que nos somete este fenómeno son dos: En qué grado ese dominio de la técnica se ha impuesto sobre las voluntades humanas conculcando su libertad y señorío; y si esta sumisión enaltece o degrada la condición humana.

A mi juicio, la funcionalidad liberadora de la técnica sobre la libertad humana ha rebasado los límites funcionales y ha manifestado esa degradación que el estoico Séneca definió como luxuria, pero matizado con la mayor complejidad que tienen los pormenores de la vida moderna. También se manifiesta la segunda degradación, el cesarismo; aquella que le permite al poder estatal y global, sustraer soberanía desde los individuos, aprovechándose de su condición de usuarios de la técnica, tal como los opiómanos lo son de ese alcaloide.

En el plano individual, la batalla por ser libre se reduce al desarrollo de la autoconciencia; disyuntiva a la cual el hombre ha estado sometido desde que es homo sapiens. Una educación que estimule el señorío ayudará, pero la decisión de sostener su conciencia personal libre de errores, pasiones y coerciones que perturben el camino que un individuo decide darle a su vida, siempre será una disyuntiva personal. ¿Algunas condiciones de posibilidad que orienten esta opción? A mi juicio en la educación humanista clásica que impone la necesidad que jóvenes y adultos conozcan esa batalla por la libertad que ha dado la humanidad desde Aristóteles, Platón, Kant y muchos otros han liderado a través de los siglos. La libertad es como un órgano físico; si funciona mal o le falta algún insumo, todo el órgano espiritual funciona defectuosamente. La ausencia total de libertad negativa según la define Isahia Berlín, no suprime la libertad. Solzhenitzyn describe esa irreductible voluntad de libertad en su personaje, prisionero en Siberia, en su novela, Un Día en la Vida de Ivan Denisovich. Para ejercer la soberanía personal, la libertad positiva, Salamanca debe prestarnos lo que natura no nos da. Existe un arsenal de conocimientos teóricos, sin los cuales el poder opioso de la técnica moderna se tragará la libertad y soberanía personal de los individuos.

En el plano colectivo y en el uso de la técnica por parte de este Ogro Filantrópico[12], el peligro del trans humanismo es más complejo aún. El hombre, así como está condenado a ser libre, también está condenado a ser político. Es decir, miembro de una colectividad que está dotada de normas, sociales, morales y jurídicas. El problema a que nos somete el transhumanismo con el gobierno tecnológico y racional de las máquinas es que por definición es totalitario y obtuso. Es totalitario por cuanto las máquinas para adoptar decisiones utilizan un enorme número de variables, pero por muy extensa e intensa que sea su programación, su dotación es finita, y esa finitud no acepta pormenores ni matices que estén fuera de los datos que maneja. La máquina gobernante consideraría todas las variables involucradas en un problema; las ponderaría racionalmente y decidiría de una manera pura, sin contaminaciones emocionales. Pero carecerá siempre de una condición necesaria del gobierno de la res pública: la virtud de la prudencia. La política es un quehacer esencialmente prudente. Siempre abierto a lo desconocido, a lo que no se había ponderado inicialmente. El totalitarismo siempre parte de una visión total del mundo que no acepta matices. Las máquinas son por definición totalitarias.

En su obra Eichmann en Jerusalén o la Banalidad del Mal, Hannah Arend nos explica cómo se articulaban las decisiones del régimen nazi que derivaron en lo que ella bautizó como matanzas administrativas. Todo sometido a un orden estrictamente racional, con variables prestablecidas. Eichmann incluso personalmente estimaba a los dirigentes sionistas y dialogaba con ellos. Pero para él, la lógica burocrática estaba por sobre toda consideración humana. El comunismo soviético estuvo también sometido al mismo orden racional. Eran los protocolos de funcionamiento los que motivaron que las unidades que la Checka estalinista debía producir cotidianamente los flujos de condenados que se dirigieran a las prisiones del Gulag para justificarse ante el régimen y cumplir sus directrices, como nos relata Alexander Solzhenitzyn en su obra Archipiélago Gulag.

Esta analogía con regímenes opresivos podría refutarse en razón que las super computadoras actuales serán alimentadas con datos racionales y de respeto a los derechos humanos, y en consecuencia esas monstruosidades no podrían ocurrir. Pero eso no es así. Hasta el irrestricto respeto de los derechos humanos puede llegar a ser inhumano, si no está gobernado por la prudencia, virtud exclusivamente humana que solo se puede ejercitar cuando el hombre no se encuentra sometido a los mecanismos de envilecimiento a que nos somete el totalitarismo. La iniquidad y la estupidez son primas hermanas; siempre son posibles cuando los negocios humanos no se encuentran sometidos a la ponderación prudencial del arte de la política.

Los dos últimos capítulos de la Rebelión de las Masas de Ortega y Gasset se denominan; La Barbarie del Especialismo y El Mayor peligro; El Estado. Hace casi un siglo Ortega sintetizó como se conjugarían estos dos fenómenos modernos para demoler el orden social. Sus prevenciones son de una sorprendente vigencia. En el fenómeno de la burocratización de la vida moderna se conjugan estos dos fenómenos perfilados por Ortega de manera nítida. El gigantismo burocrático importa un desplazamiento de la racionalidad de las decisiones inspirado por los expertos. Esos expertos son los especialistas a que se refiere Ortega. Es la esclerosis de la técnica.

EL FENOMENO DEL COVID 19 COMO MANIFESTACION DE LA DESVIACION DE LA TECNICA

A mí juicio, el ejemplo más evidente y palmario de lo que el gobierno trans humano ya está entre nosotros, es el episodio en curso de la supuesta pandemia, y del confinamiento mundial prescrito por las autoridades para su erradicación. En efecto; el gobierno trans humano con este episodio ha hecho su debut totalitario en gloria y majestad, con poderes totales e indiscutibles en la política global trans nacional y para estatal. Las máquinas, con sus protocolos han suprimido de un plumazo la libertad negativa de todos los habitantes del orbe, usando y abusando de la pulsión básicas de los hombres y mujeres de todo el orbe, el miedo a la muerte. Y los programadores de esas máquinas son los burócratas expertos que encarnan la super especialización moderna.

El escudo de armas del fundador de nuestra nacionalidad don Pedro de Valdivia contenía el lema La Muerte Menos Temida, Da Más Vida. A contrario sensu, la muerte más temida nos priva de la vida genuinamente humana. Es eso lo que han hecho de manera sistemática los protocolos operativos de la Organización Mundial de la Salud. A través de la campaña del terror funcional a los fines de los protocolos, se ha encantado a la humanidad como el flautista hiciera con los ratones de Hamelin, obstruyendo deliberadamente el discernimiento a la población del planeta. La mayoría han renunciado a su libertad positiva y negativa de buen talante. Los regímenes políticos mayoritariamente vigentes en occidente denominados democracia, se han paralizado y sometido a la omnipresente y autoritaria burocracia internacional orquestada por los medios de prensa generosamente subsidiados. Las mega burocracias de los órdenes políticos modernos representan al ogro filantrópico que nos quiere sanos y felices pero a costa de nuestra libertad y discernimiento.

Estos órganos jurídicos creados por el hombre inicialmente para hacer posible la franquía y libertad de los hombres son hoy los gestores de la supresión de la libertad personal más eficiente de la historia de la humanidad. Estos enormes órganos dotados de gigantescos recursos, qué por su misma complejidad y tamaño, viven sometidos a una cotidiana coerción: deben auto justificarse ante el mundo opulento que los alimenta. La cuestión es de una trivialidad patética, pero quien haya desempeñado funciones en la burocracia, entenderá emocionalmente lo que esto significa. El burócrata internacional vive encerrado en una jaula dorada acosado por el temor de la inanidad de su desempeño. Durante años los burócratas de la Organización Mundial de la Salud y de otras organizaciones burocráticas gubernamentales y no gubernamentales, han desarrollado modelos matemáticos a través del uso de computadoras, que les respondan cómo reaccionar ante surgimiento de enfermedades reales que puedan aniquilar a una parte de la humanidad, como ya ha sucedido históricamente. Es el síndrome de los bomberos o de los soldados de frontera retratados en la brillante novela de Dino Buzzati El Desierto de los Tártaros.

Nos resulta difícil representarnos que instituciones mega burocráticas, dotadas de funcionarios expertos, que han ascendido luego de estrictas pruebas de suficiencia de conocimientos y que manejan una nomenclatura compleja, equipamiento, reuniones en edificios elegantes; puedan cometer errores propios de un oligofrénico. Pero basta mirar la historia para darse cuenta qué esto ha sucedido, no una, sino varias veces. El alto mando alemán, conformado por brillantes especialistas estrategas, ascendidos en la jerarquía militar gracias a sus excepcionales dotes de inteligencia, el año 1914 conspiraron para desencadenar una guerra que en cosa de meses los haría dueños de todo Europa según todos los cálculos y prospectivas. El resultado de la sesuda decisión de estas mentes brillantes, fue la demolición de Alemania, de la cultura alemana de la faz de la tierra, y de paso de la cultura y hegemonía europea sobre el mundo. Su calculada decisión hizo además posible años después, que Alemania fuese gobernado por un individuo patético como Hitler que concluyó esa tarea demoledora. Hanna Arend nos relata en su libro citado, como el exterminio de millones de seres humanos era adoptada por individuos que intelectualmente no podrían haber superado un test básico de inteligencia; circunstancia que bautizó como la sorprendente banalidad del mal.

Con respecto a la pandemia, ya se comienza a despejar una evidencia que causará estupor colectivo en los próximos meses, y que querrá ser silenciada por las burocracias y centros de poder mundiales: Ante la existencia de un supuesto virus supuestamente letal, se reaccionó conforme a estrictas pautas y protocolos de procedimiento, diseñados por complejos modelos matemáticos. Esta voluntad trans humana visualizó que el temor de la población a la muerte era el factor que aseguraría la eficacia. El resultado será desastroso. No solo habrá afectado la economía mundial. También destruirá las redes de convivencia e incluso la salud pública.

Nos despertaremos próximamente de una pesadilla y constataremos en la nueva vigilia que la estructura económica del mundo ha sido diezmada a causa de la decisión de burócratas que poseen una inteligencia prudencial muy limitada. Se comprobará que ni siquiera han podido constatar que existe el virus que combaten con todo su arsenal de protocolos y modelos matemáticos. Seremos sorprendidos al constatar que hemos enajenado nuestra soberanía nacional y nuestra libertad individual en manos de individuos de calificación intelectual menor solo adiestrados a manejar una problemática en base a un número sorprendentemente limitado de variables, soslayando todos los, colateral damages, que su obtusa conducta nos han causado y nos causarán. Y lo peor será constatar que su conducta no existe, sino que la conducta es la de los maxi computadores, modelos matemáticos, protocolos, reglas y procedimientos. Es decir, de nadie humano. Igual que Eichmann y sus matanzas administrativas.

Por la misma razón que los pronósticos de toda utopía revolucionaria han fallado, esta distopía sanitaria transhumanista estimo causará daños infinitamente mayores que toda su predicción de beneficios.

La razón de esta mega comedia (o tragedia) es sorprendentemente trivial: la respuesta la encontramos en un concepto matemático que nos habla de los órdenes de magnitud considerados en las estimaciones predictivas de esas utopías y distopías. La realidad en general y la vida humana en particular está condicionada por N circunstancias. Llevar N a un número real e identificar cada una de esas circunstancias, ha sido desde siempre la titánica tarea de físicos, filósofos, sicólogos, siquiatras, antropólogos, sociólogos etc. Las prospectivas ideológicas fundadas sobre el positivismo científico que dominan hoy la burocracia mundial de la salud han pecado de una irritante puerilidad en ese cálculo, considerando solamente las circunstancias que son capturadas por el relato racional desde una perspectiva limitada; y en el propósito atrevido de pretender abarcar la realidad en las estructuras conceptuales, obviando todas las demás variables que no coinciden con el modelo, la ideología o el sistema de pensamiento.        

Pero lo más obtuso, es el abandono del arte de la política como quehacer esencialmente prudencial. El verdadero político, el que cultiva la virtud de la prudencia intuye los ordenes de magnitud de la naturaleza humana. Intuye que las colectividades humanas son órganos vivos en desarrollo, sometidos a innumerables pormenores y variables. El político prudencial jamás abandonaría el periscopio de la prudencia en manos de un modelo matemático predictivo, porque sabe que ese modelo está alimentado de un número ínfimo de las variables que condicionan el destino humano.

Ese es el estado de descomposición de la política en el mundo contemporáneo: las democracias han degenerado en burocracias que operan con la arrogancia propia del burócrata que cumple ordenes, protocolos, instructivos etc.

Tengo confianza que este mega desatino de la pandemia del covid 19, tendrá un fruto. Y ese fruto será recuperar la democracia de manos de la burocracia, recuperar la soberanía nacional delegada a órganos burocráticos transnacionales, recuperar la política como el quehacer prudencial que siempre ha sido, redefinir la tecnología al nivel funcional humano que requerimos. El gigantismo estatal, burocrático global, empresarial, militar etc. es un suicidio colectivo. Urge reducir las estructuras. Confiar y tolerar un caos controlable por los eternos principios de la prudencia y de la justicia. Así como los navegantes portugueses del siglo XV desterraron la creencia en monstruos marinos devoradores de navegantes allende el horizonte, así después de este experimento global del Covid 19 debiésemos desterrar definitivamente la fe en el transhumanismo de los modelos matemáticos en el gobierno de las colectividades humanas. Deberíamos enjuiciar la inconveniencia de la super especialidad que es promesa de barbarie.

[1] Estas meditaciones están inspiradas especialmente en las enseñanzas recibidas de José Ortega y Gasset en sus obras; “El hombre y la gente”, “Reflexiones sobre la Técnica”, “Ideas y Creencias”, “Origen y Epílogo de la Filosofía” y “En torno a Galileo” y “La Rebelión de las Masas”; en las conferencias del profesor Jordan Peterson, en el libro Eichmann en Jerusalén o La Banalidad del Mal de Hanna Arend, Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn y en las ideas de Isahia Berlín expresadas en Cuatro Enemigos de la Libertad y en su conferencia Dos Conceptos de Libertad.

[2] Las creencias son representaciones globales que abarcan el mundo que nos rodea. Sin las creencias nuestra inteligencia se paraliza hasta tanto no asumamos una determinada representación de la totalidad del mundo.

[3] La traducción Nacar Colunga usa esa palabra

[4] Dificultad lógica que presenta un problema especulativo

[5] Esta circunstancia; la imposibilidad radical de superar el espacio y el tiempo, es lo que reniega implícitamente el mito del progreso, contra toda evidencia científica.

[6] La palabra des-cubrimiento es la que constituye el lema de todo filosofar. Traducción precisa de la alétheia griega.

[7] El radical error del cristianismo medioeval y del positivismo científico es calificar las creencias precedentes como puro desvarío que es menester extirpar.

[8] La teoría de la relatividad particular de Einstein fractura conocimientos basales de la física hasta entonces. Los descubrimientos astronómicos de Hubble han dado pie a la astrofísica moderna y representado a la mente humana los órdenes de magnitud  del universo impensados precedentemente.

[9] Por libertad positiva debemos entender aquella que se ilustra con la siguiente expresión: Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean; (Isahia Berlin Dos Conceptos de Libertad)

[10] Por libertad negativa debemos entender aquella que se ilustra con la siguiente expresión: Soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad; (Isahia Berlin ibidem)

[11] Esta afirmación aquí esbozada, requiere un desarrollo especial que excede a esta reflexión.

[12] Título de la obra que le dio el premio Nobel a Octavio Paz

.