17 de noviembre de 2020 

 

 

 

 

 

Por Pablo Errázuriz Montes


En tiempos de gelatinosa inestabilidad, la política como el arte de la persuasión racional pierde espacio en manos de la violencia política. Esta es, un estadio anterior a la guerra. Su objetivo no es aniquilar al adversario físicamente sino quebrantar su voluntad de proceder conforme a su voluntad expresa. Solo es eficaz cuando el enemigo es débil y cobarde.

La virtud de la fortaleza es aquella que nos permite acometer nuestros fines y resistir las dificultades que se interponen. La retórica es el arte del bien decir, de dar al lenguaje hablado o escrito, eficacia para deleitar, persuadir o conmover.

Gobernar es dirigir un objeto desde un punto a otro. Chile desde octubre de 2019 ha sido gobernado por la subversión política. Una subversión que no tiene un relato explícito con el cual persuadir o conmover, o si lo tiene no lo ha hecho explícito. Su única tarea ha sido tapizar el espacio público de desolación, fealdad, grosería, insultos y rabia. Todo ello con un tufo a simulación forzada y artificial por cuanto hasta los insultos no son de origen criollo. La palabra bastardo hasta octubre del año pasado no era un insulto en Chile. La muralla -el papel del canalla- nos insulta ahora de forma globalizada.

¿Y qué aconteció con nuestros líderes? Pues sucumbieron al miedo. Así de simple. Su pretil de la fortaleza era muy débil. Ante una mínima acción vandálica ese pretil se desbordó. Y han entregado al País a la voluntad de los vándalos. Vimos al Intendente de Santiago para cuidar su pega, implorar y humillarse en la cámara de diputados diciendo que era culpa de los carabineros y no de él, haber defendido los bienes públicos y privados de la voluntad de quienes querían legítimamente protestar atacando a la población y a los bienes de la población; vimos al Jefe de Estado en foros internacionales, con una retórica que da vergüenza ajena, tratar de caerle simpático a los violentistas que destruían la ciudad; vimos al alcalde de Santiago obrar celosamente para reservar el espacio público a fin que se manifiesten los que han llenado de excrementos físicos y verbales la comuna cuyo orden y ornato le compete.

Pero el sainete más patético ha sido el de los diputados del 5% de aprobación ciudadana, buscando desesperadamente recuperar el favor perdido, han quebrado el chanchito de las jubilaciones invocando las urgentes necesidades de la gente. Todos sabemos -ellos también- que esta iniciativa fue de la extrema izquierda para destruir los mecanismos de capitalización, seguridad social y ahorro público que marcaban la diferencia entre Chile y el resto de Latinoamérica. Todos sabemos que aquellos ahorros irán desordenadamente a destinarse a gastos prescindibles y no solucionarán nada. Sus florituras retóricas para justificarse por esta desastrosa decisión son para llorar. Llorar porque se cargaron al País sin necesidad de haberlo hecho. Desacatando el mandato de quienes los eligieron y alineándose por MIEDO, con sus enemigos políticos, que no dejarán de ser sus enemigos por el solo hecho de haber cedido a su presión.

Honorables diputados de derecha y de centro izquierda que votaron por la destrucción del sistema previsional: Sabemos lo que ha hecho. No sacan nada con esconderlo tras retorica barata y ridícula. Como dijo el mejor líder que tuvo la República en el siglo XX, los tenemos a todos identificados. No solo sabemos lo que han hecho; sabemos por qué lo han hecho. Destruyeron o en el mejor de los casos dañaron gravemente, el mejor sistema previsional del mundo, que propendía al bien común general de Chile, por ninguna causa que no fuere el miedo. Y lo que es peor, el miedo a un enjambre de pililos que destruyeron todas las ciudades de Chile y que eran fácilmente neutralizables. Pasarán a la historia no por su retórica barata. Pasarán a la historia como un grupo de pusilánimes.

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