5 de diciembre de 2021 

 

 

 

 

 

Pablo Errázuriz Montes


La epistemología es la rama de la filosofía que explora la manera en que se genera el pensamiento humano. Uno de los enormes aportes filosóficos de José Ortega y Gasset – que la academia contemporánea no ha aquilatado suficientemente- es en esta área, es su breve pero fértil teoría sobre las ideas y las creencias. Sostiene Ortega que existe una nítida frontera entre estos dos conceptos. El hombre premunido de su inteligencia se enfrenta al mundo; ese mundo impacta su inteligencia, y entonces en su interioridad se forma una representación de la realidad. Esas son las ideas. Pero obviamente el hombre no es una gota de agua o una piedra. No es algo estático. El hombre nace en la completa inconciencia y se va fabricando. Pero no se fabrica solo. Lo hace en sociedad. Y dentro de los insumos que esa sociedad le entrega, se encuentran las creencias. El hombre piensa y se forma ideas, montado en sus creencias. Una metáfora útil para comprender esta dinámica es que el hombre al existir es lanzado a un océano desconocido. Sus brazos y piernas le resultan útiles para no hundirse. Esos brazos y piernas son su inteligencia. Las creencias son una balsa en medio de ese océano desde donde puede pensar. Montándose en la balsa puede recién pensar. Solo ahí, el hombre puede construir su representación del mundo. Lo que jamás hará el caballo o la rana cuya existencia es como la de nuestro personaje en el medio del océano manoteando para no hundirse. La vida del caballo consiste en seguir existiendo y lidiando de modo inmediato y urgente con las circunstancias, sin descanso. Sostenía Ortega que las ideas se tienen, pero en las creencias se está. Para ilustrar esta diferencia, pone el ejemplo de aquel hombre que decide salir a la calle desde su hogar. El hombre duda si hace fresco o calor afuera. Se cuestiona si sale con abrigo o sin él. Pero no se cuestiona que abrirá la puerta de su hogar y al trasponerla estará la calle y el mundo. Él tiene la idea que hace frio y por ello se pone el abrigo, y tiene la creencia que la calle sigue donde mismo. No se cuestiona que así no sea. Pero las certezas basales de nuestro pensamiento -las creencias- también pueden encontrarse cuestionadas. Así explicaba Ortega la causa de la conflictividad de su tiempo, precisamente por la fractura en las creencias basales sobre lo que el hombre es, y su misión en el existir. En su reemplazo se instalaba la duda que es una creencia también, pero no firme sino líquida, pantanosa e insubstancial.

Es esta una teoría. Solo eso. Las teorías son como los tenedores y cucharas. No son la comida. La misión de la filosofía es metafóricamente encontrar y comerse la comida -esto es, dar una explicación plausible de la realidad- premunida de las herramientas que nos proveen las teorías. Ortega nos legó la teoría, pero no una explicación nítida respecto sobre la frontera de estos dos conceptos. Nos dejó una ardua tarea de encontrar dicha frontera. Es ese el sentido de estas letras.

La sociedad contemporánea, sea por su complejidad o sea por vocación del poder político que la conduce, ha tendido a la masificación. La sociedad de masas se caracteriza, en la circunstancia que los individuos tienen una mayor porción de su vida de aspectos incuestionables que no necesitan pensar para darlos por solucionados. Se le reducen los dilemas. La vida del hombre masa discurre sobre un carril prefijado. El hombre masa puede vivir materialmente de modo cómodo y satisfactorio para sí mismo sin que sus fines personales los defina él mismo por cuanto si no cuestiona los carriles sociales – esto es, si no deja de ser hombre masa- puede vivir sin grandes altibajos. El hombre masa no se cuestiona cómo funciona un automóvil al conducirlo, o cómo funciona el suministro eléctrico, cómo es posible que exista el dinero como medio de intercambio, o cómo llega al escaparate del supermercado la comida. La masificación determina que es posible perder el hábito de usar la inteligencia para la sobrevida cotidiana. Nuestro antepasado de las cavernas, y de cuatro generaciones atrás de la nuestra, tenían muchos dilemas cotidianos y menos aspectos de su vida solucionados sin ejercitar el pensamiento y la reflexión; debía con mucho mayor intensidad y cotidianeidad, ejercitar su pensamiento para formarse una idea de las cosas. Se encontraba en la necesidad de escrutar cotidianamente la realidad para poder sobrevivir. Vivir en la sociedad tecnológica contemporánea, nos ofrece una gigantesca franquía – tiempo disponible- que nuestros antepasados no disponían para pensar el mundo, pero paradojalmente usamos menos la inteligencia. La sociedad de masas lo ha hecho posible, y este adverso fenómeno determina que las personas se conducen con una radical confusión de los bienes, creyendo que porciones mayores de esos bienes, son edénicos tal como el aire que respiramos o el agua que bebemos, y que por el solo existir, tenemos derecho a bienes artificiales, sin mediar acción nuestra alguna.

En lo atingente a la teoría de las ideas y las creencias, la sociedad de masas ha sido inductiva a desplazar una porción de la realidad desde las ideas a las creencias. Pensamos “desde” dar por edénicamente solucionados muchos aspectos de nuestras vidas que tienen una realidad social artificial y no natural. Es la sociedad – no la naturaleza – la que nos provee de ellos y son por ello más precarios que los bienes de la naturaleza. En tal sentido es razonable creer que el sol saldrá por el oriente a una hora x del día, sin que medie acción alguna nuestra. Pero no parece tan razonable creer que nuestro automóvil arrancará en la mañana si o sí.

Este fenómeno – el de la masificación – es el que usa y abusa el poder político para “ordenar” al mundo social. Y como el hombre masa ha relajado y en el extremo ha atrofiado el hábito de pensar, sobreviene la tentación luciferina del totalitarismo: el poder puede, y así lo ha ido haciendo, sustraer aspectos de la vida del hombre masa desde el ámbito reflexivo, e inducir creencias irreflexivas sobre la realidad. El poder político desde el estado, la academia, la prensa y todos los centros de influencia; puede ocultar o adornar los datos y generar empaquetados relatos sobre la realidad que se le “aparecen” al hombre masa como una realidad sustituta. Los relatos, son ideas transformadas artificialmente en creencias. Creencias desde las cuales se debe leer la realidad y que normalmente son funcionales al poder con pretensiones de hegemonía.

La historiografía ha llamado “sistemas filosóficos¨ a una unidad estructurada de creencias acerca de la realidad que relacionan principios metafísicos, epistemológicos, científicos, éticos y políticos. Los relatos pueden tener la pretensión de sistemas filosóficos, pero pueden ser menos que aquello. Daré tres ejemplos. Uno remoto, el otro moderno y el otro casi contemporáneo, para ilustrar el fenómeno del “empaquetamiento” de los datos transmutados en relatos.

El primero escandalizará al ambiente académico y muchos “sabios” abandonarán la lectura de mis letras. La filosofía griega se relata como el puntapié inicial del pensamiento. En toda historiografía de la filosofía se pone como piedra basal de la construcción ideológica de nuestro pensar occidental. Algo habría pasado en las costas de Anatolia primero y luego en la Grecia europea, que el hombre se puso a pensar. Inventaron la Alethia. Inventaron la develación de la realidad a través de métodos racionales. Antes; nada. En otros hemisferios; nada. Hombres caucásicos pusieron “la pelota al piso” y por primera vez reflexionaron sobre la realidad. Los presocráticos serían los Juan Evangelista, de los Sócrates, Platón y Aristóteles. Filosofar desde entonces es lo que hicieron esos hombres. Ahí estuvo la Arcadia perdida que debemos recuperar. Los datos indican otra cosa. Fue el idioma y la escritura la condición de posibilidad que esos pensamientos llegasen a nosotros fragmentados, imprecisos, reconstruidos ex post y a veces ucrónicamente. En otras palabras; antes y después de Platón y Aristóteles existieron pensadores dentro y fuera de Grecia, sabios que no llegaron a nosotros. La sociedad griega fue tan humana o inhumana como muchas. Este relato es tan generalizado porque sirve de base y sustento al relato del progreso humano. Lo que nos indican los datos, es que, lo que ha progresado es la técnica. El idioma y la escritura es una técnica. No hay tal progreso humano del hombre en sociedad. Basta observar la conducta de las turbas contemporáneas para concluir aquello.

Un segundo ejemplo, que quizá también escandalizará: Hace pocos años se conmemoraba el bicentenario de la revolución francesa. Las autoridades francesas se vieron en la necesidad de resolver si conmemoraban los luctuosos acontecimientos de la toma de la bastilla y sus terribles consecuencias, o “celebraban” el acontecimiento. Las sucesivas repúblicas francesas se han fundado en un relato sobre lo que sucedió el 14 de julio de 1789 y sus consecuencias. Pero la historiografía ha dejado claro que ese relato es falso. Se funda en una ucronía del ancien regime y en una utopía de lo que sucedió después de la revolución. No hubo tal mejora, ni tal liberación, ni nada que se le parezca ni en Francia ni en el extranjero. Los episodios de la revolución lo único que causaron fue un desastroso régimen de terror, muerte y destrucción; y para concluir y deshacerse de la chusma homicida de los revolucionarios, advino un líder sanguinario que encabezó un régimen militarista que sembró la muerte y destrucción por toda Europa. Toda la inteligencia surgida en Europa y Francia en ese mismo período de explosión de la creación artística, la ciencia y los conocimientos humanos, no fue por causa de la revolución ni de Napoleón, sino a pesar de ellos. Pero el relato es contrario a esa realidad, y, como buenos franceses, en el bicentenario decidieron echarse al bolsillo la realidad y celebrar la gloriosa revolución francesa. Todos sabían los datos, pero se optó por el relato.

Otro ejemplo palmario y más próximo de este fenómeno fueron los totalitarismos del siglo XX donde la demagogia capturó la voluntad y la pasión del hombre masa induciendo el relato de la “lucha de clases” o de la “superioridad de la raza aria”, relatos en base a una realidad empaquetada, donde los datos se usan mañosamente y los datos que contradicen el relato se ocultan o desprecian. En base a estos relatos empaquetados se induce a las masas a las voluntades pasionales e irreflexivas.

Esta técnica totalitaria del poder político se ha sofisticado en nuestro siglo, elevada a la potencia. Se ha hecho más “soft” pero más eficaz. Una población masificada, desacostumbrada a la reflexión racional es adiestrada cotidianamente a asumir los relatos como verdades incuestionables. El espacio de la vida social contemporánea se va poblando de seudo creencias inducidas por relatos que rayan en la demencia (como es el caso del feminismo radical). Se habla del progreso de la ciencia confundiéndolo con el progreso de la técnica. El espacio lingüistico se va angostando. El idioma pierde los matices que la inteligencia humana le dotó a través de los siglos. Las palabras se usan como talismanes simbólicos de bien y de mal, más que como contenedoras de ideas.

Y el mejor ejemplo de esta sofisticación totalitaria de imposición de los relatos, la constituyen los neo relatos hoy en boga: La pandemia, el calentamiento global y la ideología de género.

Y esto no tiene que ver con el tipo de régimen político. La masificación y el totalitarismo de los relatos que en el siglo XX se asociaba a los regímenes totalitarios, hoy se utiliza en regímenes de democracia representativa, donde ni representantes ni representados ejercitan ordinariamente la reflexión racional y son vehiculizados por los relatos. Se instala la creencia que los habitantes del siglo XXI somos más elevados y sofisticados que los de los siglos pretéritos, solo porque en general hemos satisfecho las necesidades básicas y en general somos más prósperos y hasta opulentos. Es el relato del progreso y del desarrollo. Pero de verdad el hombre masa contemporáneo es más primitivo, menos humano y más cercano a nuestra animalidad que nuestros abuelos o bisabuelos.

No se trata de ignorancia versus sabiduría. Se ha dicho y repetido como un mantra: vivimos en el mundo de los datos. Todos los datos están a disposición del hombre a través de las tecnologías de las comunicaciones como nunca antes lo habían estado. Pero paradójicamente tantos más datos tenemos a nuestra disposición más demandantes están las masas de relatos que ordenen sus vidas. Si nos comparamos con tres generaciones precedentes, observamos como se ha ido reduciendo el ejercicio reflexivo para procesar esos datos; y así lograr que cada persona se forme una representación propia de la realidad y obre como individuo y como hombre político en una democracia real.

Y la causa de este fenómeno es dual. Efectivamente el poder político homogeniza la “opinión pública” y busca hacerla más sumisa, en base a los relatos con datos verdaderos o falsos – no importa. Presumo que tal avidez de angostar el espacio de soberanía individual es a fin de manejar una sociedad compleja con equilibrios precarios e imperativos difíciles de contener (alimentar y satisfacer las necesidades de 8000 millones de almas). Aquello parece plausible. Pero lo que no resulta plausible ni fácilmente explicable, es que también los sujetos pasivos de los relatos -la masa- demandan les provean de una representación de la realidad ya procesada. Demandan relatos.

En efecto, la falta de hábito de enfrentar la realidad hace que el hombre contemporáneo sea más precario e impotente para encarar sus circunstancias. Proveerse de bienes y servicios sofisticados y artificiales disponibles, se hace algo distante a sus potencias, pero a la vez indispensable. El hombre de siglos pretéritos pretendía bienes menos sofisticados, pero más susceptibles de obtenerse por sus propias potencias. El hombre masa contemporáneo se habitúa a la dependencia de esta torre de Babel contemporánea compuesta por los guías hegemónicos (Estado, medios de comunicación y poderes transnacionales) y por los bienes artificiales que han pasado a ser vitales para su subsistencia.

Hasta ahora, los estudiosos del totalitarismo asociaban el fenómeno a cierto tipo de regímenes políticos jurídicamente autoritarios como las dictaduras y monarquías. La democracia se estimaba era el remedio. Pero el fenómeno de la masificación es causa y efecto de potenciamiento de este fenómeno de dependencia del poder totalitario de un estado en cualquier tipo de régimen y en especial en las democracias representativas. La masa demanda un Estado que te diga que debes hacer, cuando lo debes hacer, que debes consumir, cuando, que sexo debes tener, de que modo debes manifestar tu sexualidad, como debes comportarte con tu mujer o marido, etc. etc.

¿Porque el individuo tolera este empobrecimiento de sus facultades propiamente humanas, de formarse un juicio propio de la realidad, y actúa progresivamente de manera bovina? Enorme pregunta cuya respuesta requeriría un tratado filosófico aun no escrito. Adelantaré una hipótesis cuya fundamentación excede la brevedad de estas letras.

La conciencia humana es un accidente evolutivo o un rol que le asignó al hombre la divina providencia. Para efectos de esta reflexión ambas creencias permiten la conclusión que propondré. Empíricamente, no tenemos datos que permitan estimar que hay conciencia en los animales por más evolucionados que se manifiesten. Tampoco existe ningún dato serio que nos acredite que existe en otros lugares de la galaxia vida, y menos seres inteligentes y conscientes de sí mismos. Hasta donde sabemos pues, somos los únicos dotados de esta singular aptitud de la inteligencia: el hombre se puede formar una visión de sí mismo, como una entidad distinta del mundo que le rodea y de sus compañeros de especie. También puede tener, lo que los animales no tienen; una dimensión del tiempo. Esta condición por trivial muchas veces no se pondera suficientemente; el hombre se sabe prisionero del tiempo. Percibe su finitud y reflexiona sobre ella. Como animal que es, mantiene de esa condición el instinto de supervivencia que le provee su sexualidad; perpetuarse como especie. Pero no le resulta suficiente. El hombre, o más precisamente, la conciencia del hombre tiene vocación de trascendencia; quiere creer que es parte de un plan que le de sentido a su existencia. Los animales carecen de esa volición. Y aquí viene mi tesis. El hombre no solo quiere creer; necesita creer. Es consustancial a su naturaleza tan singular. Consustancial al ser humano es la trascendencia. El hombre no se satisface con la inmanencia.

El positivismo científico ha invisibilizado esta condición. Se ha repetido como mantra que existencia es igual a inmanencia. Pero como el magma que se escapa de la corteza dura de un volcán, el apetito de trascendencia aflora en el ser humano. La cultura contemporánea efectúa un apostolado materialista para convencernos que progreso es igual a la pérdida de esa dimensión; que el hombre al “evolucionar” ha borrado de su radar lo que está más allá de la materia, más allá de su muerte. El positivismo filosófico ha instalado la inmanencia como una premisa incuestionable y sostiene que no hay nada más allá que la experiencia existencial.

La ciencia empírica paradojalmente nos ha enfrentado a la evidencia que la materia misma es un conglomerado de órdenes físicos y químicos. La materia en sí no existe por cuanto no hay una unidad basal que identifique su existencia. La palabra “ente” nos ha quedado pequeña para identificar la realidad física. La materia no tiene existencia sino consistencia. No existe, sino más bien fluye “desde”, a un “hacia”. Todo en un orden temporal.

Flota en el ambiente de las grandes cuestiones que no hay dios según el mantra positivista, pero tampoco hay materia, conforme nos lo demuestra la ciencia. Para mayor confusión algo o alguien gatilló una entidad que es más misteriosa aun: el tiempo. El hombre que consustancialmente quiere creer, no encuentra ningún flotador en este mar abisal de dudas y angustiosamente manotea en lo líquido e insubstancial para sostenerse. El hombre contemporáneo está ávido de relatos que den fundamento a una creencia sustituta de la fenecidas. Relatos que ordenen su existencia. Relatos desde donde pensar el mundo. Así lo exige su naturaleza. El hombre debe pensar para abordar su circunstancia. Pero solo puede formarse ideas montado sobre creencias sólidas. Las creencias sólidas han sido desterradas del mundo moderno. En su radar Dios es problemático y su cultura lo obliga a pensar que no existe. En su radar la materia es problemática y la ciencia le señala que no existe. Así, está ávido de relatos que substituyan sus pretéritas creencias.

Y amparado en esta demanda, el poder ha aflojado las clavijas de la lógica racional a la hora de elaborar los neo relatos. Ya no hay tanta pulcritud lógica en los relatos como en el siglo diecinueve y veinte. Estos pueden fundarse casi sin datos o derechamente contra lo que los datos públicamente y a disposición de todos, les indican. Basta repetir relaciones lógicas inexactas o falsas, para considerarlos eslabones. Goebbels, ministro de propaganda del nacional socialismo, no se lo habría podido creer. Estaría como “chancho en el barro”. Basta hablar de “consensos de expertos” para que la cerviz de la masa se incline para someterse a esos relatos. Las masas buscan ávidamente un Estado que los proteja; algo que los proteja[1]. Es esta una gigantesca tragedia contemporánea: la renuncia de las masas a la libertad, e implícitamente a su humanidad; a su condición humana. Es verdad que esto se venía perfilando hace dos siglos. Pero en la intensidad que se manifiesta hoy es a mi juicio, inédito.

Isaiah Berlín nos legó un ilustrativo concepto de la libertad como un bien que se percibe desde dos perspectivas: la libertad negativa “que nada ni nadie me impida ejecutar las voliciones de mi propia voluntad” y la libertad positiva “que nada ni nadie me impida buscar y ejecutar mi propio plan vital”. Las masas contemporáneas han renunciado a la libertad positiva y aspiran solo a la libertad negativa.

¿Cómo cortar este nudo gordiano? ¿Cómo recuperar la humanidad perdida del hombre? ¿Cómo aprovechar esta circunstancia maravillosa que nos proveen las tecnologías de la información, de tener a nuestra disposición los datos que nos permiten formarnos un juicio de realidad personal y propio?

Las futuras generaciones tienen la tarea.

Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/

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