7 de mayo de 2022 

 

 

 

 

 

Pablo Errázuriz Montes


La batalla primordial de la conciencia humana es vencer al tiempo. Esta extraña entidad que es causa del devenir de las cosas, del mundo y de nuestra conciencia. El tiempo nos azora porque nos somete a una verdad indeseada: la certeza de nuestra finitud. La poetisa Fernán Caballero nos lo recuerda: Desde el día que nacemos/ A la muerte caminamos/ No hay cosa que más se olvide/ Y que más cierta tengamos. El tiempo nos somete a la radical evidencia que nuestro futuro es incierto salvo nuestra finitud. ¿Cuál es el mecanismo que usamos para vencer el tiempo y su consecuencia que es esta incerteza radical? Nuestra inteligencia. Leer dentro de las cosas para extraer sus verdades y de esa manera, en un mar de incertezas, mantenernos a flote.

Es así como en la historia humana nace la fe en Dios padre todopoderoso creador y sostén del cosmos. La complejidad del mundo, su manifiesto y perfecto orden, racionalmente nos permite concebir en nuestra conciencia que existe un creador, un motor inmóvil que con sus poleas hace girar el tiempo y el espacio con su variedad de cosas y creaturas. Dios, contra lo que sostiene la perspectiva inmanente, es racional. Es una idea plausible. Nos explica desde fuera del tiempo y del espacio, por qué existe el tiempo y el espacio.

Pero lo que no nos ofrece de manera unívoca la idea de Dios, es la explicación y el remedio para el sufrimiento. Esta otra realidad radical humana. Las doctrinas ascéticas nos proponen suprimir el deseo para derrotar el sufrimiento; pero como para la mayoría de los seres humanos vivir es desear, aquello no parece plausible, al menos para esa mayoría. Radicalizando la idea ascética, la muerte -la suprema entropía- sería la solución. Pero los seres en general y el hombre en particular con la mochila de su conciencia, desean vivir y luchan por sostener y mantenerse vivos; y ante esa imposibilidad luchan por perpetuar su especie, y de esta forma en cierta medida vencer el tiempo.  Pero el hombre y las creaturas vivas no solamente desean vivir. También desean vivir bien. Desean el bienestar. Desean vencer el sufrimiento.

Y es así como nace la fe en el progreso. Porque la idea del progreso como la idea de Dios no son ideas que podamos comprobar empíricamente. Dios y el progreso son creencias basales desde donde construimos nuestra representación del mundo. Representan la una, el mecanismo para vencer nuestra finitud, la otra el mecanismo para vencer el sufrimiento.

Desde hace tres siglos en occidente existe un colosal error que sostiene un conflicto por el cual los hombres discuten, se enfrentan y a veces guerrean y se matan por miles y por millones: El error consiste que la creencia en Dios y en el progreso se oponen la una a la otra y deben suprimirse mutuamente.  El conflicto es artificial porque ambas creencias han surgido en la conciencia humana para vencer dos realidades radicales diferentes. La una a la muerte; la otra al sufrimiento.

Jorge Millas, uno de los cerebros más preclaros que ha parido nuestra nación, urdidor de ideas filosóficas luminosas, ofrece una explicación decepcionante para su elevado nivel intelectual, casi infantil, para explicar su ateísmo: la imposibilidad de Dios para vencer el sufrimiento humano. Es la rabieta del niño que se rebela contra su padre porque su padre no le compra un helado. El anti - progresismo de la Iglesia católica ventilado por los pontífices del siglo diecinueve, hoy nos parecen de una puerilidad absurda: suprimir el desarrollo de la ciencia para no perjudicar la fe en Dios.

Pero este fanatismo y falta de eclecticismo no es parte del pasado; se mantiene hasta hoy y sostiene un conflicto que ha llevado al progresismo radical a pretender activamente desalojar de la conciencia humana a Dios, reemplazándole con ideas absurdas insostenibles racionalmente.

Hoy, los progresistas fanáticos obtusos e intolerantes se han impuesto. Detentan el poder del mundo y lo usan para mantener arrinconados a quienes vemos el mundo a través de la fe en Dios padre todopoderoso sostenedor de un orden que trasciende la existencia humana. Uno de sus apóstoles Yuval Noah Arari, escritor(cillo) superventas, artificialmente inflado por los poderes progresistas del mundo, sostiene que el hombre ya ha desalojado a Dios. El es homosexual; ha superado según él la dualidad sexual. El superhombre que viene según él, será como un pollo broiler supersofisticado ordenado en sus conductas por la ciencia que controlará su código genético para hacer al hombre inmortal, asexuado y carente de sufrimientos. Este milenarista, de un plumazo eliminó, el tiempo, el espacio, la muerte y el sufrimiento.

Fanáticos milenaristas delirantes han existido siempre. Lo que sorprende es que quienes detentan el poder mundial ofrezcan cobertura a ideas tan completamente absurdas. La sola circunstancia que Arari sea superventas de sus libros escritos en serie, y un hierofante en todos los foros sobre el devenir del mundo, habla de un colapso de la inteligencia. Un individuo carente de formación filosófica, histórica y científica elemental es hoy un referente “académico”. El positivismo científico, aquella doctrina que puso orejeras a la ciencia para que tuviese una visión unívoca y tildó de absurda la observación trascendental; es la madre de estos fanatismos.

Pero vaya paradoja; la ciencia positiva ha derivado en la ciencia teórica que a través de observaciones empíricas ha desarrollado extensas inferencias racionales y matemáticas para llegar a conclusiones que son demoledoras para los progresistas fanáticos:

-          La materia en sí no existe; todos son órdenes atómicos, moleculares, articuladores de sistemas orgánicos complejos; y lo más azorante: no responden necesariamente a comportamiento predecibles sino aleatorios. ¿son explicables únicamente a través de la teoría darwiniana? Definitivamente no.

-          El cosmos no responde a lógicas mecánicas, el espacio y el tiempo son entidades relativas; el universo se expande ¿gracias a qué? algo llamado energía obscura (comodín de naipe) sin respeto por la entropía que nos señalaba que la energía se disipaba hasta su extinción. Lo que mantiene unidos a los órdenes estelares no son los presupuestos de la llamada “ley” de gravitación (que no es universal). Existiría algo llamado (comodín de naipe) materia obscura que permite que todo siga funcionando.

La promesa del progresismo radical del siglo diecisiete que el hombre científico finalmente llegaría a conocer el universo por concatenación de causas con efectos, se ha desplomado. Por cada descubrimiento científico se infieren más y mayores complejidades de la realidad. La ciencia simplemente no es capaz de explicarnos el tiempo, el espacio, el cosmos ni las razones radicales de los órdenes orgánicos.

Urge reducir la idea del progreso a la función que tuvo en sus orígenes: buscar los medios para mitigar el sufrimiento humano. No sirve la ciencia positiva para ofrecernos explicaciones trascendentales. Urge en el mundo una perspectiva ecléctica que ponga en su lugar a los vendedores de pomadas. Urge que el poder político se alinee con la verdadera ciencia moderna y recupere una visión ecléctica.

Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2022/05/las-certezas-dios-y-el-progreso.html

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