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Blog de Raúl Pizarro Rivera
Marzo 22, 2020
Aunque prematuro por el tiempo transcurrido y por el que falta por transcurrir, hay quienes se están anticipando en identificar al chivo expiatorio de esta monumental crisis social y económica en la que está metido Chile. Primero fue el derrumbe originado por el Golpe extremista del 18/O y ahora, la ruina casi definitiva ocasionada por la pandemia del coronavirus.
Es claro que el gigantesco impacto negativo para la economía mundial, y por ende, para la doméstica, que ha originado la aparición y transmisión del coronavirus, ha tenido consecuencias nefastas para el empleo, para las fuentes de trabajo, para las empresas y para el versátil mundo de los negocios pequeños, pero en el caso de Chile, el golpe ha resultado más duro, casi de nocaut, porque ya estaba medio aturdido por los daños del vandalismo organizado por la izquierda dura.
El país aún no terminaba de cuantificar el grado de aniquilamiento de su economía por el 18/O, cuando, para mal de males, le caen encima los gigantescos efectos de una pandemia de sospechosa procedencia.
Por la sumatoria de sus achaques, después de Venezuela y Argentina, Chile es el tercer país más encajonado económicamente de la región, con el fantasma de una gran recesión y con un crecimiento que si llega a cero, sería todo un triunfo.
Al margen de las tremendas secuelas del virus importado, Chile debe rendir cuenta, primero, por su propio y exclusivo drama originado por el Golpe extremista del 18/O. Hasta esa fecha, el país se hallaba en una aceptable línea de flotación y con una estabilidad y futuro mucho mejores que el resto. Pero a partir de esa fatídica fecha, lo perdió todo, o casi todo, ello agudizado coletazo, ahora agudizado por los coletazos de la pandemia.
Si bien la prevención y las consecuencias sociales del virus significaron inesperados desembolsos por casi 12 mil millones de dólares, el más agudo estrés de la economía nacional en su historia, el gran enigma de Chile, hoy, sigue siendo cómo saldrá del laberinto político/social y económico. Los expertos confían en que el factor sanitario se extinguirá dentro de 90 días, pero retomará protagonismo la crispación política, más aún si el plebiscito constitucional se aplazó para octubre. Un dirigente estudiantil anunció que “las acciones de protestas no necesariamente tienen que ser masivas”, en tanto un dirigente de la mesa de Unidad Social consideró “una provocación” que el monumento al general Baquedano haya recuperado su estado original.
De los demoledores efectos del virus nadie en Chile tiene la culpa, pero si hay responsables por el negativo impacto que significó el intento terrorista de derrocar al Presidente de la República y terminar con la democracia. Será la historia, si es que alguien se atreve francamente a hacerlo, la encargada de indagar acerca del real origen de la pandemia universal nacida en la China comunista. Tal vez allí ya hubo chivos expiatorios, pero nadie lo sabe ni lo sabrá.
Sin embargo, acá en Chile, más temprano que tarde, alguien deberá responder por los daños causados por el Golpe extremista: en medio de la borrachera de los llamados a la unidad, parece ser que no hay quien asuma los costos. Dos economistas, uno de ellos ex ministro de la Concertación y de la Nueva Mayoría, dijeron que “es ineludible” postergar varios ítems considerados primitivamente para satisfacer la totalidad de las llamadas demandas sociales; en tanto, el recién electo presidente de la CPC manifestó que acaso no hay crecimiento –y que no lo habrá- se tendrá que echar mano a las reservas y al endeudamiento fiscal externo.
Lo primero ya se hizo imprevistamente para ayudar a los millares de afectados por las cuarentenas preventivas masivas a causa de la pandemia. De profundizar el endeudamiento público podría resultar cierto el proverbio de “pan para hoy, hambre para mañana”.
Frente a estas propuestas se contrapone una que nada tiene que ver con economía ni con lo social, pues es exclusivamente ideológica: el chivo expiatorio tiene que ser el modelo neoliberal. Ésta, unánime, es la idea de la izquierda, y el mecanismo para implementarla proviene directamente del Golpe del 18/OC. Desde esa fecha, todas las sensibilidades del socialismo se han aglutinado en torno a modelos de cambios que sustituyan la actual institucionalidad. El PC y el FA difundieron un video en plena crisis sanitaria para explicarle a la gente que “con una nueva Constitución, esto no hubiese ocurrido en Chile”…
El socialismo no quiere que se le escape la oportunidad que perdió en 1970 con Allende y el 2014 con Bachelet. Su pugna para establecerse en el poder sin pasar por el voto popular está pendiente hasta octubre, cuando se realice el plebiscito.
Aquí es donde radica la abismal diferencia entre un chivo expiatorio económico y otro político. No sería primera vez en que la ciudadanía se enfrente a un severo apriete del cinturón, pero sustituir el modelo neoliberal por otro totalitario, significaría la condena para siempre de todo Chile.
Quiénes tendrán que expiar sus pecados por esta catástrofe que tiene al país caminando por el borde de la cornisa son los responsables directos e indirectos del 18/OC y de quien no lo advirtió ni reprimió.
No se ha percibido un interés por preguntarse por qué, en un sistema tan habituado a las encuestas, nadie se ha animado e interesado en indagar entre los ciudadanos a quiénes atribuye el vandalismo y la pérdida de empleos. La respuesta iría en la orientación de los últimos sondeos pre presidenciales, en los cuales no figura ninguna, sí, ninguna, eventual carta de la izquierda.
No es pura coincidencia que en la medida en que la violencia callejera fue perdiendo terreno por el apresamiento de los ‘primera línea’, la izquierda legislativa ‘aprieta’ más al Ejecutivo, lo condiciona a que desembolse sin límites en sus proyectos y, derechamente, le pide al Presidente que dé un paso al costado. Simultáneamente, acentúa sus estrategias por una Asamblea Constituyente, en la convicción de que es su único camino para hacerse del poder.
El desastre por el 18/OC ya dejó una primera y gran víctima en el camino: el Presidente de la República y el ‘piñerismo’ en general por la responsabilidad determinante de no prevenir el atentado a la democracia. El Mandatario pecó de irresoluto y de falta de temple para neutralizar la desobediencia civil y, finalmente, terminó traicionando el espíritu del programa de Gobierno por el cual fue electo por una rotunda mayoría.
Pero falta lo más trascendente y decisivo para el presente y futuro del país: que se le pase la cuenta a quienes todavía persisten en hacer trizas a Chile y sumirlo en la oscuridad del socialismo totalitario. Es un juicio público pendiente, ahora hasta octubre.
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