Por Raúl Pizarro Rivera


Oprah Winfrey, una célebre ciudadana afroamericana de Estados Unidos, entre varias otras actividades, es una afamada periodista entrevistadora en su programa The Oprah Winfrey Show, el más visto de la historia en su país, lo que le ha valido ganar varios premios Emmy.

Consciente de que entre sus millones de tele espectadores no todos son afro ni adherentes al partido Demócrata, se hizo presente en la reciente Convención de éste para adherir a la proclamación de Kamala Harris como la rival del republicano Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales.

No temió arriesgar su popularidad. Con un discurso muy motivador para Harris y tremendamente venenoso para Trump, reflejó sin ambages su real pensamiento político.

A una mayoría de ciudadanos chilenos, observar tal conducta les provocó una especie de envidia, al comparar la franqueza de Winfrey con la deshonestidad del discurso asumido por Gabriel Boric, tras la fraudulenta elección presidencial en Venezuela.

Claramente irritado por la ola de ataques personales de que ha sido víctima durante 24 meses por parte de Nicolás Maduro “por su falta de valentía para hacer la revolución en Chile”, Boric aprovechó este previsible fraude electoral del comunismo venezolano para pasarle la cuenta. No obstante, lo hizo mediante una de sus conocidas triquiñuelas para engatusar a la gente y aparecer como apóstol de la democracia, siendo un antiguo fanático del totalitarismo socialista. De sus abundantes intentos de engaño a la ciudadanía, éste es, por lejos, el más repugnante de todos: fue en Caracas y con la participación de Maduro y del Frente Amplio donde se planificó el derrocamiento del anterior Presidente de Chile.

Apoyándose en un absoluto imposible, como es la publicación de las actas de la votación general, Boric dice no reconocer el auto asignado triunfo del dictador, y consagrado definitivamente por el corrupto Tribunal Supremo venezolano. Zorro viejo en la política de trincheras, él sabe perfectamente que ello no ocurrirá.

En un inverosímil ataque de democracia, llegó a decir que “Venezuela es una dictadura”, pero agregando un término más que insostenible e indefendible: “sí, es una dictadura, pero no de izquierda” (¡¡!!)

Omite Boric escuchar al resto del mundo que reconoce como real vencedor de la elección al exdiplomático y férreo opositor a la dictadura, Edmundo González, requerido por el siniestro Fiscal Nacional que lo acusa de instigador al odio, de crímenes y de violencia callejera, ello para meterlo preso sin más trámites.

La postura antidictadura de Boric ha sido elevada al Olimpo por la izquierda, a excepción del PC, colocándolo como “ejemplo de liderazgo y de valentía”, pues no es habitual que un extremista como él condene a otro similar. Para Boric, la de su archi enemigo no es una dictadura de izquierda, “porque la izquierda es democrática, pro-libertades personales, con Poderes del Estado independientes y respeta la soberanía del pueblo”. Ésta es la falacia más asquerosa que ha salido de su boca, pues la historia pasada y actual lo deja en absoluto ridículo: se desentiende de llamar dictaduras a los regímenes opresores de Cuba, China, Corea del Norte y Vietnam.

Para peor, el más influyente de los partidos que integran su Gobierno, el comunista, lo ha dejado en vergüenza, al negarse a solidarizar con sus dichos y él, como Presidente, sigue respaldándolo como integrante clave del pacto que controla el poder. Aún más, el PC ha quedado ante el país como sincero y consecuente, al reconocer abiertamente que su cuna y su identidad son iguales a las de la dictadura marxista venezolana.

Si verdaderamente Boric es un convencido de que la de Venezuela es una dictadura que “no respeta los derechos humanos”, resulta inexplicable que desde que asumiera en marzo del 2022 hasta el pasado julio, haya tenido a tres embajadores en Caracas, Manuel Rioseco, Miguel Meneses y Jaime Gazmuri, éste expulsado con plazo perentorio de 3 días por Maduro.

La falsa postura de Boric traiciona su propia causa que ha defendido y profesado devotamente desde su adolescencia, y la irrupción de su anti dictadurismo no pasa de ser un aprovechamiento electoralista para engatusar al país y hacerse pasar como un casi afiebrado demócrata.

Una buena señal de su engaño es que su propio canciller, Alberto Van Klaveren, jamás ha utilizado la palabra dictadura para referirse a Venezuela, sino tan sólo alude a “un régimen autoritario”. Y para acentuar su hipócrita voltereta, Boric volvió a reivindicar “los contenidos y valores del Estallido Social”.

Proveniente de una familia magallánica formada por un gerente de la ENAP, de tendencia DC y ligada al catolicismo, sus compañeros de curso en el colegio lo recuerdan como un “terco negacionista” que se oponía a todos los acuerdos que, por mayoría, adoptaba su curso.

Como estudiante universitario en Santiago, la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile activó su extremismo, al punto que fue el artífice de una de las más largas tomas estudiantiles que se recuerdan: 40 días hasta sacar de su cargo al decano Roberto Nahum.

Con 23 años, en el último curso de la carrera y presidente del Centro de Alumnos, el liderazgo de Boric se hizo sentir fuerte cuando encabezó la asamblea que votó la ocupación del histórico edificio ubicado en Pío Nono: ninguna decisión podía adoptarse sin la presencia suya.

Militaba en el movimiento de izquierda "Estudiantes Autónomos", que lo llevó, luego, a la presidencia de la FECh. En los días y noches de la toma forjó amistades con muchos otros revolucionarios, entre ellos su íntimo amigo, hoy diputado del FA, Gonzalo Winter, su expareja por tres años, la actual ministra Javiera Toro y con decenas de huelguistas que por estos días ocupan cargos en el Gobierno y en embajadas. Hizo lazos con académicos marxistas que le facilitaron su egreso, pero no pudieron impedir que en tres ocasiones no aprobase el Examen de Grado.

En esa misma época visitó la sede central del PC para requerir información sobre un eventual ingreso a las JJ.CC.

Tras considerar un error la incorporación del PC a la (ex) Concertación para dar vida a la (ex) Nueva Mayoría, un número importante de estudiantes universitarios y secundarios se movilizaron para dar vida al Frente Amplio. Al comprobar su explosivo éxito levantaron una impensada candidatura presidencial, la de Beatriz Sánchez, una ex mirista de la Universidad de Concepción, para competirle a Alejandro Guillier, impuesto por el PC.

Ya electo diputado, votó en contra de todos los proyectos destinados a garantizar la seguridad pública, a impedir la inmigración ilegal y siempre a favor de los retiros de los fondos previsionales.

Son varios episodios en su trayectoria política que, ideológicamente, lo identifican como un duro extremista totalitario, como su activa participación en el Golpe de Estado del 18/O para derrocar a un Presidente democráticamente electo. A ello hay que sumar su protagonismo en el proyecto refundacional y marxista de la Convención Constitucional, la entrega de pensiones de por vida a quienes intentaron tomarse La Moneda, el indulto a los autores de quemas y saqueos y, por último, su pertinaz negativa a combatir, y frontalmente, las acciones de bandas criminales vinculadas al narcotráfico, más aún si él mismo confesó haber sido consumidor habitual, al menos de marihuana.

El hecho que mejor refleja su genuino domicilio ideológico fue la instalación y manejo de la Convención Constitucional, para la cual él designó a su propio coordinador, Giorgio Jackson, y así cautelar la materialización de un texto refundacional, “a partir de cero”, sin independencia del Poder Judicial; sin Senado; con una Asamblea Constituyente al estilo de Venezuela; sin persecución a los autores de delitos; con educación y salud exclusivamente públicas; con todos los fondos previsionales en manos del Estado; con los sin casas instalándose en habitaciones sin ocupar de viviendas particulares, y con la existencia de Chile sólo como una de las once nuevas naciones creadas dentro del territorio. Como Presidente, se tomó el tiempo de recorrer comunas firmando el proyecto de la futura Constitución, en el hecho, su propio programa de Gobierno.

Hoy como nunca, hay que recordar que como parlamentario, Boric se negó a firmar un voto en contra de la violencia política y fue uno de los artífices para poner fin a la existencia del Cuerpo de Carabineros y reemplazarlo por una Policía del Pueblo, como se les denomina en las dictaduras marxistas.

Todos estos adornos que cuelgan del historial de Gabriel Boric representan muy poco o casi nada su auto condición de repentino demócrata, asumida - ¡qué casualidad! - justo en la víspera de elecciones políticas, como las de octubre, otro trance para su ya sepultado Gobierno refundacional.

Cómo creerle a un Presidente que envía a velar por la soberanía de Chile a soldados con sus fusiles sin balas, y ello porque la comunidad marxista internacional ordena proteger los derechos humanos de delincuentes invasores e ilegales.

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