Por Raúl Pizarro Rivera.
En la actualidad, existen sólo seis países en el mundo donde, ‘oficialmente’, el Partido Comunista detenta el poder político de manera total y exclusiva, y con la crueldad que lo distingue: China, Cuba, Laos, Corea del Norte, Venezuela y Vietnam. En todos ellos impera una dictadura, pese a que sus jerarcas persisten en denominarlas “democracias”.
Daniel Jadue, el ídolo máximo de los comunistas criollos y que no pudo ser el candidato en la primaria del Gobierno por hallarse en prisión, definió al Estado de Derecho como “exclusiva pertenencia del pueblo” y es “sólo éste el que decide el manejo y destino de un país, incluso hasta puede sacar del poder al gobernante que no le cumple”.
También ‘oficialmente’, en sólo tres auténticas democracias existen, aún, partidos comunistas, de diversos tamaños e incidencia: Chile, España y Estados Unidos. Aunque no de manera generalizada o duradera, también hubo en algunos Estados africanos “gobiernos de inspiración comunista” o con fuerte influencia marxista, como en Angola, Mozambique y Etiopía. Además, otros, como Tanzania, implementaron políticas socialistas, aunque no necesariamente siguiendo el modelo comunista ortodoxo.
A la fecha, la ONU consigna oficialmente la existencia de 195 países en el planeta Tierra. ¿Por qué, de acuerdo a dicha cantidad, la presencia comunista en el mundo es tan reducida? Porque es la experiencia más terrorífica que puede vivir un ser humano: subsistir miserablemente, sin libertades individuales y espiado las 24 horas del día.
Tras el derribo del Muro de Berlín en 1989, se produjo la disolución del imperio rojo más grande que haya conocido la historia: la Unión Soviética. Tras su liberación, la gran mayoría de los Estados esclavizados por el Kremlin son hoy economías liberales y sistemas políticos democráticos.
Karl Marx y Friedrich Engels, en su Manifiesto del Partido Comunista publicado en 1848, se refirieron al “fantasma del comunismo”, toda una realidad hoy, porque se trata de una ideología esclavizante, intolerante y violenta, que, incluso, se agazapa detrás de gobiernos “transformadores” o “progresistas”, socialdemócratas y hasta social liberales.
Luego de que por sugerencia de Frei Ruiz-Tagle, la DC le cediera algunos de sus propios cupos parlamentarios -a mediados de los 90-, el PC chileno abandonó su asesina vía armada a través del FPMR y volvió a la institucionalidad, aunque siempre a media luz, incluso cuando Michelle Bachelet lo integró a su segundo Gobierno: ella puso esa condición para ser candidata.
Ya con caras descubiertas, pero fiel a su satánico dogma, se dio a la tarea de empoderarse y, para ello, no dudó en perforar al desinflado Gobierno de Boric. Gran sacador de ventajas en las penumbras, mientras los del Frente Amplio se dedicaban a llenarse los bolsillos con dineros del Estado, los comunistas se abocaron a adueñarse de cargos claves y frenar cuanta desesperada idea aperturista se le ocurrían a Boric o a su ex ministra del Interior, Carolina Tohá. Contribuyó, y con creces, al desmoronamiento y deterioro de este Gobierno refundacional, cuyo respaldo de 5.5 millones de votos -diciembre de 2021- se precipitó a un tacaño 1.4 millones en la reciente primaria de toda la izquierda. La meta de La Moneda era estar entre el 1.8 y 2.0 millones de sufragios: un fracaso total que responde a la obra depredadora de una administración inepta.
La única que halló oro en medio de tanta basura fue Jeanette Jara, comunista desde los 17 años, una hija de la primera gran toma ilegal de la Unidad Popular -El Cortijo, ex presidenta de los estudiantes de la USACh y derrotada en sus aspiraciones de ser alcaldesa de Conchalí. Empedernida defensora de que el 6% de cotización adicional para los trabajadores se destinará íntegramente a “solidaridad social”, le sacó lustre a su condición de discutible “autora” de una maltrecha reforma previsional, omitiendo que sin él aún inexplicable salvavidas de Chile Vamos ello le hubiera resultado imposible.
Sembró su victoria a punta de tiernas falsedades, presentándose como una social demócrata dispuesta a renunciar al PC, algo irreal porque fue el partido quien la inscribió en el SERVEL. Ocultando signos y banderas de su colectividad, ofreció a destajo obras que el marxismo combate a rajatabla.
Lo único destacable de Jara es que logró, por primera vez en la historia política de Chile, que el PC llegase a una elección Presidencial y que, a partir de ahora, sea el caudillo de los variopintos miembros del venido a menos “progresismo”. Se trata de eso y solamente de eso, porque el comunismo no pertenece a las familias de las democracias ni al mundo libre. Pruebas al canto: el PC local falló en su destructivo Golpe de Estado de octubre de 2019, fraguado en Venezuela, y volvió a fracasar con su dictatorial proyecto de la Convención Constitucional, rechazado por 8 millones de compatriotas por considerarlo un bien ceñido modelo marxista. El operador de tan tirana iniciativa fue el “comisario” Marcos Barraza, hoy investigado por viajar a un Congreso rojo, utilizando una licencia médica falsa.
Para la elección Presidencial del 16 de noviembre, esta izquierda disciplinada de 1.4 millones de votos, estará solidariamente unida al servicio del comunismo, y ello porque así ha sido siempre entre quienes provienen de la cuna marxista: la partida de nacimiento es la misma para todos.
Por su ahora liderazgo del sector, el sello del programa comunista será un cazabobos para atraer a los incautos y desinformados, y por lo mismo enfrente suyo tendrá que estar una fuerza sin vacilaciones ni transacciones y ajena a toda semejanza con los medias tintas que cada día que conocen una encuesta se desorientan y confunden aún más.
El país, felizmente, está alumbrado por el farol de la historia, la que exhibe miles de páginas con la obra sanguinaria del comunismo. Dicha luz hay que nutrirla con una sola y patriótica convicción, tal como ocurrió el histórico 4 de septiembre del 2022.
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