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Cuadernillo 2 

 

 

 

 

Jesús P. Orellana


Posiblemente sólo entienda este [ensayo] quien ya haya pensado alguna vez por sí mismo los pensamientos que en él se expresan o pensamientos parecidos.

…Lo que si quiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar.
Ludwig Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus


 

De inicio es bueno distinguir para posteriormente comprender, lo que hay de común en dos planteamientos que a primera vista parecen contradictorios; sin embargo, suelen compartir una dimensión no menor en la manera como entienden la realidad última del ser humano y la sociedad en su conjunto, me refiero particularmente a la teoría liberal capitalista y a la teoría económica marxista.

Por una parte, Adam Smith y su escuela consideran al hombre como un animal económico, un homo oeconomicus como símbolo de todo el sistema. Ese punto es tan común para el Capitalismo Burgués como para el socialismo marxista (Benoist, 2019, pág. 39). Sin embargo, estas dos posturas que han nacido como férreas opositoras en un mismo sistema de valores económicos, la primera defiende al explotador y la segunda al explotado, pero siempre nos movemos dentro del ámbito de alienación económica. Es fácil dilucidar que tanto Liberales como Marxistas están de acuerdo en un punto crucial, incluso esencial: “la función determinante de la sociedad es la economía” (Benoist, 2019), entiéndase como el soporte último, toda infraestructura real de todo grupo humano; reduciendo todo, a que sus leyes son las que permiten apreciar de un modo científico la actividad del hombre y prever su comportamiento. Dentro de este escenario, el pensamiento marxista concede el papel fundamental al modo de producción (Marx, 2017), mientras que los liberales se lo dan al mercado (Smith, 1994), finalmente será el modo de producción o el modo de consumo, lo que se conoce como economía de partida o economía de llegada, la que determina la estructura social. Con estas consideraciones, sólo queda entender la realidad de lo humano y de la sociedad en su conjunto, como una concepción donde el único fin que la sociedad civil consiente en asignarse es el bienestar material, y el único medio adecuado para tal fin es el pleno ejercicio de la actividad económica.

Habiendo sentado lo que hay de común en ambos postulados, podemos precisar que, entendiendo a los individuos como agentes económicos, actuarán siempre movidos por su mejor interés individual[1], en el caso de los liberales esto se traduciría en la búsqueda del mayor interés material, y en los marxistas, sería de acuerdo con sus intereses de clase; determinados a su vez, en última instancia, por la posición que tiene el individuo dentro del aparato productivo. Como se puede esperar nos encontramos ante un sistema optimista, como demuestra Alain De Benoist:

“El hombre es por naturaleza <<bueno>> y <<racional>>; su tendencia <<natural>> le lleva a discernir constantemente dónde está su interés (económico) y cuáles son los medios para conseguirlo; de modo que, siempre que se le dé la posibilidad, se pronunciará en favor de la solución capaz de proporcionarle las mayores <<ventajas>>.” (Benoist, 2019, pág. 39)

En este punto, tanto liberales (Arcaya, 2005) como marxistas (Cropsey, 2004) celebran que el interés individual se confunde con el interés general, es decir, esto no constituye otra cosa que la suma de cierto número de intereses individuales arbitrariamente considerados como no contradictorios entre ellos.

Esta teoría general de la sociedad explicada por un determinismo económico, contiene en sí dos importantes características, a saber, por un lado es empírica y por el otro normativa; sin embargo, parece imposible distinguir lo que resulta del dato experimental y lo que se deduce de la norma, o sea, se afirma que el hombre busca automáticamente su beneficio individual, y a la vez, se afirma que esto corresponde a una conducta natural, y por tanto, preferible, de lo que se concluye: “el comportamiento basado en motivaciones económicas se convierte así en el mejor comportamiento posible”. (Benoist, 2019, pág. 40).

Para poner el argumento dentro de un marco temporal debemos considerar que la teoría del homo oeconomicus fue simultanea al surgimiento de la economía como ciencia (Díaz, 2008), una ciencia que además ha sido puesta en jaque por lo inabordable, es decir, por una dimensión de la persona humana no aprehensible racionalmente[2], y que los defensores del economicismo se esfuerzan en reducir mediante un proceso que supone desposeer al hombre de lo que le es más propio: la conciencia histórica[3] (Gadamer, 1976), queda claro que solo puede haber ciencia económica como dice (Benoist, 2019), si la economía constituye una esfera autónoma, no dependiente de más leyes que las suyas propias, y cuyos imperativos no pueden estar subordinados a otros considerados superiores. Porque en caso contrario, si la economía no es más que una esfera subordinada, la ciencia económica se reduce a una mera técnica o metodología de geometría variable. Mientras que, como disciplina, no es más que la descripción histórica y “clasificación de los medios adecuados para alcanzar tal o cual intención de motivaciones no económicas” (Benoist, 2019, pág. 41). Por tanto, si la economía es una ciencia, y a la vez, la función determinante de la estructura social, el hombre dejaría de ser dueño de su destino, para pasar a ser el objeto de unas leyes económicas cuyo conocimiento, cada vez más profundo, permite dilucidar el sentido de la historia. Luego, el devenir histórico responde exclusivamente a los datos económicos y el hombre sería movido por esos datos, lo que trae como resultado: que el mundo marcha necesariamente hacia un progreso cada vez mayor o, dicho de otro modo: hacia la sociedad sin clases.

Con lo visto hasta aquí, podemos apreciar que economicismo se encumbra como una primera laicización de la teoría judeocristiana del sentido de la historia como observa (Lapage, 1978), quien postula que la teoría liberal se apoyo en un principio, paralelamente a la aparición del concepto de propiedad en:

“la lenta maduración de la filosofía del progreso de que fue vehículo por tradición judeocristiana y su nueva visión lineal de la historia, frente a la visión cíclica del mundo antiguo…los factores propiamente económicos, no habrían bastado para engendrar una nueva civilización en profunda ruptura con la precedente si, a la vez, la difusión del universo mental judeocristiano no hubiese contribuido a modelar un nuevo espíritu”. (Lapage, 1978, pág. 209)

Pero como el liberalismo no se agota sólo con esto, sino que históricamente consiste sobre todo en una “reivindicación de la libertad para las nuevas formas de poder que nacen frente al Estado y para quienes las manejan” (Maulnier, 1937). Dicho de otra manera, el liberalismo es la doctrina por la que la función económica se emancipó de la tutela de lo político y justificó esa emancipación.

Con respecto a liberalismo y su relación con el Estado, podemos precisar que el liberalismo se manifiesta dos maneras: por una parte, hace gala de una crítica violenta enrostrando su ineficacia y denuncia todos los peligros del poder; y por otra, se esfuerza por hacer bascular o pivotar al Estado hacia la esfera económica, con el único fin de despolitizarlo e invertir el orden de las jerarquías de funciones, es decir, a medida que va aumentando el desarrollo de la casta económica atrae hacia sí la sustancia del Estado, subordinando poco a poco la decisión política a los imperativos económicos. Por tanto, la tarea del gobernante se vería reducida a la sola función de mantener el orden y la seguridad, sin los que evidentemente no hay libertad de comercio, por tanto, es una suerte de defensa de la propiedad económica. Pero a cambio de esta función, además debe exigir lo menos posible y proteger a los negociantes, dejándoles la máxima libertad de acción. En definitiva, el Estado deja de ser el Señor para pasar a ser el Esclavo de los que mejor informados que él de las leyes de la economía[4], que a su vez también están mejor situados para organizar el mundo con arreglo a su mejor interés. Siguiendo la idea de (Andreu & Tortorella, 2017) sobre el concepto de Estado en Jean Baptista Say, el economista citado entiende al Estado un mal necesario, una triste realidad, un agente torpe cuyas prerrogativas hay que reducir constantemente[5], en espera del día feliz en que podamos deshacernos de él (Say, 1883). Esta es una idea muy propia de los intelectuales liberales; sin embargo, es curiosa la semejanza con la tesis de la desaparición del Estado de Marx. (Cantamutto, 2013).

Y para profundizar las cosas, tomaremos un concepto que da mucho que hablar, pero ante el cual, algunos sienten fobia, es el concepto de igualdad,[6] tomado del ámbito teológico es también reducido al estado laical y traído a la tierra “en nombre de una metafísica profana, centrada en una abstracción hipostasiada que hace las delicias de la teoría jurídica del derecho natural: la naturaleza humana”.[7]

Con el postulado anterior de una igualdad natural aparece intrínsecamente implicado en la teoría liberal. Es decir, si los hombres no fueran fundamentalmente iguales, no todos tendrían la capacidad de obrar racionalmente en vistas de su mejor interés; sin embargo, es bueno dejarlo muy claro, porque en la puesta en práctica de la teoría de la igualdad natural, sucede lo que nos señala (Benoist, 2019, pág. 43), se tiende “sobre todo a sustituir unas desigualdades no-económicas por otras económicas”, por ejemplo, antes se consideraba que ser millonario era por ser poderoso, hoy se es poderoso por ser millonario. La superioridad económica, cuando no va en concordancia con una superioridad intelectual o espiritual, se convierte así en un factor decisivo bajo la máxima: tal individuo gana más dinero, por tanto, tiene más razón.[8] De ahí que el éxito económico se confunde con el éxito sin más, el espíritu cuando no es totalmente aniquilado[9] se ve enjaulado en un solo terreno. El aprendizaje del éxito económico trae consigo la selección de los mejores, es decir, a los que resultan ser más aptos para la lucha por la vida, lo que en otras palabras se denomina el darwinismo social. Se suprimen los privilegios de nacimiento, como las aristocracias hereditarias y las órdenes feudales, pero al mismo tiempo se instaura una jungla económica en nombre de la igualdad universal, donde las desigualdades subsistentes son atribuidas a la pereza o la imprevisión, y con esto se da paso a las condiciones de posibilidad para el llamado a un socialismo que mejore la oferta.

Esta concepción errada de la libertad[10] y esta falsa idea de igualdad acaban por despojar al individuo de toda su dimensión de humanidad, y todas las razones de participar de una identidad colectiva. Pues, en el sistema liberal solo cuenta la dimensión individual, acompañada de sus antítesis: la humanidad. Todas las dimensiones intermedias como: nación, pueblo, cultura etnias, etc., tienden a ser negadas, descalificadas[11]o consideradas como insignificantes; por tanto, el interés individual domina al interés comunitario, es decir, los derechos del hombre se refieren exclusivamente al individuo aislado, o a la humanidad. Los individuos reales son percibidos como un concepto abstracto del individuo universal. La sociedad comprendida como integradora del individuo[12] se ve despojada de sus propiedades connaturales a la persona, y pasa a ser una simple suma de sus habitantes en un momento cualquiera. La propia soberanía política es reducida al nivel individual, al estar proscrita cualquier trascendencia del principio de autoridad, el poder no es ya más que una delegación hecha por unos individuos que no son más que la suma de una cantidad de votos.

La Soberanía del Pueblo no es de ninguna manera la soberanía del pueblo en cuanto tal, “sino la indecisa, contradictoria y manipulable de los individuos del cual ese pueblo se compone” (Benoist, 2019, pág. 44), al ser los individuos iguales y tener primacía sobre las colectividades, el desarraigo se convierte en regla, por tanto, la movilidad social y la necesidad económica se convierte en fuerza de ley. La práctica dirigida a consumar la teoría favorece la abolición de las diferencias, que además han sido calificadas de injustas, al depender del azar del nacimiento. Lo que implica: “romper las comunidades naturales, las metáforas orgánicas, las tradiciones históricas propicias a encerrar al sujeto en un conjunto que se supone no ha elegido” (Moureau, 1978). Por consiguiente, la concepción orgánica de la sociedad es sustituida por una concepción mecánica inspirada en una física social, porque hay una fuerte negación a que el Estado pueda ser asimilado a la familia o que la sociedad sea un cuerpo.

Por último, una de las principales características de la economía liberal es su indiferencia y su irresponsabilidad frente a las herencias culturales, las identidades colectivas, los patrimonios y los intereses nacionales, esto ocasionado por la venta al extranjero de las riquezas artísticas nacionales, la interpretación de la utilidad en términos de rentabilidad comercial a corto plazo, la dispersión de las poblaciones y la organización sistémica de las migraciones, la cesión a sociedades multinacionales de la propiedad o la gestión de sectores enteros de la economía, la libre difusión de modos culturales exóticos, la sumisión de los medios a la manera de concebir y de hablar ligados al desarrollo de las superpotencias políticas o ideológicas del momento, estas “son las características de las sociedades occidentales actuales que constituyen la derivación lógica de la aplicación de los principales postulados de la doctrina liberal” (Benoist, 2019, pág. 45). Con todo, el arraigo que exige cierta continuidad cultural y una relativa estabilidad en las condiciones de vida, no puede menos que chocar con el leitmotiv del nomadismo permisivo resumido en el principio liberal laisser faire.


Bibliografía

[1] Interés de carácter económico

[2] En sentido reduccionista.

[3] “Pensemos una vez más en la interpretación de un texto. El intérprete, tan pronto como descubre algunos elementos comprensibles, esboza un proyecto de significado para la alteridad de éste. Los primeros elementos significativos se perciben cuando se ha puesto en la lectura un interés más o menos determinado. Comprender la cosa que surge ahí ante mí, no es más que elaborar un primer proyecto que se corregirá después, en la medida en que poco a poco se vaya descifrando. Descripción que no es evidentemente más que un tipo de abreviatura ya que el proceso es cada vez más complicado: en primer lugar, sin la revisión del primer proyecto, no hay allí nada para constituir las bases de un nuevo significado. Seguidamente, pero también al mismo tiempo, los proyectos discordantes ambicionan formar una unidad de significado hasta que la ‘primera’, interpretación se bosqueja para reemplazar los conceptos esbozados por otros más adecuados.

Es esta oscilación perpetua de perspectivas interpretativas la que Heidegger nos describe, es decir, la comprensión como el continuo proceso de formación de un proyecto nuevo. Quien así procede se arriesga siempre a caer bajo la sugestión de sus propias ofuscaciones; corre el riesgo de que la anticipación que ha preparado no esté conforme con lo que la cosa es. La tarea constante de la comprensión reside en la elaboración de proyectos auténticos y proporcionados al objeto de la comprensión. En otros términos, se trata ahí de un golpe de audacia que espera ser recompensado par una afirmación que viene del objeto. Lo que se puede calificar aquí de objetividad sería únicamente la confirmación de una anticipación en el curso mismo de la elaboración de esta última. Así pues, ¿cómo damos cuenta de que una anticipación es arbitraria y no es proporcionada a su tarea, de no ser colocándola en presencia de la cosa que le pueda permitir mostrar su debilidad? Toda interpretación de un texto debe comenzar por una reflexión del intérprete sobre las ideas preconcebidas que resultan de la situación hermenéutica donde él se encuentra. Debe legitimarlas, es decir, preguntarse por su origen y valor”. (Gadamer, 1976, pág. 101)


[4] Los verdaderos determinantes dentro de la sociedad.

[5] Sistema de los “contrapoderes”.

[6] Un análisis interesante del liberalismo y la igualdad se encuentre en (Nagel, 2003 )

[7] Entenderemos por naturaleza humana de acuerdo con la tradición clásica: “La igualdad natural o moral se basa en la constitución de la naturaleza humana común a todos los hombres, que nacen, crecen, viven y mueren de la misma manera. Puesto que la naturaleza humana es la misma en todos los hombres, es evidente que, según el derecho natural, todos deben estimar y tratar a los demás como seres que les son iguales por naturaleza”. (Garcia-Huidobro, 2005) (Rodríguez, 2004) (Aristóteles, 2003) (Finnis, 2000)

[8] Dialéctica de los exitosos y lo fracasados.

[9] Como ocurre en los sistemas comunistas.

[10] Para un estudio detallado de la libertad (Millan-Puelles, 1995)

[11] En tanto que son productos de la acción política e histórica, y en tanto que es obstáculos a la libertad de comercio.

[12] En el sentido en que el organismo integra en un orden superior a los órganos que lo componen.

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