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31 agosto, 2020 

 

 

 

 

 

Pilar Molina
Periodista


Todo apunta a que la vida social es lo que más contagia, pero en Chile, en vez de restringirse ésta y abrir los colegios y la economía, se hace al revés.


Los colegios “no deben convertirse en una variable de ajuste de la crisis sanitaria”, subrayó el ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, explicando que por eso había insistido en que el desconfinamiento escolar se produjera en mayo y junio, antes de las vacaciones de verano. Mañana 1º de septiembre los niños franceses vuelven nuevamente a clases presenciales, como ocurre en la mayor parte, si no en todos los países de Europa. Con protocolos especiales, es cierto, pero regresan.

En Chile, en cambio, no hay para cuándo, porque a diferencia de lo que ocurre en los países desarrollados, la primera variable a la que se recurre para bajar la circulación del coronavirus es el colegio. El Mineduc le suspendió las clases presenciales a los niños en marzo, al inicio mismo de la pandemia, una semana después que el Colegio Médico todavía creía oportuno convocar a marchas masivas en todo el país (8M). Ahora se pueden usar los establecimientos para votar, porque el plebiscito es muy, pero muy importante, pero los niños no pueden ocuparlos ni un día del mes para ir a estudiar.

El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advirtió sobre las consecuencias de “la mayor disrupción que ha sufrido nunca la educación” producto de la pandemia del Covid-19 y la calificó como una “catástrofe generacional” que minará décadas de progreso y exacerbará las desigualdades. Los menores no sólo no están aprendiendo, sino que encerrados en sus casas están pagando altos costos socioemocionales, aumentando los riesgos de abuso sexual y violencia intrafamiliar. Hasta la obesidad infantil se eleva estos días.  Se calcula que 81 mil niños no regresarán este otro año a clases porque el distanciamiento en la relación profesor y alumno agrava la deserción escolar. Hoy solo el 40% de nuestros escolares estudia en colegios que le entregan educación masiva a distancia. Y ni hablar de los problemas de los padres para hacer de profesores con los pequeños y de cómo volverán a trabajar si alguien tiene que quedar al cuidado de sus hijos menores. La conciencia adormilada de la sociedad frente a esta tragedia se refleja en que sólo el 5% está de acuerdo con volver a clases presenciales (Cadem).

El tema, sin embargo, como se lamenta nuestro ministro de Educación, Raúl Figueroa, se ha convertido en una trinchera política de la oposición que silencia la discusión. El Colegio de Profesores salta cada vez que se anuncia la posibilidad de abrir los colegios en alguna localidad (en que hay seguridad y en forma voluntaria y gradual).  Mario Aguilar, su presidente, ha acusado reiteradamente al ministro de tener una “obsesión por forzar el retorno a clases”. El senador Guido Girardi (PPD) incluso deliró que detrás de esta “obsesión” puede estar la idea de generar un rebrote para impedir el plebiscito del 25 de octubre. El dirigente gremial nunca ha estado dispuesto a discutir las condiciones sanitarias mínimas y los protocolos de regreso que ha previsto la autoridad, sino que ha dado un gran portazo al tema que seguirá vigente no sólo este año, sino que también el próximo, mientras no llegue una vacuna a Chile. ¿Pretenderán que los niños no vuelvan más a clases?

La excusa del Colegio de Profesores, buena parte de la oposición y muchos alcaldes, es que normalizar los colegios amenazaría la salud de toda la comunidad escolar. Bien increíble que usen ese argumento cuando hay decenas de estudios que comprueban que el entorno escolar no es uno de los principales contribuyentes a la pandemia, como señala Hans Kluge, director regional de la OMS para Europa. Una investigación que se hizo en Barcelona demostró que los niños transmitían el coronavirus 6 veces menos que los adultos en un mismo periodo de tiempo. Y el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, por citar otra, certifica que la tasa de hospitalización pediátrica en Estados Unidos ha sido 20 veces inferior a la de los adultos. Contagian y se enferman menos, pero no los dejan seguir su proceso de aprendizaje y socialización por temor a que enfermen a adultos, los que se pueden cuidar solos. Son adultos y pueden decidir si ven o no a hijos y nietos, y si trabajan en las escuelas, pueden tomar parte de las precauciones que adopta el personal de salud.

Todo apunta a que la vida social es lo que más contagia, pero en Chile, en vez de restringirse ésta y abrir los colegios y la economía, se hace al revés. El citado director regional de la OMS defendió la apertura de los establecimientos en Europa, a pesar del riesgo de un rebrote, afirmando que “lo que sabemos es que no podemos abrir sociedades sin abrir primero las escuelas”. En Chilesin embargo, hemos vuelto a celebrar matrimonios y a la vida social. Más aún, hay comunas todavía en cuarentena con mayor circulación que la que tenían en marzo, pero que tienen sus colegios y obras en construcción clausuradas.

Lo más increíble es que los que cargan los costos de la pandemia a los niños no se hagan cargo de que los colegios clausurados profundizarán como nunca la pobreza y la desigualdad. El informe del Banco Mundial y el Mineduc, divulgado la semana pasada, es lapidario. Si no retornan a clases, los niños del primer quintil más pobre perderán el 95% de los aprendizajes y solo el 27% de ellos está recibiendo educación a distancia, versus el 89% del quintil con más recursos. Los más vulnerables son los que asisten precisamente a los colegios públicos, donde el tema no es solamente la falta de dispositivos electrónicos (el 77% de ellos los tiene) sino que nada reemplaza el sistema presencial. Y si la actual situación se prolonga, añade el estudio, solo el 34% tendrá capacidad para continuar aprendiendo en forma telemática a diciembre.

Sin duda que nuestros escolares preferirían pagar los costos del Covid-19 a no asistir al colegio, pero a ellos nadie les pregunta. “Los niños no marchan”, fue el slogan que se repitió a propósito del oscuro panorama de los niños bajo tutela del Estado que reveló la muerte de Lisette Villa en un centro del Sename en 2016. La mala noticia es que la agenda de “los niños primero” sigue igualmente pendiente en el Congreso y que esta sociedad se está encargando que sean las nuevas generaciones las que tengan que pagar a futuro los peores costos de esta pandemia.

A pesar de la campaña del terror de la oposición y el Colegio de Profesores para no abrir las escuelas, como denunció el ministro Figueroa, el terror es mantenerlas clausuradas.

¡Liberen a los niños y déjenlos volver a clases!

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/pilar-molina-liberen-a-los-ninos/

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