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28 diciembre, 2020 

 

 

 

 

 

Iván Witker
Investigador ANEPE.
Académico Escuela de Gobierno U. Central. PhD U. Carlos IV, Praga, República Checa


El PC local ha entrado en una fase de mutación definitiva, susceptible de describir con estas desgarradoras palabras de Rubén Darío. Se encamina así por una ruta semejante a la de otros en el mundo, e inevitable desde la disolución de la URSS. Con casi todos los PC urbi et orbi extinguidos, el partido de Recabarren era desde hace una buena cantidad de años un vestigio anómalo.


Aunque en casi todos los países se dieron auto-disoluciones rápidas, o integración en otras estructuras orgánicas, el PC chileno parecía incombustible. Los desgajamientos intermitentes desde fines de los 70, sea por el desinterés de algunos militantes en el llamado socialismo realmente existente o por su disconformidad con la lucha armada, no le hacían mella. La estrategia de sobrevivencia se basó en trasladar su visión de lucha de clases a las áreas culturales, combinando de manera ingeniosa su estructura interna leninista con un accionar externo de tipo gramsciano. El resultado parecía asombroso. Sus éxitos más rotundos fueron la estigmatización del concepto del lucro (aceptado de manera generalizada por la sociedad), su incorporación al parlamento y  un acceso breve al gobierno. Todo, sin dejar de lado las manifestaciones callejeras. El gran estratega fue el aparato partidario. Hasta hora.

Sin embargo, los resultados de su 26º Congreso confirmaron varios tipos de quiebres, siendo el generacional-político el de mayor impacto para su futuro. La razón descansa en la escasa adhesión obtenida por la vieja guardia, representada por su Presidente y Secretario General, ocupando los últimos lugares en las preferencias de los votantes. Ello implica una feroz derrota del aparato partidario, obligando a preguntarse qué tanta centralidad tiene este fracaso.

Objetivamente mucha. El aparato fue en todos los partidos comunistas un ente gaseoso, cuya naturaleza era actuar como depositario de las grandes directrices y acciones, así como mantener el monolitismo. La centralidad del aparato -al no ser una instancia formalmente constituida- permaneció esquiva para la mayoría de los interesados en estudiar la historia y conducta de los PC. Y la verdad es que un partido comunista sin aparato es cualquier cosa menos un partido comunista. La pertenencia a él estuvo siempre determinada por la asistencia a una Escuela de Cuadros; de preferencia en la antigua URSS o Cuba. Fue un ente de claras reminiscencias católicas, donde intrincados vericuetos no sólo conducían a estadios superiores de revelaciones, sino generaban también complicidades extremas. Por lo mismo, la ausencia de un aparato, explica la imposibilidad de otros partidos de izquierda interesados en convertirse en leninistas, de alcanzar dicha meta.

El triunfo tan aplastante de quienes nunca pasaron por una Escuela de Cuadros (o bien asistieron a una sin el rigor leninista) es indiciaria de la inminente mutación de la naturaleza del partido. A mayor abundamiento, el grueso de los victoriosos se hicieron militantes recién después de 1990, lo que los sitúa en un rango inferior; una especie de católicos sin bautizo. En consecuencia, podrán tomar el control del partido, lo podrán re-direccionar e incluso remozar, pero lo convertirán necesariamente en algo de naturaleza distinta.

Habida cuenta de lo ocurrido en el congreso, entre las opciones más a la mano para el reciclaje partidario está el feminismo. Ello no deja de ser curioso. Mujeres y jóvenes fueron segmentos que jamás lograron captar las preferencias de la militancia ni menos traducirla en cuotas de poder interno. Ello fue apreciable a escala global. El feminismo, como idea política, e incluso la presencia masiva de mujeres, oscilaban entre lo impracticable y lo irrelevante. Cada uno solía tener una mujer y un joven para la exhibición. Egon Krenz y Margot Feist en la RDA, Nico Jr. y Elena Ceauscescu en Rumania, Roberto Robaina y Vilma Espín en Cuba son claros ejemplos. La total discordancia entre esto y la ola de feminismo ha motivado a algunos simpatizantes del leninismo a intentar revivir en los últimos años a la ucraniana Aleksandra Kollontai (autora de “La Bolchevique enamorada” y “El Amor en la Sociedad Comunista”) como precursora de tales ideas. Un intento algo excesivo.

El PC chileno no fue ajeno a esto y tal tendencia se manifestó muy tempranamente. El destino de Teresa Flores, esposa de Luis E. Recabarren, habla por sí sólo. Tras el suicidio de su marido, la “compañerita”, como era conocida, fue consumida por el olvido inmediato y total.

Sin embargo, un posible reciclaje a través del feminismo representa una tremenda incógnita. Los antecedentes al respecto son nulos. La experiencia señala que la mayoría de los PC llegaron a sus respectivas estaciones terminales sin planes concretos de mutación, por lo que se fragmentaron o integraron a otros grupos contestatarios.

Así entonces, el otrora influyente partido comunista español de La Pasionaria y Santiago Carrillo, cuya difícil inserción en la España postfranquista tantos dolores de cabeza provocó en el Rey Juan Carlos, Adolfo Suarez y Felipe González, no resistió la exitosa transformación socialdemócrata del PSOE ni el derrumbe de la URSS, difuminándose en Izquierda Unida y Podemos. En tanto, el poderoso Partido Comunista italiano que, tras romper con Moscú en 1978 poco o nada de leninista mantuvo, optó por disolverse días después de la caída del Muro de Berlín para aliarse a grupos socialdemócratas y dar vida al Partido Democrático de Izquierda. En Francia, el Partido Comunista que alguna vez cautivó a grandes artistas como André Breton, Gilbert Becaud, Paul Eluard y tantos otros, ha estado varias veces al borde de la extinción y sus vestigios forman parte ahora de un pequeño Frente de Izquierda. También muy difuminado, el PC uruguayo se integró a un Frente Amplio dominado por los Tupamaros. En tanto, el microscópico PC argentino pertenece ahora al Frente de Todos, el cual busca con fruición un lugar en el universo K. En México, optaron por un camino menos tortuoso y se desintegraron.

El PC chileno arriba a su estación terminal con una cierta noción de inevitabilidad, producto de los signos inequívocos de quiebres. Pese a ello, nadie parecía preguntarse con seriedad qué excepcionalidad albergaría la sociedad chilena para mantener esa tremenda anomalía de tener un PC activo y punzante.

Es probable que la vieja guardia, atrincherada en el aparato, sospechaba que este momento llegaría más temprano que tarde. Sin embargo, los Teitelboim, los Corvalán, los Américo Zorrilla, difícilmente hubiesen imaginado que serían las exigencias de la vida democrática, escenario donde actúa el PC (con un pie), las que instalarían un caballo de Troya en su seno. Obligado a ambientar elecciones internas bajo parámetros asimilables a un régimen democrático, los resultados provocaron una sorpresa rayana en la estupefacción. El aparato partidario tenía fama de invencible. Sin embargo, el PC chileno siempre ha tenido una suerte de paranoia con su vida interna. Ya graficaron con la figura del caballo de Troya su primera lectura crítica de la UP en un documento emitido a fines de 1973.

Parece irrebatible que el partido ha iniciado su ingreso a una nueva etapa de su centenaria existencia. Poca congruencia tendrá ese futuro PC con aquel señero texto de Lenin, Qué Hacer, el cual permitía comprender la naturaleza de estos partidos. A diferencia de tiempos de Recabarren y Corvalán, el nuevo PC tendrá, con toda probabilidad, una mayor sintonía con grupos feministas y anti-capitalistas europeos. Si ello ocurre, no debería descartarse que sus nuevos líderes descubran pronto el lastre que significa su obsoleta denominación.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/ivan-witker-el-pc-tras-su-congreso-si-me-quitas-el-punal-me-muero-si-me-lo-dejas-me-mata/

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