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22 junio, 2021 

 

 

 

 

 

Vanessa Kaiser
Acádemica Universidad Autónoma


¿Por qué no hay una discusión abierta que permita a cada quién reflexionar y tomar sus decisiones, como sucede en Suiza o Alemania?


Al estallido de octubre y su fiebre revolucionaria se sumó la pandemia, el avance irrefrenable del terrorismo en el sur y la crisis económica. Parecía que ya era suficiente; pero no, como dijo Bachelet, “cada día puede ser peor”. A todas las enfermedades anteriores se suma una psicosis desmedida frente a la decisión libre de las personas a vacunarse. Como diría Nietzsche, acá, en la sociedad de las ovejas que aceptaron el Transantiago, olvidaron los incendios de 2017 y suponen que un papel cambiará las condiciones materiales de sus vidas, se yerguen los pastores en sus podios mediáticos indicando con su dedo acusador a cualquier persona que reflexione sobre su salud, la enfermedad a la que se enfrenta y las soluciones de las que dispone.

A ellos se suman madres, padres, abuelos e hijos que miran de reojo a quienes están dispuestos a reflexionar sobre vacunas que no cumplen con los estándares aplicados normalmente a las vacunas -especialmente por el tiempo de investigación y experimentación-, ejerciendo una presión social que no se responsabiliza en absoluto de las consecuencias en el mediano y largo plazo. ¿O es que alguna empresa farmacéutica, gobierno, político, líder de opinión, médico o familiar asumirá la responsabilidad en caso que en el futuro tengamos malas noticias sobre los efectos secundarios? La respuesta es un categórico no. Esa es la razón por la que a ningún gobierno se le ha ocurrido llegar al extremo de obligar a la población a vacunarse. Pero la verborrea irrefrenable de los paladines doctrinarios no encuentra resistencia, puesto que toda opinión disidente, incluso de médicos y expertos, es silenciada. Sólo el ministro Paris ha podido decir que “en ningún país del mundo las vacunas son obligatorias porque son vacunas aprobadas en emergencia”. ¿Qué significa “aprobadas en emergencia?” ¿Por qué no hay una discusión abierta que permita a cada quién reflexionar y tomar sus decisiones, como sucede en Suiza o Alemania? ¿Qué tenemos los chilenos para ser privados de nuestro libre arbitrio que los demás ciudadanos de democracias occidentales no tengan?

Para quienes aún viven a consciencia, las cosas se pondrán peor. Y es que, acompañado del fervor pandémico por la vacuna, se está instalando la idea del pasaporte sanitario. Un conocido me dice que, en Alemania, eso es impensable. Bajo el Tercer Reich tuvieron pasaportes similares que establecían la pureza e impureza de la raza. La diferencia es que, con la digitalización, el pasaporte sanitario afectará todas las áreas de la vida de un individuo. Pero a las ovejas no les importa. No les importa si, en realidad, estando vacunados, no corren ningún peligro frente al disidente. Tampoco que, si se implementan, los pasaportes totalitarios serán las primeras identificaciones digitales con un formato común en el mundo para todo habitante del planeta. Eso significa que, quien sea que controle esa base de datos podrá programar el algoritmo para prohibir o permitir a quien tenga su pasaporte de vacunas cruzar una frontera o ir a comprar el pan. En cualquier momento podrá decirle a usted: “Señora, su sobrino no está vacunado; mientras no lo haga, no le renuevo el pasaporte.” En otras palabras, “damas y caballeros, bienvenidos al totalitarismo sanitario del siglo XXI.”

Pero a las ovejas nada de eso les importa; confían en la misma clase política que tiene al país en las cuerdas. Vale la pena citar aquí una carta a El Mercurio de Félix Berríos, economista. En ella comenta un estudio de la Universidad de Oxford según el cual “si nos restringimos a países con algún grado de vacunación decente (digamos al menos 30% de la población)”, Chile es el país que encabeza la rigurosidad de medidas aplicadas a nivel mundial. ¡Sí señores! Número uno. Lo que el estudio no evalúa es cómo se implementan estas medidas y qué tipo de profesionales las imponen.

He conversado con peluqueras, emprendedores, dueñas de hostales y todo tipo de chileno esforzado. Para graficar su situación frente a la autoridad sanitaria, una de ellas me dijo: “dale poder a un mediocre y tendrás a un tirano”. No hace falta preguntarse quién es el mediocre. Sabemos que la mayoría de nuestros funcionarios (siempre hay excepciones) ocupan sus cargos gracias a su condición de operadores políticos; no por mérito ni capacidades. Ellos son la mano negra de un gobierno cuya hipocresía ha terminado por capturar las mentes de ciudadanos expuestos a un discurso hegemónico que ha legitimado la destrucción de nuestras libertades básicas, acercándonos al nivel de vida civil de la población china que no conoce el derecho a la libertad de expresión, movimiento, credo, huelga, trabajo, etcétera.

La hipocresía que está sepultando a la derecha con su electorado tradicional se manifiesta, primero, en la desinformación. Vuelvo a preguntar, ahora en este medio: ¿cuántas camas UCI están ocupadas por enfermos de Covid y cuántas por personas con otras enfermedades? ¿Cuántos de ellos se encuentran en estado grave habiendo sido vacunados? ¿Cuántos enfermos mueren de Covid y cuántos de otras enfermedades con Covid? ¿Cuántas personas, hoy en estado grave, tienen enfermedades previas no tratadas el año pasado producto de las cuarentenas? ¿Qué porcentaje de ellos está vacunado? ¿Previene la vacuna de contagios o sólo atenúa la gravedad de los síntomas? ¿Cuál es el método científico usado para afirmar que los síntomas son menores en una persona inoculada? ¿Responderán los laboratorios en caso de efectos colaterales? ¿Cuánto dinero ha gastado Chile en la compra de vacunas y por qué, con estos niveles de vacunación seguimos encerrados? Si la gran mayoría está vacunada y los jóvenes sin enfermedades previas experimentan la enfermedad como un resfrío común, ¿qué importa el número de contagiados? ¿Cuáles son los motivos por los que en Europa prácticamente no se inocula con la vacuna china? ¿Qué pasará con las nuevas cepas? ¿Cuántas dosis es capaz de resistir un cuerpo humano y hasta qué punto llegaremos con las nuevas variantes de la enfermedad?

Finalmente, en la dimensión de la incoherencia se plantean los siguientes interrogantes: ¿Por qué no puede hablarse de este tema abiertamente en diversas redes sin ser inmediatamente censurado? ¿Están cumpliendo con su cuarentena los narcoterroristas de la macrozona sur? ¿Se obligará a los pueblos originarios a renunciar a su medicina tradicional y a inocularse? Si quienes no se vacunan deben renunciar a camas UCI, ¿lo harán también aquellos que tengan enfermedades previas “voluntarias” como la obesidad, el tabaquismo, el sedentarismo y el alcoholismo? ¿No es contradictoria la defensa, por acción u omisión, de la inmigración ilegal si estamos intentando lograr la inmunidad? Y… si todos los años en esta época las camas UCI escaseaban, ¿por qué muestran la actual falta de camas como si fuera el producto de este virus y no un estado permanente del sistema de salud público? En fin… con este nivel de desinformación e incoherencias es absurdo imponer por el látigo social lo que no puede la coerción estatal, a menos que estemos ante un estulto rebaño de ovejas.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/vanessa-kaiser-pasaporte-totalitario/

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