Imprimir

28 enero, 2023 

 

 

 

 

 

Por Pilar Molina


Los problemas no son los ministros, es él. Luego, hacer saltar los fusibles no será la solución a nada.


El caso de los indultos a los que delinquieron en el estallido social, se agravó cuando él infringió la Constitución al intervenir en un fallo del Poder Judicial, declarando que los indultados eran inocentes y que hubo “irregularidades” en el proceso que sancionó al ex frentista. Así se lo hizo ver la Corte Suprema, convirtiéndolo en un ejemplo de libro para ser acusado constitucionalmente, pero la oposición no parece estar dispuesta a seguir el camino de destrucción de las instituciones que antes pavimentó la coalición gobernante desde la oposición.

Fue él, además, quien puso en la cartera de Justicia a una mujer que no era abogada, argumentando que quería acercar la justicia a la gente. Logró exactamente lo contrario, porque al menos la ex Presidenta Bachelet tuvo un ministro de Justicia que no quiso firmar el indulto del ex frentista Mateluna y esta ministra, en cambio, no podía tener argumentos para evaluar que jurídicamente no correspondía o estaba mal fundado el perdón de la pena al ex terrorista.

En el caso del audio que dejó al descubierto la liviandad con que tratan temas de relaciones internacionales los que ahora “habitan” la Cancillería, fue él nuevamente quien agravó la situación abriendo otro flanco mayor en la reunión en Buenos Aires de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac. Mirando “al club de amigos ideológicos” (como calificó a esta organización progresista el Mandatario de Uruguay), él se dio un gustito cuando se erigió en denunciante de la represión de la protesta en Perú que se inició en diciembre. La Cancillería peruana tuvo que recordarle que la crisis la inició un fallido golpe de Estado de Pedro Castillo, otro amigo de él. 

Apuntando, seguramente, a tomar estatura internacional en materia de DD.HH., se puso a pautear al país limítrofe sobre el respeto a esta materia. Como siempre, lo hizo desde la mirada octubrista de la reacción a la acción de la policía y no desde la obligación primordial del Estado de mantener la seguridad y el orden público en aras de asegurar la democracia.

Recuperando la épica de cuando marchaba como estudiante y diputado, se condolió que “personas que salen a marchar, a reclamar lo que consideran justo, terminan baleadas por quien debiera defenderlas”.  “Debía también llamar a la extrema izquierda en el Perú, que incluye Sendero Luminoso, y a las economías ilegales, a dejar de atentar contra la democracia, la policía y los edificios públicos”, le reprochó Michael Reid, el editor senior del Economist.

Pero fue más allá, porque sus amigos de México, Colombia, Argentina y Bolivia lo apoyan (Lula ha callado) e  incluso se atrevió a exigir “un cambio de rumbo en Perú”.

Fue él también, no la Canciller, por grosera y liviana que sea para abordar los asuntos de Estado, el que buscó el día uno exhibirse como defensor del indigenismo, recriminando al rey de España una supuesta tardanza al acto de asunción al cual había invitado.

Como cree ser un valiente (en Chile diríamos, un choro), en la Cumbre de las Américas se complació en darle lección y recriminar a EE.UU. por su ausencia en una  reunión sobre protección de los océanos, desconociendo que a su derecha se sentaba precisamente el ex Secretario de Estado y encargado especial de la Casa Blanca del Medio Ambiente, John Kerry.

Fue decisión de él, también, retrasar la promulgación del TPP 11, a pesar de la plegaria de los exportadores. El subsecretario Ahumada es un funcionario que recibe instrucciones. Fue él, asimismo, quien haciendo gala de su poder ante el mundo palestino, le dio un portazo al embajador de Israel cuando acudió a La Moneda a presentar sus cartas credenciales. O quien prometió que abrirá una embajada en Palestina, donde ya tenemos hoy un representante con rango de embajador.

Es que él no le tiene miedo a nadie. Ni a los capitalistas, ni a los judíos.  Menos a los militares, a los que cantó su deseo de orinarles en sus cascos. Porque se cree impune y empoderado por las “grandes mayorías abusadas” salió a encarar y gritarle a los obedientes uniformados que fueron mandados a resguardar el orden público en la Plaza de Armas, cuando como oposición apoyaba la quema y destrucción de Santiago.

Mucho se habla de cambio de gabinete ahora en marzo para contradecir la profecía de “cada día puede ser peor”. Pero nada cambiará, ni aunque salgan de La Moneda todos los ministros del Frente Amplio y del PC o todos sean sustituidos por los candidatos del Socialismo Democrático que hacen fila. Al final, ni los consulta cuando tiene el impulso de cerrar el año indultando delincuentes o iniciar 2023 rechazando el proyecto de Dominga, otra “promesa de campaña”.

Él es finalmente quien marca el rumbo y actúa siempre al límite o sin límites. Al día siguiente dice “respeto la institucionalidad” (se trate de la Corte Suprema o de Perú). Es él quien en medio del cuadro recesivo no se ha desviado un ápice de la ruta refundacional del candidato de la primera vuelta que apoyó el fracasado proyecto constitucional del octubrismo.

No porque un día se ponga el sombrero con que consiguió los votos para ser electo es que en verdad se ha moderado y se arrepiente de no haber invitado un solo empresario al acto de asunción. Cuando soplaban los vientos de revolución andaba para adelante, pero ahora, cuando se trata de hacerse cargo de los problemas del país real, actúa indiferente frente a ellos, donde el principal parece ser él.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/pilar-molina-el-problema-es-el/

.