José Ignacio Vásquez Márquez
Profesor de Derecho Público y Ciencia Política
Facultad de Derecho, Universidad de Chile


Roger Scruton uno de los más destacados filósofos contemporáneos, falleció el año 2020. En su trayectoria intelectual fue capaz de abordar un amplio abanico de temas: desde la filosofía política, la estética, la literatura, la religión, además de la música, la enología, y otros tantos intereses. Fue un pensador multifacético y muchas veces polémico, sin temor a denunciar las imposturas ideológicas principalmente de la izquierda. Sus posiciones intelectuales y su consistente defensa de los valores tradicionales, en contradicción a los dogmas de lo políticamente correcto, fueron censurados por los custodios inquisitoriales de éstos -las intelligentsias modernas progresistas y posmodernas-, frente a lo cual Scruton no se rindió, antes bien, las analizó y desmenuzó hasta demostrar sus incoherencias.

En medio de tantos asuntos que estudió y de posiciones que asumió con vigor y claridad durante su larga carrera académica en Inglaterra, nos centraremos en estas líneas, como ya se adelanta en el mismo título, en su defensa de la “nación”, a la vez racional y apasionada, sin evitar la polémica.

Cabe advertir que Roger Scruton no fue un defensor del nacionalismo, sino, como se ha indicado al inicio, fue un pensador conservador (disidente de la ex primera ministra Margaret Thatcher, además de brexista) y un patriota, que veía en su Inglaterra una elegía, titulando así una de sus obras (England: an elegy), en la cual narra su nostalgia por esa comunidad de tradiciones, de costumbres, de instituciones, que, con desolación, la veía desaparecer. Hay en esta perspectiva un evidente romanticismo que algunos dirán con ironía que no es una imagen real de dicho país. Vargas Llosa, por ejemplo, que mira a las naciones como un ciudadano del one world, decía a Scruton que veía una Inglaterra que no había existido jamás, “salvo en tu fantasía”, reconociendo en todo caso, su excepcional inteligencia y cultura. Tal vez a Vargas habría que recordarle la reflexión que el conde Joseph de Maistre hacía a propósito de la Declaración de Derechos de la Constitución de 1795: “No hay hombre en el mundo. Durante mi vida he visto franceses, italianos, rusos, etc. (…) pero en cuanto al hombre, declaro no haberlo encontrado en mi vida; si existe, lo desconozco”.

Junto al libro antes citado sobre Inglaterra, publicará una obra de elocuente título: La necesidad de la Nación (Civitas, Londres 2004), que luego reeditará como Inglaterra y la necesidad del Estado Nación (Civitas, Londres 2012), no editados en español. Hay que agregar a lo anterior, un interesante libro sobre conservacionismo ambiental, Filosofia Verde (É Realizaçoes Editora, Sao Paulo, 2012), tampoco traducido al español, en el que formula una defensa del medio ambiente desde el amor al hogar, al territorio local, que bien podríamos denominar un patriotismo telúrico.

LA NACIÓN COMO EXPRESIÓN DE LA PRIMERA PERSONA PLURAL: NOSOTROS

Antes de que se editaran aquellas obras, Scruton publicó un ensayo titulado La Primera Persona del Plural (Revistas de Estudios Públicos, CEP, Santiago, 1994), en el que afirmaba que, a pesar de la crítica al nacionalismo como ideología, existe una realidad nacional que es insoslayable, pues, ella nace de la experiencia de la afiliación y el territorio, pero fundamentalmente de la primera. Explica que “he llamado a esto la primera persona del plural a fin de realzar la vinculación con esas formas de asociación -lengua, parentesco, religión y ocupación de tierras- a través de las cuales las personas se tornan conscientes de la distinción entre “nosotros” y ellos’. Podría haber en la referencia a la ocupación de tierras, un eco de la tesis de Carl Schmitt sobre El Nomos de la Tierra.

Ante la crítica simple que afirma que las naciones no son naturales, sino, meros artificios o mitos (Ernest Gellner o Eric Hobsbawm); “comunidades imaginadas” (Benedict Anderson), o una invención moderna, Scruton responde en el citado ensayo, que hay tres formas o concepciones de afiliación que han dado forma a la nueva persona del plural, esto es, la nación: la religión, la lengua y las jurisdicciones territoriales. Respecto de esta última, que sin embargo tiene sus fuentes remotas en el Imperio Romano mediante un sistema jurídico destinado a hacer justicia y administrar sus territorios, sostiene que va a permitir, tras la caída de aquél, el ejercicio del poder y el desarrollo de las soberanías en los nuevos espacios o jurisdicciones territoriales, los cuales se irían consolidando progresivamente con el fraccionamiento del imperio hasta transformarse en los Estados nacionales y “dar forma a las adhesiones de las personas”. Explica que no debe pensarse en la jurisdicción como mera convención, sino, un “genuino nosotros de afiliación, no tan visceral como aquel del parentesco; no tan edificante como aquel del culto, y no tan ineludible como el de la lengua y los lazos de sangre; pero aún así, un “nosotros”. Pues, una jurisdicción deriva su validez “de un pasado inmemorial, o bien de un contrato ficticio entre personas que ya pertenecen”, es decir, que forman parte de una comunidad. Y reafirma más adelante que “no puede haber una sociedad sin esta experiencia no-política de la afiliación (…) Quitemos de por medio la experiencia de la afiliación y cada hombre quedará solo; más aún, los muertos serán privados de sus franquicias y los no nacidos, que tienen por guardianes metafísicos a los muertos, se verán privados de su herencia”.

Contra la negación moderna o el escepticismo de la idea nacional, Scruton expresa que “la experiencia de la afiliación ha sobrevivido en el mundo moderno, y la nación en sus diversas formas es lo mejor que tenemos como expresión suya”. Incluso les representa a quienes ven a la nación como expresión de racismo, xenofobia e imperialismo occidental, su postura legitimadora y de defensa de las “luchas de liberación nacional” que dieron origen a nuevos Estado nacionales.

Nuestro autor distingue entre “nosotros de la afirmación”, “de sí misma como poseedora de un derecho a su tierra y sus instituciones, heredándolas de sus antepasados y entregándolas a las generaciones siguientes”, y, un “nosotros de la negación, que crece en la medida en que se debilita el vínculo de la afiliación”, culpando de esto al discurso de la deconstrucción histórica posmoderna. Sin embargo, Scruton dirá que, a pesar de este proceso, la comunidad y la identidad nacional, el nosotros, forma un todo orgánico que se manifiesta inevitablemente, tanto en quienes no creen en la nación como en quienes aceptan la existencia de un destino histórico común, porque hay una dimensión inevitable, que es la natural sociabilidad humana.

A propósito de esta idea del nosotros nacional, en similar sentido que Scruton, el escritor y teólogo norteamericano R.R. Reno, en su reciente obra El Retorno de los Dioses Fuertes (Homo Legens, Madrid, 2020) aboga por recuperar el valor de las naciones frente al proceso de desencantamiento del mundo generado por el consenso liberal de posguerra en Occidente, que ha significado el debilitamiento de las naciones, la destrucción de las familias y el consiguiente individualismo y laissez faire social, económico y moral, con unos ciudadanos alienados por el materialismo y el consumismo y privados de instituciones solidarias. Reno entiende a las naciones como un nosotros cívico, de amores compartidos y solidaridades, que “unen clanes y tribus, pueblos y provincias, capaces de incorporar a nuevos miembros «naturalizándolos», mediante un proceso de adopción cívica”. Precisa más adelante, que “la solidaridad que se funda en el «nosotros» es siempre política en el más amplio sentido del término” y que “el patriotismo renueva el vínculo del «nosotros», de modo que mientras un pueblo se mantenga unido en el sentido de este pronombre plural, la política será el gobierno de éste, “no la gestión tecnocrática de unos intereses”.

DEFENSA DE LA NACIÓN

Con posterioridad a tal ensayo de Scruton, nos encontramos con esa obra de elocuente título “La Necesidad de la Nación” (para cuyo análisis utilizamos la traducción italiana “Il Bisogno di Nazione”, Editorial Le Lettere, Firenze, 2012).

En ella afirma, primeramente, que la ausencia de la nación deriva de “la falta de valores comunes en las sociedades modernas”, lo que junto a la demagogia genera la desorganización y el derrumbe social; en segundo lugar, acusa que estas sociedades desprecian el concepto de nación”; finalmente postula que “la nación y la nacionalidad son sinónimos, conforman una ecuación con la democracia entendida no sólo como un modo de representación sino como la construcción de un mínimum de valores nacionales, éticos, filosóficos, etc”. Scruton termina distinguiendo la idea de nación republicana de aquel concepto de comunidad de credo o tribal, advirtiendo que esta última, al basarse en la homogeneidad genética confluiría en una forma racista.

El autor nos advierte que el Estado-nación “no debe ser visto como la Francia revolucionaria de 1789 o la Alemania nazi en su delirio maníaco del siglo XIX (…) naciones enloquecidas, en las cuales las fuentes de la sociedad civil habían sido envenenadas y donde la rabia y el rencor y el miedo habían embebido todo el tejido social”. En este sentido reiteramos lo dicho inicialmente, Scruton no fue un nacionalista, sino, un patriota, siguiendo en cierto sentido la línea republicana de Maquiavelo, de la lealtad nacional, del amor natural por el país, su pueblo y su cultura.

Define a la nación de modo bastante amplio, al punto de servir como un concepto operativo, como “un pueblo asentado en un determinado territorio que comparte instituciones, costumbres y un mismo sentido de la historia e incluye aquellos que se consideran a sí mismos como igualmente comprometidos a respetar el propio lugar de residencia y el sistema político y legal que los gobierna”. La nación era para Scruton: “ámbito de solidaridad, garante de los derechos individuales, sujeto de Derecho Internacional, ecosistema cultural y hasta espacio natural del conservacionismo” (Enrique García Máiquez, en https://theobjective.com/elsubjetivo/sir-roger-scruton-largo-y-entendido/).

Volviendo a los argumentos ya señalados sobre la jurisdicción territorial, como factor principal del establecimiento de los Estados nacionales, Scruton afirma que “los pueblos que comparten un territorio comparten una historia y pueden también compartir una lengua y una religión. El estado nacional europeo emergió cuando esta idea de comunidad definida a partir de un lugar es inscripta en un sistema de soberanía y de otras leyes: en otras palabras, cuando es correspondida por una jurisdicción territorial”.

De acuerdo con lo anterior, Scruton reafirma el vínculo entre nación y democracia, porque “una democracia sin una idea de nación es ciega, vacua y carente de destino (…) Las democracias deben su existencia a la fidelidad nacional, fidelidad que se supone es compartida por gobierno y oposición, por todos los partidos políticos y por la totalidad del electorado”.

En similar sentido, pero a modo de advertencia, el filósofo francés Pierre Manent expresa que “la idea democrática legitimaba y alimentaba el amor que cada pueblo experimenta naturalmente por sí mismo. En adelante se reprueba y desatiende ese amor en nombre de la democracia”, para luego lamentarse exclamando: “¡Qué rápido se ha perdido el sentido de la nación democrática en los parajes mismos en que esta forma extraordinaria de la asociación humana apareció por primera vez: en Europa!”. Manent aclara que “la nación democrática fue la mediación de las mediaciones, pues vinculaba la comunión al consentimiento ¿Qué asociación humana, antigua o nueva, sabrá vincular el consentimiento a la comunión?” (La razón de las naciones, Escolar y Mayo Editores, Madrid, 2009).

Retomando la idea de «nosotros», es decir, de la primera persona del plural que se concreta y expresa en la nación, Scruton dice, “solo donde las personas tienen un sentido fuerte de qué cosa sea un «nosotros», del por qué actuamos colectivamente en esto o en aquello, de este o de este otro modo, o de por qué «nosotros» nos comportamos correctamente en relación a esto o en modo equivocado en relación a aquello, estas personas serán así y sólo así involucradas en las decisiones colectivas, tanto para adoptarlas como propias”. Más adelante reitera que “es vital al sentido de nación la idea de un territorio común en el cual todos residimos y con el cual estamos todos identificados como con nuestra propia casa”. Y aunque reduce el concepto de nación sólo a un modo de convivencia, casi de buena vecindad, sin embargo, como veremos, la idea de casa es posteriormente retomada por Scruton en el sentido de la oikophilia (amor al hogar) para extenderlo al ámbito de lo nacional.

CONSERVACIONISMO NACIONAL CONTRA AMBIENTALISMO GLOBAL

Desde su posición de defensa de la nación, Scruton criticó férreamente el ecologismo impulsado por los grupos políticos y de presión e intereses, las ONGs global-ambientalistas, los organismos internacionales y, aún, determinadas burocracias gubernamentales interesadas en los negocios vinculados a las energías alternativas o renovables, a todos los cuales veía lucrar con el ideologismo ambientalista globalizante.

Según Scruton el ecologismo presenta tres vicios: el cientificismo, ciego a la cultura; el globalismo, que niega la comunidad nacional; y, la implícita animadversión hacia lo humano. En tal sentido, frente a este último formuló la idea de la oikophilia (amor al hogar), que tradujo para estos efectos, en el amor a la patria o la nación, consecuente con su ya larga tradición de defensa del Estado nación.

En su obra Filosofia Verde (É Realizaçoes Editora, Sao Paulo, 2012), explica que “defiendo las iniciativas locales contra los esquemas globales, la sociedad civil contra el activismo político y las fundaciones pequeñas contra las campañas de masas (…) también critico las reglamentaciones de arriba para abajo y los movimientos y sus banderas y veo el problema ambiental como pérdida de equilibrio, cuando las personas dejan de comprender que comparten un lugar común. Esa pérdida tiene muchas causas y el mal uso de las legislaciones no está entre las menos importantes, así como la fragmentación controlada por burócratas”. Explicaba su crítica al movimiento ambientalista por la identificación con posiciones ideológicas que pretenden engañosamente aparecer como “una protesta en defensa de los pobres y oprimidos en su lucha contra las grandes corporaciones, contra los consumismos y contra las estructuras de poder”.

En el fondo, Scruton denunciaba que estas posiciones ambientalista se dirigen contra el modelo económico de libre mercado, porque “existe la arraigada tendencia en las izquierdas a confundir los intereses individuales, racionalmente generados y propulsores del mercado, con las cuestiones de la ganancia (lucro) que es una forma de exceso irracional”. Ello, en circunstancias que el socialismo ha provocado peores daños ecológicos como consecuencia de sus ideas y políticas, tales como, la “industrialización caótica, proyectos pantagruélicos de reubicación de poblaciones, cambios drásticos comprobados en ríos y paisajes de la URSS y China”. Con todo, hay que tener presente que Scruton no fue un liberal a ultranza o neoliberal, lo que demostró en sus críticas a las políticas económicas adoptadas por el gobierno de Margaret Thatcher. También denunciaba la irracionalidad consumista y económica como fuente de deterioro medioambiental mundial.

La oikophilia expuesta por Scruton en el ámbito de la protección del medio ambiente, nace de “nuestros vínculos más profundos y contagia a las emociones morales, estéticas, espirituales que transfiguran nuestro mundo, creando, en medio de las emergencias podríamos considerar hoy en día, las pandemias, un abrigo capaz de amparar a las futuras generaciones”. Esto es lo que se ha venido en llamar en los últimos años, la justicia ambiental. Al respecto, Scruton, plantea la idea de una “ética ambiental coherente”, que considere el futuro, no debido a la relación costo/beneficio, sino, “viéndonos como miembros de una cadena de afecto, como herederos o retransmisores”; de este modo, agrega nuestro autor, “plantamos en nuestro corazón, una visión transgeneracional de sociedad que se revela como la mejor garantía de moderación de nuestros apetitos en nombre de los intereses de quienes vendrán después de nosotros”.

La postura conservacionista ambiental de Scruton -basándose en Heidegger y también en Hegel (de cuya filosofía era fiel estudioso)-, sostiene que “los seres humanos, en su condición de criaturas que pueblan la Tierra, son animados por una actitud de oikophilia: amor al oikos (hogar), que no significa solamente la morada, sino, comprende personas y el conjunto de las moradas allí establecidas; o sea, un conjunto humano que dota a aquel lar de contornos duraderos y un permanente. El oikos es un lugar que no es apenas mío ni suyo, sino, nuestro”, es decir, la nación.

Más adelante precisa que ese sentimiento de amor hacia el hogar, el lar, la patria, proviene del hecho que es “el lugar que nos cobija, donde se comparte, el lugar que se defiende, el lugar que donde se está destinado a luchar o morir”. Scruton califica a quienes se oponen a esta posición conservacionista, como oikofóbicos, es decir, quienes desconocen o denuestan las lealtades históricas y el patriotismo bajo la descalificación de racistas o xenófobos, aquellos “definen sus objetivos e ideas contra las formas tradicionales de asociación: contra el lar, contra la familia, contra la nación”, porque, desde organizaciones internacionales, se asumen defensores de un globalismo y una cruzada contra los Estados nacionales.

En una forma que bien podemos denominar como de patriotismo telúrico, Scruton afirma que “es solamente en el sentimiento de nacionalidad que el territorio se torna central; con el surge una primera persona del plural…la nación es un territorio común en el que nos establecemos y que estamos autorizados a llamar la casa”. Complementa a continuación que las “Personas que comparten un territorio también comparten una historia; pueden compartir también una lengua y religión. Es evidente que las naciones necesitan de jurisdicción territorial. Jurisdicciones territoriales requieren legislación y consecuentemente, un proceso político. Eso transforma un territorio compartido en identidad compartida. A esa identidad damos el nombre de Estado nación”. Y reiterando lo expresado en sus obras sobre defensa y necesidad de la nación dirá que Las naciones no se definen por parentesco o por religión, sino, por el territorio común”. En este sentido, afirma que “los medios ambientes son más preservados donde la oikophilia es más fuerte (…) y por el contrario, “sufren mayores degradaciones siempre que ese sentimiento es deliberadamente destruido o neutralizado, como es por ejemplo, en los regímenes comunistas”.

Scruton aboga decididamente por una defensa del medio ambiente en el marco de su fórmula tradicional de la oikophilia, que constituye un auténtico patriotismo telúrico tendiente al conservacionismo ambiental, sin depender de las políticas o del diktat de la gobernanza global, ni de los utopismos totalitarios de los grupos ambientalistas. Ese conservacionismo, alecciona Scruton, debe ser transmitido por un proceso educativo que se extienda por todas las generaciones, “la cadena de amor por el lugar en que se vive, incluyendo la comunidad, la tradición y el país”.

VALOR DE UN CLÁSICO MODERNO EN TIEMPOS DE PANDEMIAS

En los actuales tiempos aciagos para la “Humanidad”, este supuesto e ilusorio conjunto homogéneo de seres humanos, sobre los cuales la globalización, su gobernanza y sus diktat, han intentado desde el fin de los socialismos reales imponer un nuevo orden mundial uniforme, demuestra su inutilidad y perece en medio de un “piélago de calamidades”, pandemias y crisis universales de todo tipo, que sólo son superadas eficazmente, retornando al viejo orden de los Estados nacionales, de las decisiones soberanas, el del ius publicum europeum, que alcanzó su consolidación y legitimidad luego de las brutales guerras confesionales en Europa, en el siglo XVII, logrando la pacificación política, motivo por el cual, Carl Schmitt calificó al Estado como “esa joya de la forma europea y del racionalismo occidental”, a pesar de advertir que esa forma de unidad política tocaba a su fin.

La nación o el Estado nacional, vuelve a ser el refugio natural al que las personas regresan para buscar amparo, del mismo modo como sucede con la familia en una escala menor, porque ahí es donde encuentran lo que Scruton definía como el oikos, el hogar al cual naturalmente los humanos tienden. Y es que se puede repetir que la nación, “es el más vasto de los círculos comunitarios que existen, en lo temporal, sólidos y completos. Quebradlo, y dejáis al desnudo al individuo, quien perderá todas sus defensas, todos sus apoyos, todos sus socorros”, como la describiera, Charles Maurras (Mis ideas políticas, Ediciones Fides, Tarragona, 2019); o como la definiera Ernest Renan, “una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y que aún se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible; el consentimiento, el deseo claramente expresado de proseguir con la vida en común” (¿Qué es una nación? Ediciones Sequitur, Madrid, 2014).

Es habitual oír de los oikofóbicos, como definía Scruton a los enemigos de la familia o la nación, que ésta es manifestación de la xenofobia y el racismo; sin embargo, el verdadero amor a la patria que emana de esa oikophilia, está lejos de aquellos sentimientos negativos, como bien lo ha demostrado nuestro autor. Esta revalorización de la nación, la encontramos en las reflexiones del precitado Pierre Manent (con quien Scruton había coincidido en este aspecto y de hecho, coincidió junto a otros destacados intelectuales europeos, en la Declaración de París 1, del año 2017), en el sentido que el Estado-nación es en la época moderna lo que la Polis fue para la Grecia antigua, porque “al producir la cosa común produce la unidad y, por tanto, el marco de sentido de la vida…han sido las dos únicas formas políticas capaces de realizar, al menos en su fase democrática, la íntima unión de la civilización y la libertad” para muchos pueblos.

En fin, Roger Scruton nos lega la renovada idea que ante los desafíos que enfrenta el mundo actual, la nación parece regresar como una forma política capaz de proteger a las personas, comunidades y pueblos, de los riesgos y estragos que la globalización ha generado, causados por el materialismo práctico, el ilusionismo progresista y el desorden intelectual y político en que se debate Occidente, siendo no sólo incapaz de detenerlos, sino, más bien, instrumento de tales causas. El Estado-nación sigue siendo la única forma de dar representación al pueblo, de garantizar igualdad, libertad, seguridad y solidaridad, así como de conservar la diversidad cultural y el patrimonio ambiental, fundado en esa magnífica expresión que Scruton revitalizó: oikophilia, el amor tanto al hogar como a la patria.

1 En la Declaración de París, “Sobre una Europa en la que podemos creer, los firmantes manifestaron a propósito de lo nacional, lo siguiente: “36. En este momento, pedimos a todos los europeos que se unan a nosotros en el rechazo de la fantasía utópica de un mundo multicultural sin fronteras. Amamos, y es justo que así sea, nuestras patrias y buscamos entregar a nuestros hijos todo lo noble que hemos recibido como patrimonio nuestro. Como europeos también compartimos una herencia común y esta herencia nos exige vivir juntos en paz como una Europa de las naciones. Renovemos la soberanía nacional y recuperemos la dignidad de una responsabilidad política compartida para el futuro de Europa”. (https://thetrueeurope.eu/una-europa-en-la-que-podemos-creer/)

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