28 diciembre, 2023 

 

 

 

 

 

por Claudio Hohmann


Nadie puede estar seguro que un capital político acumulado con paciencia y perseverancia no será tronchado en un cerrar de ojos por el vaivén del péndulo político.


Ocupar el primer lugar -o incluso alguno de los dos o tres primeros- en las encuestas de opinión pública que indagan sobre las preferencias de la gente en materia presidencial ya no asegura a los favorecidos llegar a la primera vuelta de la elección, y mucho menos al balotaje -que se produce cuando ninguno de los competidores alcanza la mayoría absoluta.

No deben haber casos más nítidos de la creciente volatilidad preelectoral que los de Joaquín Lavín y Daniel Jadue, que finalmente no pudieron inscribir sus nombres en la papeleta presidencial en noviembre de 2021, después de liderar por largo tiempo en las encuestas. A menos de seis meses de la elección, en junio de ese año, ambos todavía encabezaban las preferencias. Eran candidatos cantados, pero apenas un mes después ya habían cedido el liderato -Yasna Provoste y Sebastián Sichel los sucedieron en las encuestas, para ellos mismos terminar vencidos por un bisoño Gabriel Boric y un sorprendente José Antonio Kast, que pasarían a segunda vuelta.

Hace siete años Alejandro Guillier llevaba un tiempo largo de reinado en los estudios de opinión pública, desplazando por un amplio margen a Ricardo Lagos, entonces emblema de la centroizquierda chilena -y que a duras penas lograba mantenerse en el ranking de las más altas preferencias-, hasta que en 2017 fue alcanzado y luego superado por Sebastián Piñera y, peor todavía, en más de alguna encuesta por Beatriz Sánchez, quien estuvo a un tris de sobrepasarlo en primera vuelta y pasar el balotaje. Como se sabe Piñera sería elegido por segunda vez, por una cómoda mayoría, para un segundo mandato. De Guillier nunca se supo mucho más después de esa dura derrota electoral.

Ha habido casos de liderazgos que asomaron sorpresivamente en las encuestas, pero que finalmente no hicieron patria. Quizás el más rimbombante fue el de la diputada Pamela Jiles, que en abril de 2021, sólo diez meses antes de la elección presidencial, fue la preferida de los encuestados para ocupar una eventual primera magistratura. Arreciaban entonces los retiros de fondos de pensiones, de los que la parlamentaria era su más visible y elocuente impulsora. Ya en mayo, un par de meses después, esa inaudita cumbre de popularidad y aprecio se había esfumado. La parlamentaria nunca ha vuelto a rozar siquiera esas alturas.

Fue también el caso del primer lugar que alcanzó Isabel Allende en la encuesta CEP de abril de 2015, que por momentos pareció que podría transformarse en una opción presidencial, pero que se diluyó rápidamente. Similares situaciones han vivido Marco Enríquez-Ominami (en agosto de 2015), Giorgio Jackson (en noviembre de 2015) y Beatriz Sánchez (en mayo de 2017), que no pudieron saltar desde sus fulgurantes apariciones en lo más alto de ranking político al ámbito de los liderazgos presidenciales.

Lo que muestran estos episodios es que la opinión pública es más voluble a la contingencia de lo que se suele creer. El extraordinario resultado de Jiles en un par de encuestas en 2021 fue más bien fruto de un cierto paroxismo que de una opinión mínimamente reflexiva de los encuestados. ¿Creyeron de verdad que la diputada podía conducir las riendas de la nación?

Es cierto que el voto obligatorio podría estar morigerando la volatilidad del electorado. O eso creemos. Porque la elección de la Convención Constitucional, primero, y la del Consejo después, con un año de diferencia, llaman a la cautela. En ellas se expresó en forma aguda una volatilidad, independientemente que el voto fuera voluntario u obligatorio, volatilidad que ya no sólo se presenta en un período preelectoral -cuando están por verse las caras de los precandidatos-, sino que en la mismísima contienda electoral, cuando se juegan cuestiones fundamentales del devenir del país.

Así están las cosas. Nadie puede estar seguro que un capital político acumulado con paciencia y perseverancia -fue el caso de Lavín- no será tronchado en un cerrar de ojos por el vaivén del péndulo político, impulsado sin cesar por la impaciencia, el malestar y la rabia que campean en todas direcciones.

Hace rato que la alcaldesa Matthei y José Antonio Kast ondean sus banderas en las elusivas altitudes de las encuestas políticas. Casi se diría que de persistir la tendencia -ningún político del progresismo o de la izquierda merodea en las cercanías, ni siquiera Bachelet- ambos podrían pasar a una inédita segunda vuelta. Así como la última en 2021 dejó fuera de carrera a los partidos que habían gobernado el país desde 1990, la que se aproxima podría ser la primera sin representantes de la izquierda en el balotaje. Pero nada es seguro, ni siquiera que esos selectos nombres figuren en la papeleta de la primera vuelta -es lo que les ocurrió a Lavín y a Jadue-. A semejanza del cambio climático, la creciente volatilidad electoral ha llegado aquí para quedarse.

Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/la-creciente-volatilidad-electoral/

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