Camilo Cammás Brangier
Abogado, analista legislativo
Director Fundación Voz Nacional
Candidato a Diputado por el Distrito 10


La República se desmorona bajo los ataques de la ilegítima Convención Constituyente, así como por el terrorismo en la Araucanía y los diversos grupos insurreccionales. Hay caos en todos los sectores, se ha perdido el Estado de Derecho y reina la incertidumbre. Como si eso fuera poco, la libertad cotidiana de los chilenos ha sido sumamente restringida por un estado de excepción cuyo pronto final es todavía incierto.

Estamos en un momento crucial en la historia de Chile. Las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias serán decisivas para el futuro de nuestro país. De hecho, es muy probable que éstas últimas sean más relevantes que las presidenciales.

Por un lado, nos encontramos frente a una izquierda más radicalizada que nunca desde el retorno a la democracia y que nos lleva camino a un futuro incierto y para nada prometedor. Por otro lado, el oficialismo presenta a un candidato que niega ser de derecha, pero pretende ser elegido con los votos de ésta.

La situación es crítica, pues, frente al proceso insurreccional en curso, tanto la clase política como una parte importante del electorado no ha comprendido la naturaleza del problema al que nos enfrentamos. En consecuencia, al no haber una real percepción de la amenaza existente, no hay resistencia.

La Convención Constitucional, aparentemente, ha actuado como un circo, sin embargo, su actuar obedece a fundamentos ideológicos mucho más profundos. En efecto, este comportamiento nos da a entender que la institucionalidad ya no tiene ningún valor o significado para esta gente, motivo por el cual ya no debe ser respetada ni considerada. Todo esto queda demostrado mediante delirantes performances que degradan nuestros símbolos patrios y nuestra tradición republicana. Todo en línea con el objetivo refundacional que posee.

No nos engañemos, el verdadero objetivo de este actuar es el de ganar tiempo, apostando a que, en la próxima legislatura, se tenga un parlamento favorable que les permita cambiar el marco normativo que les da la actual Constitución, en su Capítulo XV, el que nunca debió ser modificado, en primer lugar, pues nos habríamos ahorrado todo lo que estamos viviendo ahora.

Este marco, para mal o para bien, fue lo que se votó en el plebiscito de 2020, les encomienda elaborar una propuesta de texto constitucional, el que deberá ser rechazado o aprobado en un plebiscito de salida. Este proyecto, además, deberá respetar el carácter de República del Estado de Chile, su régimen democrático, las sentencias judiciales firmes y ejecutoriadas y los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes. Asimismo, una vez redactada y aprobada la propuesta de texto de Nueva Constitución por la Convención, o vencido el plazo o su prórroga, la Convención se disolverá de pleno derecho, es decir, automáticamente, no pudiendo, por tanto, continuar sesionando, bajo ninguna circunstancia.

Si se modificaran las reglas que actualmente rigen a la Convención, podemos anticipar que ésta intentará declararse autónoma y soberana, así como, también, eliminar el plebiscito de salida. Es muy probable que se intente algo así. Ya lo hemos observado a través de las múltiples actuaciones y declaraciones que nada tienen que ver con la función que les corresponde, pero que nos han servido para ver sus verdaderos objetivos: eliminar a Carabineros, crear un Estado Plurinacional, desconocer el derecho preferente de los padres a educar a sus hijos y un largo etcétera.

Resultan más que comprensibles el desencanto, la desilusión y el hastío que existe de parte de la gente con el actual gobierno y con toda la clase política en general, pues han abandonado sus funciones y traicionado al país y a sus electores, entregando Chile a la izquierda radical y a la Agenda Globalista. Sin embargo, para poder hacer frente a este desastre y evitar un mal aún mayor, resulta fundamental que en los próximos comicios se elijan diputados y senadores patriotas, que no transen sus principios y así obtener un Congreso que sirva de contrapeso a las delirantes aspiraciones refundacionales y totalitarias de la Convención y evite un desastre mayor. Para ello necesitamos un tercio del Parlamento, como mínimo.

A pesar del castigo que merece la clase política, es necesario, más que nunca, ir a votar y elegir buenos parlamentarios. Estos no deben ser de la coalición de gobierno, ya que, al ser parte del problema, difícilmente serán parte de la solución. Se presentarán nuevos rostros, comprometidos y de verdadera derecha, que no pertenecen a la esta coalición. El momento de salvar la República es ahora o nunca. Después será demasiado tarde y no podrán decir que “no lo vieron venir”.