Cristián Labbé Galilea


Qué duda cabe: los hombres somos animales de costumbre que seguimos “sorprendentemente” patrones predecibles, lo que hace fácil anticipar nuestras reacciones. La pandemia no podía ser la excepción. Así como pasan los días, es más frecuente escuchar… “aquí estoy, tratando de matar el tiempo”, y si de proyecciones se trata, se oye la muletilla… “espantoso, por decir lo menos”.

Intentando frenéticamente encontrar algún comentario positivo, “el tiempo me lleva pillado”, y cuando mis parroquianos se quejan porque… “un día en cuarentena es muy largo”, trato de hacerles ver que el tiempo es muy valioso para “matarlo”, y que aferrarse a pensamientos negativos es un signo de debilidad.

Deduzco que la desazón y el pesimismo se explican porque son pocas las voces optimistas que se escuchan advirtiendo que esta emergencia nos da el tiempo y la oportunidad para reconstruir los pilares de nuestra institucionalidad política, económica y social, que se fueron carcomiendo hasta quedar peligrosamente debilitados.

Cabe preguntarse entonces… ¿Cómo es posible que las autoridades políticas, de todos los niveles, no visualicen que, en oportunidades como la que estamos viviendo, es cuando el ciudadano común y corriente puede apreciar con claridad los alcances de los principios, valores y costumbres, que definen el carácter de la sociedad a la que pertenece?

¿A alguien medianamente cuerdo (en esto excluyo a la oposición política) se le puede pasar por la mente que la gran mayoría ciudadana no reconoce, en estas circunstancias, el valor de la libertad, la propiedad, el orden, la autoridad, la seguridad, el estado de derecho, el rol subsidiario del estado, entre otros…?

La respuesta a esas preguntas es clara… Esos valores y esos principios se sostienen en instituciones republicanas y democráticas como: la Autoridad, FF.AA, la Iglesia, la Justicia, la Salud, la Educación (pública y privada), y tantas otras que, “después de estar en el suelo”, hoy tienen la posibilidad (y la obligación) de levantarse y recuperar…  su valor y su dignidad.

Consciente que, así como parece fácil plantearlo, es difícil lograrlo, especialmente cuando se tiene al frente: una contingencia que apremia, una prensa que cuestiona todo, y una oposición obstruccionista que aprovecha cualquier descontento para azuzar la desobediencia civil violenta. El desafío no es menor, pero también es la oportunidad para que “políticos de fuste” asuman que esta es una coyuntura única para reconstruir un futuro de estabilidad, bienestar y progreso… ¡Las condiciones están, faltan los protagonistas!

Es la hora de los grandes paradigmas; es la hora de los hombres grandes; es la hora de “las grandes catedrales”, las que no se levantaron de un día para otro, sino que se edificaron “ladrillo a ladrillo” y cuando sus constructores “no tuvieron tiempo para matar el tiempo” ni menos… “para ser pesimistas”; para ellos… “la vida no se medía en términos de cantidad sino de sentido” y, si no vieron sus obras terminadas, lo lograron…. ¡Ahí están las catedrales!

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