Por: Enrique Subercaseaux.
Director Fundación Voz Nacional


“La televisión añadió caos visual y confusión”.
Federico Fellini.

“La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.
Federico Fellini.

“El tiempo esta hecho de memoria. Nosotros, individualmente, estamos hechos, en buena parte, de memoria, de nuestra pobre y endeble memoria. Y esa memoria esta hecha, a su vez en buena parte de olvido”. 
Jorge Luis Borges.


 La casta política en Chile es muy amistosa. Son todos amigos. Creen que así conforman un “ideal republicano”.

Con esta amistad, compartiendo almuerzos, viajes, cenas y happy-hours. Mientras el país Chile, marcha al precipicio.

Lo incomodo, desde luego, se borra de la memoria. Lo real se transforma en irreal, y son todo impresiones de las cuales nadie esta muy seguro cuales son sus contornos, sus límites y su profundidad.

Digamos, un juego virtual. Las prioridades dejan de existir, y los hechos se escriben en una pizarra, de esas del colegio, muchos años atrás, con tiza blanca, que a menudo se quebraba, y nuestras uñas rasgaban el pizarrón, al escribir, como gemidos de una guitarra borracha y desdentada.

Las prioridades cambian. Como los malos cocineros que leen las recetas a su antojo, trastocando orden, ingredientes y dosis. Y, al final, sale algo medianamente incomible, y se culpa al sartén o al horno.

Olvidamos como nos vendían en aceite durante el gobierno de la Unidad Popular: llevábamos la botella, y de un barril grande se bombeaba un cuarto de litro. Ni era transparente ni era limpio.  Raro que no se enfermara más gente. Quizás seria culpa del paro de camioneros.

Pero hoy las prioridades son otras: mandan los políticos, y el Gobierno, que trata de mandar, come de las sobras. Pero prima el “ideal republicano de amistad”.  Entonces, ellos se olvidan convenientemente de los miles de millones de dólares en destrozos durante el 18. Oct y jornadas posteriores.  Nadie busca explicación a las piezas que no calzan.  Quizás ellos, de niños, nunca tuvieron que armar algún rompecabezas. Quizás si se rompen sus cabezas descubramos que ellas están vacías.

Hay creatividad si para profundizar en la mentira. Los perdigones, los camioneros, los niños violentados en su educación. También hay espacio para el reality show: el hijo de una “diva” de la televisión que ataca a su padre, hiriéndolo, con arma blanca. Parece que también eso es mentira.

Y asi seguimos por el camino pedregoso de la mentira. Total, aun queda el 90% de los fondos de las AFP.

Igual, somos todos amigos. No hay palabras ásperas. Ahora, que todos lucen máscaras, algunas de bonitos diseños y colores, la rabia y el insulto se escudan tras una fina tela, finamente diseñada. De seguro ellas no se pueden adquirir en las farmacias ahumada, ni ser descontadas por Fonasa.

En fin. El problema es que la mentira no mejora la situación. La mentira no genera empleo ni nuevos negocios, y ya la cesantía corre por sobre el 28%.  Y el ascensorista, al cerrarse la puerta con bordes de bronce, que no han sido mantenidos en regla, nos anuncia: ¡Subiendo!

Hay amistad cívica. Y esperamos el 25 de octubre un plebiscito que realce el intachable pedigrí cívico de los votantes: de la sociedad toda. Salvo quienes, por decreto no puedan ir a votar. Aun no se ponen de acuerdo en cuales y cuantos. Sera para mejorar las chances del apruebo.

No es que sea suspicaz. Es que me carga la amistad cívica.

Todo es un juego virtual. No me gustan porque no tengo la habilidad manual suficiente. Aun prefiero leer un buen libro, aunque sea descargado de internet.  Los originales, además de la interesante lectura, ofrecían atractivos olores.  Me imagino que hoy la lectura es una actividad poco sociable.

Como si las amistades por Facebook fueran la panacea, o las reuniones por Zoom, que están tan de moda ahora con la pandemia.

Pero, la amistad cívica todo lo puede. La clase política se tolera todo lo que hace: malas leyes, peores decisiones. No hemos llegado al estado actual de cosas porque el robot de la cocina se descalibro.  Hay repartija. A todos les llega un caramelito.

Una piñata en toda regla, de esas que se colgaban en un árbol, y con un palo largo y delgado se apaleaba, hasta que saltaban los caramelos, algunos chocolatitos también.  Al agarrarlos cesaba la amistad cívica y corrían los combos para subrayar eso de “yo lo vi primero”.  La vista es una cosa, y el juego de manos otra.

Tan felices están todos que no se dan cuenta que están ya jugando fuera del tablero. Y que el tablero, en cualquier caso, siempre fue uno virtual. De mentira.

De chico prefería jugar backgammon al monopoly: eso de contar y desarrollar estrategia me pareció algo digno de aprehender.

Hoy, después de la “era Pinochet” planificación y estrategia se han borrado del léxico. Existen igual como conceptos, y no han perdido su importancia. Pero siempre es mejor olvidar lo que trae malos recuerdos: un “interregno de los 17 años” donde no existía piñata que apalear.

Los empresarios, y la elite social (futbolistas y farándula son los que saltan a la mente) también gozan con esto de la “amistad cívica”.  Todos son amigos y se convidan mutuamente a sus asados y a sus fiestas, algunas de ellos en los faldeos cordilleranos, y en idílicos valles escondidos. Todos son amigos. Y todos felices, porque ellos no tienen necesidad de apalear la piñata: la tienen completa, 1, 2 y 3.   Total, se pueden encargar por Amazon, que aun funciona durante la cuarentena.

La cosa es pasarlo bien, todos los de la “amistad cívica”, y da lo mismo mirar alrededor. Los problemas se desvanecen con una buena copa de chardonnay y algún picoteo del Océano Pacifico.  El resto se pudre. Ellos no reparan en nada. Tal es su ensoñación y su sensación, impagable, de “feel-good”.

De allí el amor por Naciones Unidas: ecos de Nueva York o Ginebra. Tarjetas postales de tranquilidad, prosperidad, confort.  Hay que abrazarles e incorporarlos a la amistad cívica.  A Nueva York se viaja para un “Brunch” y a Ginebra para una “fondue” y de yapa, un relojito sencillo, como un Rolex.

Para los fines de semana, se escapa a algún exclusivo balneario de la “quinta región” (aun no se toman las carreteras por allí).  La vida de la elite es como los arriendos de tiempo compartido. Chile entero es un resort. La vida es bella. Los amigos son tan simpáticos. Siempre hay algo que compartir. Y algo que repartir.  Sin responsabilidad, sin compromiso y sin principios: total, mañana viene la empleada a hacer el aseo. Y todo impeque.

También hay tiempo compartido en el Lago Caburga.

Del resto, nos preocupamos con promesas en tiempos electorales.

Ahora, como la cosa esta mala, se han programado siete elecciones al hilo. Buena cosa.  Todavía esta disponible el 90% de las AFP. Habrá que poner lápiz e imaginación para ver cómo se manotea esa piñata gorda.

Y así.

Lamentablemente siempre suena el despertador: se deshacen las amistades. Se acaban los dulces a repartir, y hay que hacer el aseo después de la fiesta. Y pasar la resaca.

No solo hay suciedad, colillas de cigarrillo, olor a marihuana, también, entre los arbustos se distinguen otras especies mas hediondas y fétidas.  Es la podredumbre que nos envuelve como un vaho, entre montaña y mar, y nos lleva en una alegra marcha, de amistad cívica, a la disolución de una nación llamada Chile.

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