Por: Enrique Subercaseaux
Director Fundación Voz Nacional


Ya paso la fecha emblemática. Y produjo una gran sorpresa. Ni los “hunos ni los hotros”, a decir de Don Miguel de Unamuno, predijeron el resultado indicado por los números finales.

Ni los mas optimistas ni los más pesimistas.

Las encuestas anduvieron mas o menos lejos, pero la peor inversión fue la encargada por la “casa del rechazo” que sembró de falsas esperanzas una campaña que venía haciéndose con mucho esfuerzo y con muy poca plata.

El oficialismo tuvo la peregrina idea de separar a la derecha. Un “dividir para reinar” que tuvo como único pensado destinatario el beneficio de Sebastián Piñera.  Porque, electoralmente, ciertamente no favorecerá una “centro derecha” y una “nueva derecha” que comienzan la andadura como “coalición” absolutamente fragmentada.

Se pagará caro, y así lo veremos en las próximas justas electorales.

La sociedad chilena esta confundida. Por una parte, la propaganda machacona de los medios abiertos y de toda la opinologia local, que insiste en lo mal que estamos. Opiniones de tintes “gramscianos”, que complementan el daño que ha producido la ideologización de la educación en los últimos treinta años. Todo este relato no se condice con la realidad.

Luego, el derribo de todas las instituciones que daban la consistencia a nuestra estructura como sociedad: economía, cultura, religión y fuerzas armadas y de orden. Conocemos bien esta historia, por lo que no vale la pena repetirla acá.

Si, empero, el detalle de la “quema de las Iglesias, símbolo de las religiones, que el comunismo bautizo alguna vez como el opio del pueblo. Jair Bolsonaro, de Brasil, lo ha llamado, muy adecuadamente, “el ataque a la cristología”, hecho que denuncio ante Naciones Unidas el año pasado, y que condeno con motivo del último ataque a las dos iglesias en Santiago, hace algunos días. Un ataque a la religión, y en especial a su dimensión de trascendencia, que es la que da una lógica y una hilatura a la libertad del hombre y su natural, e íntimo, deseo de trascendencia.

Se ataca este aspecto del ser y se le va transformando en una máquina, desprovista de voluntad, ideal para ser manipulada por una clase política evidentemente ideologizada y centrada en la gratificación instantánea de sus pares.

Este “evento histórico” tuvo la participación de la mitad del padrón electoral: muy poco mas que en la anterior elección presidencial, cuya victoria fuera arrebatada a Piñera por el “golpe blando” del narco-terrorismo un año atrás.

¿Por qué insisto en el tema del narco-terrorismo, se preguntará alguno de ustedes?  Es claro cuando se ve que los dos primeros mensajes de felicitaciones recibidos en Chile fueron los de Maduro y de las FARC colombianas.

Esta claro el hilo conductor, y esta clara la mano que mece la cuna.

Ahora bien, toca un poco de algebra: pensamiento abstracto.

Esta participación del 50% tuvo una composición distinta al 50% de la elección en la cual triunfo Piñera. Ahora votaron unos y en aquella votaron otros.

Desde el 18.oct la izquierda construyo, en imágenes y en narrativa una épica. Un relato donde los protagonistas serían (solo en el papel, claro está) miembros de una generación que accedió a una formación educacional escorada a la ideología, y quizás poco práctica para la vida diaria.  Dueños de un historial de vida poco fecundo, donde las emociones fueron manipuladas hasta redirigirlas a una explosión de odio, envidia y resentimiento: no se de que otra manera se podría describir la ola destructiva de aquel día infausto. Todo adecuadamente canalizado: el odio y su ímpetu debe ser canalizado adecuadamente para convertir al hombre masa en una letal máquina de guerra.

Ello, sumado a una legislación sobre justicia, seguridad y dd.hh. que fue manoseada por décadas para adaptarla a las necesidades de una izquierda revanchista.  Un conjunto de normas, hábilmente diseñadas, que fingen cumplir un propósito, pero lo que hacer es proporcionar cobertura jurídica e impunidad. Algo que el Gobierno de Sebastián Piñera no ha podido discernir, hasta el día de hoy. Quizás debido a la falta de carácter de quien esta a cargo de estos temas a nivel gobierno.

Sigue el relato. Mientras la derecha, en campaña, se enzarza en discusiones bizantinas sobre el segundo voto (que ya están viendo como torcer sus atribuciones y alcances los creativos de izquierda), y compra la imagen de una encuesta que termino fallando, la izquierda siguió construyendo su relato.

Un relato hecho a la carta. Con su afán deconstruccionista, el relato asemeja un rico mosaico, o tapicería, con toda clase de figuras, colores y texturas. Darle protagonismo a los “descamisados” (tal como en la revolución francesa), y dotarles de una complejidad temática que ni ellos mismos han soñado en sus vidas.

Y la derecha entrampada. Mientras le fueron destruyendo, una a una las vigas que sostenían el edificio societario de la nación. Edificio vital para ella (y para toda sociedad normal) donde la política provee un marco, y la libertad de las personas construye el resto. La izquierda, al restar la libertad individual (en todo ámbito posible), no necesariamente precisa de una estructura de este tipo. Y tenemos ejemplos vivos para ellos.

Hasta el momento, la violencia ha podido ser graduada por quienes controlan el proceso: mediante pagos, promesas o apariciones protagónicas (recordemos la sesión del congreso donde se homenajeo a la primera línea).

Léase bien: para quienes tienen poco que mostrar, esto ya es mucho.

Miremos hacia adelante.

Los votos para la derecha están. Hay que saber movilizarlos, lo que es más difícil en un ámbito de voto voluntario (cortesía de Cristian Larroulet). Para ello hay que construir un relato, que estaría mejor enhebrado por “asesores” de mayor experiencia. Por una razón muy simple: las emociones son unas, y ya muy antiguas, y los hechos son todos mensurables. Solo es preciso una hábil mixtura de ambos.

Hay que insistir en el contra discurso. Con una osatura maciza, que se puede ir adaptando al rango etario de las audiencias. Pero, y aquí un detalle a subsanar, este publico debe ser tratado con respeto. Elevarlo en su poder cognitivo, y no tratarlo como infantes imberbes. Recordemos que ya estamos leyendo a Shakespeare y a Sófocles en enseñanza media, e, idealmente, los releemos mas de una vez a lo largo de la vida: mismo mensaje, pero con diversas perspectivas.

Por último, el Covid-19, el invitado de piedra en nuestra “fiesta de la democracia”.   Tuvo un rol central, pero discreto. Central porque se alojo en nuestros subconscientes.  La manipulación más grande de la historia, según antecedentes que están emergiendo.  Todos con miedo. El Gobierno, el Servel, las autoridades (las “hunas y las hotras”) opinando blanco, negro y gris. Cero consistencia, por lo tanto, baja solvencia técnica.  Y ese fue el “fraude” presente en el plebiscito: hubo muchos que no fueron a votar por miedo al contagio, por no entender las exigencias sanitarias, y por tanta letra chica que marea al mas valiente.  He allí el 50% de abstención.

Quienes menos tenían que perder, no les importo el bicho. Fueron y marcaron su lugar en la historia.

Una última pieza: la votación en Nueva Zelanda: circuló información falsa, del triunfo del rechazo. Falsa porque no cuadraban las horas con el cierre de las mesas allí.  Luego la realidad: un 91% por el apruebo.  Los votos allí, y en el exterior, realmente no influyen. Pero predisponen el ánimo. Son otra partícula: o bien miedo o bien éxtasis.

.