Gonzalo Ibáñez Santamaría


Como bien se sabe, en 1789 comenzó en Francia la denominada revolución francesa. Lo hizo proclamando sus ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad pero, a muy poco andar, ella se transformó en una sangrienta carnicería que terminó sacrificando a miles de franceses en el altar en que habían sido puestos esos ideales, mostrando así como a unas mismas palabras se les puede dar significados muy distintos y aun contrapuestos. Esa revolución proclamó los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pero también inventó la guillotina que durante esos años no cesó de funcionar sin descanso ni misericordia. Una de las primeras revolucionarias fue Madame Roland que contribuyó como pocas a enviar a esa muerte a muchos de sus compatriotas; pero, también le llegó el momento de sufrirla. Cuando iba al cadalso, y al pasar frente a la estatua que en París se había erigido a la libertad, dijo esas palabras que la historia recogió y que resumen muy bien esa época: “Libertad ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”
¿Cómo fue posible que en una nación como Francia se produjera esa hecatombe? Ciertamente los motivos fueron muchos, pero hay uno fundamental: la debilidad del poder político de la época cuyo ejercicio estaba enteramente radicado en la figura del rey, a la sazón Luis XVI de Borbón. Cuando comenzaron los primeros brotes de subversión, no quiso darse por aludido y prefirió ignorarlos, pero hubo un momento en que tuvo que reconocerlos. Fue entonces cuando, en vez de analizar las quejas y separar las que eran reales de aquellas meramente ideológicas, decidió aceptarlas todas mediante la decisión de convocar a los denominados Estados Generales con representantes de la nobleza, del clero y del estado llano o tercer estado. En ellos, inmediatamente tomaron la primera línea las cuestiones ideológicas por las cuales se quería conducir a Francia por el camino de la revolución y del más brutal despotismo como quedó a la vista muy poco después. Muy parecida su actitud a la que hace algunos meses tuvo nuestro presidente Sebastián Piñera cuando, en vez de hacer frente a la subversión que estalló el 18 de octubre, se decidió a aceptar la demanda ideológica dejando de lado todos los problemas reales que enfrentábamos los chilenos. Accedió, al modo de Luis XVI en su momento, a convocar a un plebiscito para derogar la constitución actualmente vigente y producir otra a partir de una “hoja en blanco” donde pudieran tener cabida todas las demandas encaminadas a arruinar el país y a instaurar un despotismo socialista al modo como sucede en Cuba y en Venezuela.
Luis XVI, como ahora Piñera, fue paulatinamente cediendo a todas las demandas que se le planteaban y nunca respaldó en serio ni a la policía ni al Ejército, hasta el punto que a éstos no les quedó, en la Francia de esos años, otra alternativa que la de disolverse o pasarse al adversario. Piñera, al igual que Luis XVI, parece paralizado mientras la revolución ruge a sus pies. Su gran temor es el de ser sometido a proceso por los tribunales internacionales acusado de cometer crímenes de “lesa humanidad”. Entretanto ya son varios -y varias- quienes postulan a convertirse en el, o en la, Robespierre de Chile. No van a quedar contentos, siguiendo a su modelo francés, mientras no rueden muchas de nuestras cabezas.

Piñera está en el filo de la navaja. Todavía puede recuperar su autoridad si se decide a ejercerla como las circunstancias imperan. A Luis XVI, su debilidad le costó su cabeza. Es posible que Piñera no tenga que entregar la de él, pero los chilenos, de seguir las cosas como van, no nos libraremos de pagar un muy alto precio.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/

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