Gonzalo Ibáñez Santamaría


El reciente cambio de gabinete ministerial no es, claramente, uno más entre los tantos a que hemos asistido en los diferentes períodos presidenciales. De este se puede decir que es la última carta que Sebastián Piñera puede jugar para terminar con decoro su período.

De hecho, la pandemia que nos afecta le dio un período de gracia sin el cual es muy posible que su gobierno hubiera ya terminado, abruptamente, a poco andar del estallido de violencia del 18 de octubre pasado. Durante ese tiempo quedó a la vista la incapacidad del gobierno para hacer frente a una violencia que se atribuía la expresión del descontento social y que venía respaldada por los organismos internacionales denominados de Derechos Humanos. Estos, en conjunto con jueces y tribunales nacionales, asumieron la tarea de paralizar a las fuerzas de orden en el cumplimiento de su misión de manera que el país quedara entregado sin defensa a la acción del vandalismo y del terrorismo.

Hoy esa pandemia ya no es obstáculo suficiente para mantener a raya la violencia. Desde luego, en la Araucanía ella se hace presente en una impunidad casi total, pero también lo hace en la capital y en otras ciudades del país. Es así como el resguardo del orden público se constituye en la primera tarea a que debe enfrentarse este nuevo gabinete. Y, si quiere tener un mínimo de posibilidades de éxito, esa tarea supone un uso de la fuerza pública sin las ataduras a las que pretenden someterlas esos organismos de derechos humanos de los cuales hasta ahora nuestro presidente se ha demostrado casi un prisionero.

En seguida, aparece como tarea íntimamente ligada a la anterior, la del sentido, el “para qué”, mantener ese orden. Digo esto, porque el medio que ideó el gobierno para evitar que aquella violencia del 18 de octubre terminara con su período, fue la de entregar la suerte del país al azar de unos plebiscitos destinados a derribar la actual constitución y a redactar otra que puede ser cualquier cosa a partir de una hoja en blanco, como si el país estuviera enteramente por hacer; como si el esfuerzo de generaciones no valiera nada y como si pudiéramos tirar por la borda el crecimiento que el país ha tenido durante los últimos 40 años. Por eso, la pregunta ¿Recuperar el orden público para qué ¿Para entregar al país a una aventura ideológica claramente insensata?

Al gobierno le corresponde definir su estrategia, pero claramente lo que se espera de él es que, al final de su período, sea capaz de entregar un país que, al menos, todavía merezca llamarse tal.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/

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