por Gonzalo Ibáñez S.M.
Abogado


Después de más de tres meses de arduas deliberaciones, de tensos debates y de mutuas amenazas, la comisión interpartidista destinada a acordar un mecanismo para la elaboración de un nuevo proyecto constitucional, terminó su labor. El resultado, un acuerdo en virtud del cual se formará una Convención constituyente de 50 personas elegidas por votación popular, pero la cual deberá trabajar con un grupo de expertos y de árbitros nominados tanto por la Cámara como por el Senado. Poco más que un parto de los montes, porque para ese resultado sobraba un par de reuniones. En otras palabras, mucho ruido y pocas nueces. Sobre todo, por el divorcio que se operó durante este tiempo entre la clase política y el país. Mientras en este campean mil problemas que mantienen a la población en estado de angustia, de temor y de alarma, nuestra clase política se entretiene jugando al cambio constitucional sabiendo, por lo demás, que cualquiera sea la nueva carta fundamental, esos problemas seguirán ahí hipotecando el futuro del país y de los chilenos.

Con todo, el tiempo y los recursos perdidos en estos últimos meses pueden ser la nada misma al lado de los resultados que eventualmente traiga esa nueva Convención. De hecho, la clase política puede no haber hecho otra cosa con su acuerdo que abrir entre nosotros una verdadera Caja de Pandora. Como se sabe, el dios Zeus hizo a la joven Pandora un regalo consistente en una muy hermosa caja para que la contemplara, pero con la orden estricta de no abrirla, porque ella contenía todos los males. Pandora, sin embargo, dominada por la curiosidad, la abrió con lo cual todos esos males se repartieron por el mundo sin que hubiera fuerza posible para volver a encerrarlos en la caja de donde salieron, llamada desde entonces la Caja de Pandora.

Chile no tiene necesidad de ninguna nueva constitución como se ha encargado de recalcarlo José Antonio Kast. Con la que hay, el país ha alcanzado el máximo desarrollo que recuerda nuestra historia. Si hoy retrocedemos a ojos vista, si nos llenamos de problemas como la delincuencia, la inflación, la invasión inmigratoria, el desempleo, el fracaso educacional, el terrorismo, el narcotráfico, no es porque tengamos una mala constitución sino porque tenemos un muy mal gobierno. Es a este al que corresponde cambiar y no a la constitución. Y, a todo evento, si la actual constitución requiere cambios, bienvenidos sean ellos, pero operados a través de los mecanismos que la misma constitución establece.

Fue el resultado del plebiscito del 4 de septiembre pero, haciendo caso omiso de él, políticos de varios colores han acordado ahora este mecanismo para formar una nueva Convención y así redactar un nuevo proyecto de constitución. ¿Cuál será éste? De ninguna manera, algo mejor que la actual constitución vigente. ¿Para qué hacerlo? Políticos nuestros, entre ellos varios de los denominados de “derecha”, que cierran los ojos de cara a los problemas reales, tal vez crean que con este pretexto justifican sus cargos y remuneraciones. Por otra parte, los derrotados en el plebiscito del 4 de septiembre se regocijan porque se les ofrece de manera enteramente gratuita una nueva oportunidad para levantar sus utopías de destrucción. Vlado Mirosevic y Álvaro Elizalde, presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, respectivamente, vuelven a la misma tontería: la constitución de “Pinochet” debe desaparecer, como si esa constitución no hubiera cambiado hasta el punto de estar ahora firmada por Ricardo Lagos y cómo si el mandato popular que rechazó el proyecto que ellos habían presentado, no hubiera expresamente confirmado su actual vigencia. Por otra parte, nos llaman a no tener cuidado porque los “bordes” que convinieron son suficiente baluarte para evitar cualquiera señal de demagogia o populismo cuando, al contrario, son esos mismos bordes los que pueden incitar a esos riesgos. De hecho, esos mismos parlamentarios se han encargado de reafirmar la idea de que este proyecto constitucional se escribirá en una página tan en blanco como era aquella en que se escribió el anterior proyecto. Por lo demás, nada de positivo hay en esos bordes que no esté en la constitución actual.

En definitiva, estos políticos de ahora reemplazan la curiosidad que motivó a Pandora por la vanidad. Es el afán de lucimiento, por una parte, sin echarse encima, por otra, ninguna de las tantas preocupaciones que nos agobian y entre las cuales, por supuesto, no está ni remotamente la de dotarse de una nueva constitución. Al gobierno deficiente se une así un muy mal parlamento.

En la Caja de Pandora, sin embargo, un elemento quedó en ella cuando, abierta, dejó escapar a todos los males. Quedó la “esperanza” que, por eso, se dice, es lo último que se pierde. Pero, no basta invocarla, hay que trabajarla y esa es nuestra tarea hoy. Será dentro del marco de las reformas que se están aprobando, que habrá que ganarle la mano a un mal proyecto constitucional: a Dios rogando y con el mazo dando.

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