Gonzalo Rojas


Para comunistas y frenteamplistas, lo más importante es la ‘correlación de fuerzas'. Viven en el conflicto y de él.


Si miramos los problemas que tiene la izquierda en estos momentos, ¿no descubrimos acaso que son tanto o más graves que los que padece el Gobierno?

No me refiero a esa izquierda moderada, a esos partidos que han secundado con irresponsable docilidad cuanta locura les han pauteado el PC y el Frente Amplio. Pienso más bien, justamente, en estas dos fuerzas rupturistas y en su afán por derribarlo todo.

Marxistas, o muy arcaicos o algo renovados, dependientes de Lenin o de Laclau (con Gramsci como bisagra), para comunistas y frenteamplistas, lo más importante es la ‘correlación de fuerzas'. Viven en el conflicto y de él, por lo que es decisivo saber cuánto pesa ‘el enemigo' y con qué fuerzas cuentan ellos en su afán por derrotarlo.

Con la memoria de 1970-3 repasan sus vivencias de esos años —los mayores— o leen la abundantísima historiografía que los muestra en minoría durante los mil días de Allende. La ‘correlación de fuerzas' les era claramente desfavorable, al detentar un poder ejecutivo enfrentado con una oposición ampliamente mayoritaria en el Congreso. Pero, además, las otras grandes fuerzas les eran también contrarias: los gremios, la Iglesia Católica (después de la ENU), gran parte de los medios de comunicación y las Fuerzas Armadas, conscientes de los gravísimos atropellos al Estado de Derecho y amagadas por grupos armados.

Esa historia cambió.

Desde octubre, las izquierdas insurreccionales fueron consolidando una favorable ‘correlación de fuerzas'. Era tan evidente esa ecuación que para marzo habían planificado cómo hacer prevalecer la superioridad ‘de la calle' y, en combinación con el Congreso, conseguir la renuncia del Presidente Piñera, incluso antes del 26 de abril.

Hasta ahí todo iba bien, pero el virus se interpuso.

Se interpuso y pareció que le devolvía iniciativa y superioridad a una presidencia electa para desplegar ambos activos. Parecía, pero no fue así, y las izquierdas rupturistas han recuperado una muy favorable ‘correlación de fuerzas', y han ido poniendo el pie en el acelerador.

Pero, pero.

Dos problemas muy serios se presentan dentro de la estrategia de la extrema izquierda. Y los tiene que solucionar si no quiere ver, una vez más, invertida en su contra ‘la correlación de fuerzas'.

Por una parte, la vorágine maximalista —previa y posterior al eventual plebiscito— que puede llevar a las juventudes de sus partidos y a gremios afines —en sociedad con anarquistas y narcolumpen— a provocar el enfrentamiento violento entre civiles en la propiedad privada, en comercios y oficinas, en vías de comunicación, en colegios y universidades, en servicios públicos. Incluso una victoria del Apruebo podría llevar a los extremistas a quererlo todo y ya.

Esos enfrentamientos serían una pésima noticia para el frío PC. De ahí su áspera reacción frente al desalojo de municipios en La Araucanía efectuado por ¡civiles! Porque este primer dilema para las izquierdas duras consiste en cómo romper el sistema sin que haya una guerra entre civiles que exija una presencia excepcional del Estado a través de unas fuerzas que, por su armamento, puedan poner a ambas partes bajo control y terminar con el conflicto. Eso sería el final de la favorable ‘correlación de fuerzas' de la que hoy gozan esas izquierdas.

Pero, incluso si los altos mandos izquierdistas lograran estratégicamente congelar el fuego de las primeras líneas, aparece el segundo problema: cómo “respetar al soberano”, sí, a ese pueblo mestizo proclive a la montonera (Gabriel Salazar lo ha configurado así) en cuyo nombre estas izquierdas extremas dicen actuar, pero a cuya fuerza descontrolada obviamente no están dispuestas a someterse.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/08/12/81066/Izquierdas-duras-en-problemas.aspx

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