9 DE NOVIEMBRE DE 2019

 

 

 

 

Cuando bajo Bachelet II se emprendió la tarea de destruir el modelo chileno, el intelectual inglés Niall Ferguson comentó que estábamos ejerciendo nuestro derecho a ser estúpidos.


Durante las últimas semanas lo hemos ejercitado con entusiasmo, convirtiendo a la segunda mejor economía de América Latina (los esfuerzos de Bachelet II nos habían hecho perder el primer lugar a manos de Panamá) en otra más de las sociedades socializantes que entran en recesión, aumentan su burocracia, déficit fiscal y deuda pública y persiguen a los inversionistas y emprendedores. Ahora ya estamos pasando a engrosar el número de los que estaban peor que nosotros. Desfiles masivos apoyan alegremente, con muchos obesos y obesas golpeando "cacerolas vacías", esta revolución que nos va a dejar peor.

Se culpa del descontento a la desigualdad y carencias que generaría el modelo chileno, pero se puede terminar con ellas fácilmente, sin necesidad de destruir ni incendiar, pues los recursos ya están. Son los del llamado "gasto social" para los más pobres, que supuestamente debería ir a éstos, pero no les llega, pues "la parte del león" la retiene la burocracia de 580 programas sociales que tiene el Estado. Éste, como siempre, es "EL problema". Los sueldos que paga a sus burócratas son muy superiores a los del sector privado ("El Mercurio", 08.11.19, A-3). Si el Estado, en vez de gastar el 60 % del gasto social "administrándolo" le mandara un cheque al 20 % de los chilenos más pobres por el total de ese gasto social, no habría pobres, pues cada hogar recibiría dos y medio millones de pesos mensuales (Rolf Lüders, "La Tercera" 01.11.19). El jefe de familia del 20 % más pobre sería "rico" y hasta tendría que pagar Impuesto Global Complementario. Los pensionados pobres, obviamente pertenecientes a ese 20 %, pasarían a vivir en un hogar bastante rico y su problema de precariedad desaparecería.

Así se terminaría la "indignante" desigualdad de ingresos y el indicador Gini pasaría a ser de los más bajos de la OECD. Es decir, si no ejerciéramos tanto nuestro derecho a ser estúpidos, terminaríamos con la desigualdad y no saldríamos en masa a reclamar contra ella.

En el ejercicio del mismo derecho, una mayoría cree que cambiando la Constitución pasaríamos a ser más iguales. Pues se quiere cambiarla con el exclusivo fin de facilitar la expropiación de los medios de producción particulares para poderlos entregar al Estado. Por eso el intelectual de izquierda, Carlos Peña, ha dicho que para qué incendiar al país presionando por otra Constitución, cuando bastaría modificar la actual bajando el quórum que facilite confiscarles a los particulares y asunto concluido.

Pero cuando el pueblo chileno ha ejercido con mayor entusiasmo su derecho a ser estúpido fue al elegir Presidente, es decir, al que tiene la misión de velar por el orden público, al promotor de la mayor cantidad de querellas contra los que mantuvieron el orden público en el pasado, al enfrentar la guerrilla terrorista. Días atrás un general (r) refirió que su hijo, oficial activo, lo llamó diciéndole que había sido puesto al mando de un pelotón para mantener el orden en La Pintana, durante el estado de emergencia. Cuando él le daba consejos prudenciales, su señora le arrebató el teléfono y le dijo a su hijo: "No haga nada, absolutamente nada, porque si no va a terminar en Punta Peuco". Ése es el espíritu que el pueblo chileno ha inculcado a sus fuerzas de orden. 

Con razón no hicieron nada el viernes cuando los vándalos quemaron una universidad, saquearon una iglesia y destrozaron las rejas y los vidrios del primer piso de la embajada argentina, dañando el auto del embajador, que permanecía encerrado en el segundo piso con su personal, esperando lo peor, ante la ausencia de "las fuerzas del orden".

Si todo pueblo tiene derecho a ser estúpido, el chileno se distingue por ejercerlo bastante más que los demás.

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/2019/11/nuestro-derecho-ser-estupidos.html

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