Cristián Labbé Galilea


Al término del debate, tengo la opinión formada sobre sus alcances y efectos y, queriendo ser objetivo, busco la percepción de mis variopintos parroquianos. Veo, leo y escucho todo tipo de reacciones, donde predominan dos tendencias: los generalistas que articulan frases concluyentes e ilustradas pero que no dicen mucho… “ganó fulano, zutano estuvo débil…”; también están los detallistas, que califican todos los pormenores … “esa frase estuvo demás; ahí debió replicar”. Después de todo… ¡Las opiniones dan “para un batido y un fregado”!

Trato de indagar, con eximios analistas y comunicadores, cuántas personas pudieron haber cambiado o definido su voto a raíz del debate, y todos coinciden que “casi nadie”, porque quienes lo ven son “almas politizadas”; y si algún ciudadano común -no contaminado políticamente- lo ve, además de no entender bien todo lo que se discute, su opinión se formará principalmente de percepciones emocionales más que racionales.

Lo anterior permite sostener que, más que las argumentaciones -todas buscando lo políticamente correcto-, a mucha gente le debió provocar mayor preocupación el contraste, tangible e intangible, de forma y de fondo, entre los dos candidatos: ver la imagen de los dos protagonistas era estar ante una “síntesis grafica” de lo que está en juego política, económica, social y valóricamente en las próximas elecciones.

Todas las votaciones son importantes, en ellas se juegan muchos factores; pero en esta elección, como nunca, están en juego dos modelos de sociedad totalmente distintos: por un lado, la Sociedad Libre y por el otro la Sociedad de la Dominación. En la primera, se cautela y se privilegia al hombre y su libertad; en la otra, es el Estado y su burocracia autoritaria el que domina y determina los límites de esa libertad.

Por lo mismo, concluyo que el debate tiene importancia, no por el detalle y la chimuchina política, sino en cuanto muestra que:
• por un lado, tenemos a un activista político -bien producido- representando a un personaje que no es auténtico y que busca esconder su inexperiencia, su ignorancia y, lo que es más grave, a quienes están detrás de su descamisada figura;
• su oponente -meritorio en la forma y en el fondo- es un reconocido y confiable paladín, con una larga trayectoria en la lucha por la libertad, el orden, el estado de derecho, la justicia justa… en suma, en la defensa de los valores y principios de la Sociedad Libre.

Toda persona sensata debería percibir entonces lo diametralmente opuestas que son esas dos alternativas, y debiera entender que en esta elección se juega… ¡el todo por el todo! Es la última oportunidad para salvarnos del despeñadero.

Se acabó el tiempo, enfrentamos una peligrosa encrucijada: libertad o sumisión, orden o caos, seguridad o violencia, credibilidad o engaño. El país, su pasado y su futuro, se merece que nos juguemos ¡ahora! por evitar caer en manos de una izquierda radical. Si no trabajamos duro en estas pocas horas que quedan… después no nos quejemos, tendremos el gobierno que nos merecemos.

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