Cristián Labbé Galilea


Como las tentaciones son del diablo, esta devota pluma no caerá en la coacción satánica de soslayar el verdadero sentido de las fiestas navideñas para dedicarse a sacarle punta a las elecciones, sus resultados, sus causas y sus efectos; para eso habrá tiempo de sobra. Estos son días de reflexión, de paz y de armonía… para todos los credos y en todos los rincones del mundo.

Para los cristianos es Navidad; para los judíos es Janucá; los budistas celebran “Rohatsu” (iluminación de Buda); en India el “Bada Din”, (en hindi “Día Grande”). Para unos la Natividad, para otros la Fiesta de la Luz; villancicos para unos, para otros es el “Sherele” (baile judío); para unos nieve, para otros un árbol; ángeles para unos, para otros duendes, pero el sentido es el mismo… la vida es algo más que lo contingente y lo material.

A contrario sensu, alucinada por el progreso, lo mundano, lo profano y lo baladí, la convivencia humana pareciera estar dominada por la ambición, la intolerancia y la soberbia, donde las personas renuncian a su esencia espiritual para transformarse en dioses… cuyo principal credo es el poder.

De ahí la importancia de detenerse unos instantes, dejando de lado el trafago diario y las preocupaciones que nublan el horizonte político, económico y social, para dedicarle algún tiempo al sentido de la navidad y la trascendencia humana.

Estos son momentos de gratitud y de generosidad. ¡Qué duda cabe…! Siempre hay buenas razones para la gratitud. Quizá en ocasiones puede resultar difícil interpretar los motivos por los cuales estar agradecidos, pero es ahí cuando el hombre de bien (creyente, agnóstico o ateo) sabe a quién dar las gracias.

Con la generosidad pasa algo curioso: hay personas que se escudan en una aparente dificultad para solidarizar con alguien o con alguna situación. “¿Qué puedo hacer…?”, “¡No tengo tiempo…!”, “¡No sabría qué hacer…!”. Pero el punto no es la capacidad, el tiempo o el saber qué hacer, sino la falta de convicción: ¡Nadie es tan pobre, tan pobre que no pueda dar algo y nadie es tan rico, tan rico que no necesite de nadie!

Después de un breve silencio, un reflexivo contertulio remarcó… “Es verdad, la gratitud y la generosidad forjan la esperanza, y eso es lo que buscamos: esperanza que en el país reine la paz, la concordia, la convivencia social; esperanza que vengan días de bienestar para lo más vulnerables, niños y adultos mayores; esperanza de salud para los enfermos, de libertad para los viejos soldados que sufren injusto cautiverio”… fue una larga lista de esperanzas.

Mientras escucha tales reflexiones, esta pluma recuerda la novela de C. Dickens “Grandes Esperanzas” (1860) y, al cerrar la tertulia, evoca una de las grandes lecciones de dicha obra: “…tus expectativas —la posición social y la riqueza— son menos importantes que tu lealtad y tu misericordia… porque quien vaya (tentado por el diablo) por caminos torcidos, jamás podrá alcanzar sus Grandes Esperanzas… ¡Dios no tienta… orienta!

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