Cristián Labbé Galilea
Caba vez es más frecuente que mis parroquianos expresen desazón por nuestra realidad. Más allá de la chimuchina que llena páginas mediáticas, y abunda en los opinologos, lo que verdaderamente les preocupa es la desconexión existente entre la sociedad política y los problemas de la gente.
El desencanto es generalizado. Moros y cristianos se irritan al ver a políticos, rodeados de micrófonos, hablando de lo humano y lo divino, en circunstancias que el país vive una situación de deterioro nunca antes visto en materias de seguridad, educación, salud, empleo, crecimiento, amén del triste espectáculo de rusticidad y corrupción que dan nuestras autoridades.
A días del plebiscito que definirá el futuro institucional del país, la situación pareciera no sufrir variaciones: escaso interés por el tema; mañosas interpretaciones de los efectos de una u otra opción; millonarios gastos publicitarios, subrepticio intervencionismo oficial y, lo más delicado… dudoso efecto de los resultados del plebiscito en el futuro del país.
A decir verdad, la situación no es muy auspiciosa; todo indica que después del plebiscito del 17D no habrá grandes cambios, todos se declararán ganadores y… la vida seguirá igual.
Una vez más los políticos no habrán dado el ancho, y se habrá confirmado que padecemos tremenda escasez de liderazgos a todo nivel. Algo verdaderamente desesperanzador, pues no era para nada irreal pensar que, pasados cuatro años de andar a la deriva, surgiría una camada de nuevos líderes que sacarían al país del marasmo en que se encuentra.
Las dirigencias políticas que han encabezado este proceso, en representación de quienes creemos en la necesidad de defender y fortalecer los principios de la Sociedad Libre, perdieron la oportunidad de haberle propinado una derrota definitiva a la izquierda refundacional y a un gobierno que ha dado sobradas pruebas de su incapacidad.
Tal como lo simplificó un futbolero parroquiano… “Dirigentes del sector derechista, después de ir ganando dos-cero (4 sep 22 y 7 may 23), de estar dominando la cancha y de tener la oportunidad de liquidar el partido, fueron convencidos que había que jugarse ’el todo por el todo‘ en un plebiscito que ha terminado siendo… ’el que mete el último gol gana’”.
Así las cosas, surge una gran oportunidad para finalizar con esta desesperanzadora situación. Hay que ganar la partida, sí o sí; quedan pocas semanas para reaccionar y para pensar sobre “el día después”.
Todo indica que los resultados serán estrechos; sin embargo, lo que no puede ser tenue, sutil, tibio ni ambiguo, es el liderazgo que debe surgir en ese momento.
Debe brotar imperativamente un liderazgo capaz de asumir el presente, rectificar los errores, devolver la confianza en la política, priorizar las necesidades de los más necesitados y darle al país la esperanza de un futuro de orden, seguridad, justicia, bienestar y progreso.
Camino absolutamente posible, porque no hay mal que dure cien años. Recuerde, mi letrado contertulio, lo dicho por don Quijote: “Sábete Sancho que todas estas borrascas… son señales de que presto ha serenar el tiempo… porque habiendo durado mucho el mal… el bien está ya cerca” (Cervantes, Don Quijote).
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