Gonzalo Rojas

 

"¿Creen que esas personas van a abandonar su modo habitual de vida porque teman ser estigmatizadas en alguna columna?".

Todas las miradas -incluyendo al Presidente y a la Primera Dama- se han dirigido a José Antonio Kast.

Comprensible: el hombre descoloca.

Pero mucho más importante sería saber dónde puso su propia mirada Kast desde que, hace ya una década, decidió competir dos veces por la conducción de la UDI y, después, por la Presidencia de Chile.

¿Hacia dónde miró? ¿Qué vio?

Miró hacia la normalidad de la vida nacional y vio a esos chilenos comunes y corrientes que, sin mayores aspavientos, construyen sus vidas, las de sus familias y las de sus ambientes de trabajo y amistad, mediante comportamientos diarios, sencillos, anónimos. Esa gente de "ideales normales", no una clase media, sino personas de aspiraciones medias, pero muy serias; gente sin ideología, sin fijaciones mentales de manual, pero con ideas básicas de sentido común. Personas con defectos, con carencias, pero que quieren vivir una vida buena, que saben que eso las hará felices y ayudará a su querido país.

Simple, ¿no? Simplón, lo llamarán algunos, en su afán por complicarlo todo.

Pero, analistas, políticos, comunicadores, ¿no sería mejor asumir que esas personas son el dato básico a partir del que hay que referirse a José Antonio Kast? ¿Qué sacan algunos de ustedes con descalificar a esa gente llamándolas ultras, neofascistas, extremistas o populistas? ¿Creen que esas personas van a abandonar su modo habitual de vida porque teman ser estigmatizadas en alguna columna o en algún programa? Cuánto más honrado sería que simplemente ustedes reconocieran en esas gentes a chilenos de carne y hueso que en noviembre de 2017 descubrieron que, por fin, podían votar por un candidato que los representaba en sus sentimientos y vivencias. Si en todos esos análisis tomaran en cuenta el dato primario, se ahorrarían tanto tiempo y neuronas, tanta elaboración de sesudas explicaciones sobre polarizaciones y consensos, sobre transiciones o influencias extranjeras.

¿Y qué dice, en realidad, el dato primario?

Que en todos los pueblos y barrios de Chile, que en todas sus oficinas, campos, fábricas y salas de clase, que en todos los sectores sociales, económicos y en todos los segmentos etarios hay muchas personas que viven y mueren dentro de un sencillo cuadrante.

¿Un cuadrante? Sí, el conformado por estos cuatro costados: vida y familia, trabajo y emprendimiento, derecho y educación, moral y religión. ¡Qué gente más rara, ¿no?! Personas curiosas que quieren desplegar una vida de libertades y responsabilidades...

¿Y por qué, mejor, no forman un gueto o imitan a los amish, por qué "no se van del país"?

Por dos razones, muy sencillas: no sería ni justo ni posible.

No sería justo, porque en un sistema democrático esas personas -pacíficos ciudadanos que no le propinan golpizas a nadie, ni buscan la humillación mediática de sus rivales- tienen todo el derecho a competir por alcanzar el poder, con un candidato como ellos. Tienen todo el derecho a que su sensibilidad siga creciendo y se extienda a otros compatriotas, aunque eso le preocupe a la Primera Dama.

Y, además, no sería posible. No hay aislamientos que puedan proteger a los chilenos de las políticas con que se destrozan las vidas y se destruye la familia; no hay protecciones que puedan evitar los daños al trabajo y al emprendimiento causados por la manía regulatoria; no hay manera de evadirse de los modos en que el derecho es vulnerado y la libertad de educación arrinconada; y, poco a poco, cada día se hace más difícil sustraerse a la ridiculización de la religión y a la relativización de la moral.

José Antonio Kast es responsable de haber visto todo esto, lo bueno y lo malo, lo corriente y lo profundo. Ni mucho ni poco: simplemente la realidad.