Gonzalo Rojas Sánchez

 

"Resulta evidente que esa noble tarea ha venido siendo desfigurada para asimilarla con el resto del mundo laboral."


 ¿Qué han tratado de ganar los profesores con su prolongado paro? ¿Qué se supone que ha querido ganar el Gobierno al defender su posición?

Ya esta pregunta revela lo absurdo de la situación, porque ¿no son acaso, por definición, los profesores y el Gobierno colaboradores en la búsqueda del bien común?

Pero, desgraciadamente, este presupuesto se ha ido desvirtuando, en la medida en que la actividad docente va siendo gradualmente desfigurada. Qué duda cabe que el magisterio es una profesión distinta de las demás, en todos sus niveles, desde la enseñanza pre básica a la posdoctoral. Pero también resulta evidente que esa noble tarea ha venido siendo desfigurada para asimilarla con el resto del mundo laboral. Lo que Gabriela Mistral expresara como la actitud normal de una vocación superior es mirado hoy por tantísimos profesores como una excentricidad inaceptable. Dijo la educadora: “Como los niños no son mercancías, es vergonzoso regatear el tiempo en la escuela; nos mandan instruir por horas, y educar siempre; luego, pertenecemos a la escuela en todo momento que ella nos necesite”. Así han entendido su dedicación formativa la inmensa mayoría de los profesores del pasado. Y eso ha distinguido al magisterio, porque si cualquier otro profesional pensara de modo análogo respecto de su propio oficio, sería sujeto de atención psiquiátrica de urgencia.

Por eso, cuando se prolongan estos conflictos por razones económicas y sindicales —por atendibles que sean algunas de ellas—, lo que los profesores en parte pierden es esa conciencia de la obligación de tener que ser distintos, ese intangible de generosidad, de liberalidad. Sin duda que muchos maestros de la enseñanza pre básica, básica y secundaria han sido afectados por la violencia de algunos padres y de algunos alumnos, por la indolencia de algunos sostenedores, pero también son dañados por la actitud sindicalista de sus dirigentes y asambleas deliberantes, cuando los presentan como unos asalariados más.

Paralelamente, en el plano universitario, la vocación docente está siendo gravemente afectada por el “publica o perecerás”.

El influyente Patrick Deneen lo ha expresado con claridad: “Para conseguir plaza los profesores necesitan publicar una serie de papers que tendrían que ser aprobados por un vasto cuerpo de expertos en el ámbito de esos trabajos que atestiguaría su originalidad y productividad; nacía así un mercado de selección y reclutamiento de profesores; los docentes dejaron de estar ligados a instituciones particulares, y ni siquiera a sus estudiantes, entendiéndose a sí mismos cada día más como miembros de una profesión; la formación moral dejó de ser un criterio relevante en la descripción del trabajo de uno”. De nuevo, la vocación formativa, amagada y desvirtuada.

Desvirtuada, porque, como ha escrito Rafael Vicuña —biólogo de larga trayectoria en gestión universitaria—, “lo que es más grave aún, dedican cada vez menos tiempo a atender a los alumnos, particularmente a los de pregrado…; instituciones ‘excelentes' no necesariamente están entregando una enseñanza formativa correspondiente al prestigio que proyectan en la comunidad”.

Muchos profesores universitarios no tienen hoy convicciones claras: la ideología de la neutralidad, inducida por la persecución de los pocos que sí quieren formar a sus alumnos, está llevando a muchos a una autolimitación grotesca. El nuevo mandato: “Si hablas, perecerás”.

La consecuencia es evidente, en todos los niveles educativos: el alejamiento de los alumnos, su abandono. Gravísimo. “Todos los vicios y la mezquindad de un pueblo, son vicios de sus maestros”, sentenció también Gabriela.

 

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2019/07/17/70953/Profesores-desvirtuados.aspx

 

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