sábado, 10 de febrero de 2018 

 

 

            Siempre he creído en el poder de la oración. Cuando niño sabía que las tres avemarías al final de la Misa eran por la conversión de Rusia, así es que siempre confié en que se iba a convertir, aunque prelados y pontífices inclinados a la izquierda hubieran suspendido, en aras de la corrección política, el rezo de dichas tres avemarías.

Pero a pesar de ello y hasta hoy en el Mes de María, todos los años, seguimos pidiendo, en la oración final, para que el divino Hijo de la Virgen “haga lucir la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error”.

Esa poderosa e inconfundible advocación, a cuya fuerza se añadió el ejemplo global del éxito de la Revolución Militar Chilena de 1973, precipitó en 1989 la caída del Muro de Berlín y luego de la Cortina de Hierro completa, y disipó las “tinieblas del error” de la faz de la Tierra, restando en ella sólo puntos de oscuridad mínimos como Cuba, Corea del Norte o Albania.

El destino castigó el dictum de Brezhnev, “¡nunca más habrá otro Chile!”, haciendo que lo que nunca más hubiera fuera otra URSS.

Así y todo en el Chile salvado del comunismo persisten algunas “tinieblas del error” flotando en el ambiente. Basta oír hablar a Sebastián Piñera sobre el Gobierno Militar para comprobarlo, siendo su voz representativa de una gran masa mayoritaria de equivocados.

La prueba está en el último número de la revista internacional “Le Monde Diplomatique” que circula en Santiago, donde viene una entrevista del “arqueólogo e intelectual español” Gabino Busto Hevia al juez (r) Juan Guzmán Tapia, quien lograra hace veinte años fugaz notoriedad internacional al procesar al ex Presidente y entonces senador Augusto Pinochet por supuestos crímenes en los que no había tenido arte ni parte.

Esto último quedó finalmente demostrado en mi libro “La Verdad del Juicio a Pinochet”, y tuvo por consecuencia que el destino final de Juanito no fuera un “tenure” en Harvard, como seguramente él aspiraba a recibir; y ni siquiera una plaza en la Corte Suprema, sino una irrelevante docencia en una universidad secundaria, de cuya oscuridad lo fue a rescatar Busto Hevia para “Le Monde Diplomatique”.

Y Juanito los sumió a ambos a sus “tinieblas del error”, refiriendo que, en octubre de 1973, 13 personas fueron ejecutadas en Copiapó por órdenes de los generales Arellano y Pinochet y a manos de la “Caravana de la Muerte” encabezada por el primero. Relata entusiasmado en la entrevista que él aplicó la eximente de responsabilidad del “miedo insuperable” a los tenientes autores materiales de las muertes de los 13 fusilados, dejándolos libres, pues si no hubieran obedecido la orden de matar habrían sido ejecutados por sus superiores.

Lástima que su versión sea completamente falsa. Cuando esos 13 fueron fusilados en Copiapó, la comitiva de Arellano todavía no había salido de Santiago. Luego ni él ni menos Pinochet tuvieron nada que ver con esas muertes. La inventada culpa de ambos fue obra de un libro de izquierda, “Los Zarpazos del Puma”, que Juanito Guzmán citó como fundamento de su fallo. Para inculpar a Arellano, el libro tuvo que falsificar la fecha del oficio del capitán que daba cuenta de las 13 ejecuciones y ponerle “17 de octubre” y no “16” que era la verdadera (pág. 150). Pero la autora del libro olvidó que en la página siguiente reproducía un oficio del comandante del regimiento de Copiapó, de fecha 16 de octubre, pidiendo al cementerio local habilitar 13 tumbas para los fusilados la noche anterior, la del 15 al 16, cuando la comitiva de Arellano estaba todavía en Santiago.

La verdadera historia fue que el abogado de algunos de los 13 presos en el regimiento de Copiapó le había advertido a su comandante que algunos de ellos estaban planeando una fuga, pues un cliente del abogado, un preso socialista ya anciano, le advirtió del plan y su temor de que los militares les dispararan y él pudiera morir. Por eso el comandante ordenó trasladar a los presos a La Serena, donde había mayores seguridades y vigilancia.

La mala fortuna quiso que el camión del traslado, en la noche del 15 al 16 de octubre, tuviera una falla en la cuesta Cardones y, según el oficio del capitán a cargo, la circunstancia fuera aprovechada por los presos para huir en la oscuridad, lo que llevó a los soldados que los custodiaban a dispararles y darles muerte. Es decir, se cumplió lo que el anciano socialista más temía.

Todo esto fue probado en el proceso y quedó claro que ni Arellano ni Pinochet siquiera sabían del caso. Pero Juanito quiso aprovechar “las tinieblas del error” para hacerse famoso hace veinte años procesando a Pinochet por eso y vuelve a aprovecharlas ahora para lucirse ante el mundo como magistrado valiente y criterioso, a través de “Le Monde Diplomatique”. Lo malo es que nada de lo que dice es verdad.

Y lo peor es que la gran mayoría de los chilenos, encabezados por Sebastián Piñera, cuyo canal de televisión, dirigido a la sazón por el izquierdista Jaime de Aguirre (a quien con tanta gracia Piñera pagó su bono de reconocimiento con dineros de SQM y otras firmas, donados a él para fines electorales) para los 40 años del Once emitió programas de alta audiencia, como “Imágenes Prohibidas” y “Ecos del Desierto”, culpando a Arellano, bajo órdenes de Pinochet, de ejecutar a los 13 de Copiapó, lo que fue comentado por Jorge Correa Sutil en “El Mercurio” y Ricardo Solari en “La Segunda” resaltando el “horror de los crímenes de Pinochet”. Y ello dio pie a la fulminación de un Piñera sumido en las tinieblas del error contra los “cómplices pasivos” de todas esas muertes.

Entonces, si bien gracias a tantas oraciones dichas tinieblas se han disipado en el mundo, siguen imperando en Chile en lo relacionado con la verdad de lo ocurrido tras la Revolución Militar de 1973, tan fundamental para librar de aquéllas a buena parte de la Humanidad.

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.cl/2018/02/las-tinieblas-del-error.HTML

 

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