27 DE MAYO DE 2023 

 

 

 

 

 

Hermógenes Pérez de Arce


Chile nunca necesitó una nueva Constitución después de la de 1980. Ni siquiera necesitó las reformas que le hicieron y la empeoraron. 

Esta Constitución presidió por más de 40 años el "milagro chileno", mundialmente reconocido e imitado; redujo la pobreza y disminuyó la desigualdad: "En realidad la proporción de quienes vivían con menos de 3,25 dólares al día (a pesos de paridad de poder adquisitivo de 2017) había caído de 36% en 2000 al 11% en 2020 y el coeficiente de Gini del 55% al 44%" (The Economist, citado por El Mercurio del 21.05.23, p. B15).

La idea de una nueva Constitución sólo la propiciaban los comunistas. Tras muchos años vino a adoptarla una "compañera de ruta" de ellos, Michelle Bachelet, que era originariamente del pacto comunista PAIS. Después buscó mejor destino en la Concertación, llegó a la presidencia y durante su segundo mandato --tras llevar a los comunistas al gobierno-- propuso la idea de éstos (siempre deseosos de "borrar a Pinochet", su némesis) de otra Constitución. Pero su propio ministro de Justicia, menos extremo que ella, la boicoteó. 

Cuando Sebastián Piñera enfrentó la enésima revuelta comunista de nuestra historia, sabiéndose carente de coraje para aplastarla, decidió ofrendarle al comunismo gestor de la revuelta lo que éste y sólo éste más deseaba: derogar la Constitución. Fruto de esa claudicación los comunistas prepararon una nueva y en el ínterin ganaron el gobierno mediante otro "compañero de ruta", Gabriel Boric. Pero el 04.09.22 el 62 % de los chilenos rechazó su engendro y ratificó la Carta de 1980. 

Entonces el rendido Piñera y el frustrado Boric --dos sujetos ampliamente impopulares-- se unieron en contubernio, aprovechándose del entreguismo de la centroderecha y de una élite empresarial discapacitada, y discurrieron otro proceso constituyente, pero esta vez claramente ilegítimo, porque omitieron consultarlo al pueblo, titular de la potestad constituyente originaria. Lamentablemente tenían votos parlamentarios suficientes como para saltarse la Constitución. La única consulta al pueblo que contempló el espurio pacto fue una elección de Consejeros Constituyentes. Y precisamente en ella triunfó por enorme margen, para sorpresa de los confabulados, el único partido de derecha no-entreguista y, también, el único opuesto a cambiar la Constitución, el Republicano. Por sí solo eligió 23 de los 50 consejeros, obtuvo el 35 % de los votos y cuadruplicó en tamaño a sus más cercanos seguidores, la UDI y el Partido Comunista.

El mandato popular al Partido Republicano es claro: "no a una nueva Constitución". Ésa es la misión de sus Consejeros Constitucionales. La gente que votó por ellos lo hizo por ser contrarios a una nueva Carta. Fueron 3 millones 400 mil votos. Y hubo 2 millones 700 mil votos nulos y blancos, de los cuales, los que se manifestaron, también dijeron ser contrarios a una nueva Constitución. De una votación de 12 millones 400 mil ¿puede un país darse una nueva Constitución cuando cerca de la mitad no apoya la idea? ¿Es "casa de todos" una en que casi la mitad no quiere entrar o no cabe? Y, peor todavía, si para redactarla se funda en un proceso ilegítimo por no haber sido consultado al pueblo constituyente originario.

El Consejo Constitucional es el único órgano, de los de este proceso, elegido por el pueblo. Los Expertos y el ente arbitral han sido nombrados por el contubernio, sin respaldo popular. Por consiguiente, el Consejo puede resolver lo que le parezca. Mejor dicho, debe hacerlo. 

La prueba de fuego del Partido Republicano consiste en conseguir apoyo de otros Consejeros de derecha y pronunciarse claramente por lo que sus votantes le encargaron: "No a una nueva Constitución". 

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/

.