26 DE JULIO DE 2019

 

 

Piñera tiene tan alterada la escala de valores que no echa a sus colaboradores cuando los sorprende mintiendo, sino cuando dicen la verdad. Ahora le ha tocado el turno a Carlos Williamson, a punto de jurar como Subsecretario de Educación  Superior, pero que en una acertada y lúcida carta al diario de 2009 había escrito que el Museo de la Memoria Marxista era "una brutal ditorsión de la realidad histórica que no le hace bien a un país que busca con afán reconciliarse con su pasado y, de paso, hiere a las Fuerzas Armadas chilenas que, al no tener un fundamento de su acción, quedarán sólo como ávidas de poder". ¡Dijo la verdad! Inaceptable. ¡Fuera! ¡No puede ser subsecretario de este gobierno!
 
Ya un ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Mauricio Rojas, había sido defenestrado abruptamente por Piñera al comprobársele que había escrito, sobre el mismo Museo, que era "un completo montaje" destinado a "entontecer a la gente". Lo único que podría observársele sería que la gente no tiene necesidad de ser entontecida, pero igual lo echaron.
 
Tanto lo escrito por Williamson como por Rojas es la estricta verdad. Dicho Museo es equivalente, como lo escribí en su momento en "El Mercurio", a que Adolfo Hitler hubiera montado una exhibición para condenar a Churchill como criminal de guerra por haber lanzado bombas de fósforo y quemar a mujeres y niños en Bremen y Hamburgo durante la II Guerra, exhibiendo nada más que testimonios de esto en el museo.
 
En cambio, el Presidente de la República puede engañar todo lo que quiera, como cuando aseveró que en la Reforma Previsional se iba a respetar el derecho de los trabajadores a determinar la institución que manejara su aporte adicional del 4 %, en circunstancias que él mismo está prohibiendo a los trabajadores ejercer esa libertad al impedirles llevar sus fondos al más natural y confiable administrador de ellos, como lo es su AFP, y entregarlos a un ente estatal obligado.
¡Mintió!: ergo sigue en el cargo.
 
Y en su primera administración Piñera le aseguraba al país que su patrimonio estaba siendo administrado por un fideicomiso ciego, del cual él nada sabía y que cumplía en exceso las exigencias impuestas por las leyes, en circunstancias que estaba sacando el 72 % de ese patrimonio a paraísos fiscales del exterior, previo haberlo transferido a sociedades de sus hijos y sus nietos. Todo mientras subía los impuestos a quienes mantenían sus haberes a su propio nombre y en Chile. Es que todo se le perdonaba, porque nunca nadie lograba sorprenderlo diciendo la verdad.
 
 
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