29 DE JULIO DE 2019

 

 
Los hechos ocurridos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990 no han cambiado: ahí han estado, inconmovibles, por 29 años. Las que han cambiado han sido las personas y sus opiniones. Por ejemplo, el coronel Juan Emilio Cheyre recibió orgulloso su medalla "Mision Cumplida" en 1990, después de un brillante desempeño profesional y como Intendente de la III Región completamente jugado por el Sí en 1988 y, es de suponer, orgulloso de su tarea. Pero en 2004, ya como general y comandante en jefe del Ejército, tras sucesivos gobiernos de la Concertación, se declaró públicamente como coautor de delitos antes de 1990. En efecto, manifestó que su institución había sido culpable de "TODAS las actuaciones penalmente punibles y moralmente inaceptables del pasado". El pasado no había cambiado en una coma, pero él sí y con las anteriores palabras se rindió incondicionalmente a la versión del máximo enemigo del régimen militar, el marxismo-leninismo, absolviéndolo de toda culpa al echárselas al Ejército de Chile.
 
Bueno, Carlos Williamson, un destacado economista y académico, políticamente afín a la UDI, escribía en carta a "El Mercurio" en 2009 que el Museo de la Memoria constituía "una brutal distorsión de la realidad histórica, que no le hace bien a un país que busca con afán reconciliarse con su pasado". Pero hoy, también en carta a "El Mercurio", escribe que "el Museo de la Memoria tiene legitimidad, qué duda cabe, en cuanto expone crudamente el horizonte de significado de este período histórico" (1973-1990). Pero no sólo cambia de opinión, sino que acusa al gobierno que él seguramente apoyó con su voto en la Consulta de 1978, en el plebiscito de 1980, en el de 1988 y en el confirmatorio de la Constitución en 1989, de "atrocidades" y "violaciones a los derechos humanos de  lo cual todos fuimos culpables". Yo ignoraba su participación en tales supuestas violaciones a los derechos humanos y, desde luego, me excluyo de su definición de "todos", pues nunca participé en nada semejante. Sea como fuere, los hechos de ese período siguen siendo los mismos, aunque las personas hayan cambiado su juicio sobre ellos. 
 
Evidentemente, admiten interpretaciones. Por ejemplo el historiador de ese período, Jorge Baradit, con gran éxito de ventas, sostiene que un militar roció con combustible en 1986 a Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas y los quemó; pero otro historiador de ese período, yo, en mi "Historia de la Revolución Militar Chilena", (con mucho menor éxito de ventas que Baradit, pero ya con tres ediciones) sostengo que un tropezón accidental de un conscripto volcó un recipiente que llevaban ambos quemadores quemados, y eso les provocó las lesiones. Esos hechos se siguen discutiendo hasta hoy, pero sucedieron de una manera determinada y que no ha cambiado. Últimamente el ministro sumariante Carroza ha condenado a diez años de presidio al coronel (r) Jorge Castañer por haber rociado con combustible a los incendiarios detenidos, pero la propia Carmen Gloria Quintana ha declarado en el proceso que fue quemada por un militar vestido de camuflaje y con el rostro pintado, mientras Castañer ha probado que él ese día vestía de civil, estaba a veinte metros de los hechos y no pudo quemar a nadie. Y todo esto ha levantado un gran debate en redes sociales, donde menudean denuncias sobre la prevaricación judicial. 
 
Pero los hechos fueron los hechos y no han cambiado en 33 años, aunque dos de quince conscriptos participantes en el episodio de 1986 hayan cambiado treinta años después su versión, permitiendo reabrir el proceso, lo que se ha hecho violando las leyes expresas y vigentes sobre cosa juzgada y prescripción.
 
Pues lo que ha tenido lugar en Chile es una gigantesca operación de revisionismo interpretativo de los hechos, aunque éstos sigan siendo los mismos. Cuando en 2009 Carlos Williamson calificaba al Museo de la Memoria de "una brutal distorsión de la realidad histórica", todavía no había asumido la Presidencia de la República Sebastián Piñera, un opositor al gobierno militar que arrastró del Sí al No a los dos partidos que apoyaron a ese régimen y la reelección de Pinochet en 1988. Piñera adhería a la versión comunista de los hechos 1973-1990, que antes ya había sido abrazada por la DC y Patricio Aylwin, tanto que éste, en 1993, declaró jamás haber afirmado lo que él mismo decía en 1973, en el sentido de que las fuerzas armadas y carabineros habían salvado a Chile de un régimen comunista que se iba a iniciar con un autogolpe totalitario de Allende. Para su mala fortuna, ambas declaraciones contradictorias suyas quedaron perpetuadas en YouTube.
 
Lo que pasa es que en Chile existe una institución nacional, consistente en "darse vuelta la chaqueta" cuando la que uno lleva originalmente no exhibe los colores apropiados para una mayor conveniencia del momento. Esto se originó en la revolución de 1891, como he detallado antes en comentarios y escritos; y los chilenos, con escasas y honrosas excepciones, lo practican asiduamente hasta hoy. Así, la derecha se dio vuelta la chaqueta con respecto al gobierno militar. Sus partidos hasta modificaron sus Declaraciones de Principios para adaptarse al reverso colorado de su virada chaqueta. Y esto se torna cada día peor, porque ya casi nadie en la derecha permanece fiel a sus antiguos principios, con excepción de Fuerza Nacional, un partido en formación que precisamente incorpora en su Declaración de Principios las definiciones favorables al régimen militar suprimidas por RN y la UDI. Ni siquiera el Partido Republicano, también en formación y escindido de la UDI, se atrevió a ser tan explícito en su propia Declaración de Principios y en ese punto no se pronunció, de modo que, por el momento, todo el mundo espera su definición.
 
Yo estoy presentando en estos días un libro con un recuento de estos cambios de opinión de los chilenos que, lamentablemente, sólo refuerzan la versión histórica de la extrema izquierda. Por cierto, el giro de Carlos Williamson habría merecido una mención destacada en ese libro, titulado "Miserias Morales de la Chilenidad Actual", pero da la mala suerte de que ya está impresa su primera edición. Si hubiere una segunda, ciertamente figurará en ella. 
 
 
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