22 DE DICIEMBRE DE 2019

 

 

 

 


Por si alguien no se dio cuenta, yo intenté dar un golpe de estado "blanco" la semana pasada. Les comuniqué a los diputados de derecha, primero, el jueves, y luego a los senadores de derecha, el viernes, que podían ese mismo día salvar al país de la incertidumbre.

Pues el Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución o, lo que es lo mismo, la rendición incondicional del gobierno y la derecha a la izquierda, implica que, como lo dije en mi blog del 3 de noviembre, Chile se j... No escribo la palabra, porque después grabo este blog para Youtube y esa entidad me ha notificado que el término resulta inaceptable para sus estándares.

Me explico: tanto los diputados como los senadores de derecha tenían la posibilidad cierta de terminar la chacota y, con más del tercio de los parlamentarios de que disponen, reafirmar la vigencia de la Constitución indefinidamente el mismo jueves o viernes. Y, por lo tanto, asegurar el futuro institucional, que es lo importante. Se terminaba ahí mismo la incertidumbre que ahora tiene liquidado al país.

Ya los desórdenes públicos iban a ir disminuyendo, anunciando que Piñera podría terminar su mandato, desprestigiado y todo y en medio de la desorientación máxima que lo caracteriza hoy. Pero, por lo menos, no gobernando según el programa del Foro de Sao Paulo y los dictados de Maduro, como lo está haciendo ahora.

Y entonces, en 2021, José Antonio Kast habría tenido el triunfo asegurado por los votos de una mayoría silenciosa, agotada por el caos y deseosa de ver de nuevo imperar el orden y el progreso que nos legaran Pinochet y la Junta.

En cambio, como mi golpe blanco no resultó, hoy reina el pesimismo entre la gente que importa (que es la que entiende algo) y ni siquiera sabemos si va a haber elecciones limpias en el 2021 o nos va a estar gobernando una AC como la de Maduro.

Es verdad que lo que yo pedía a los parlamentarios de derecha era, efectivamente, dar un verdadero golpe político, porque implicaba desconocer el ilegal Acuerdo del 15.11 adoptado entre las directivas de los partidos.

Es decir, les pedía provocar un terremoto político, pero estrictamente sujeto a la legalidad, la cual prohíbe a las directivas dar órdenes a los diputados y senadores acerca de cómo votar y, además, tratándose de un Acuerdo viciado por la fuerza ilegal (representada por la alianza del izquierdismo extremo, el lumpen, la delincuencia y los narcos, que destruyó, saqueó e incendió al país, todo lo cual vició, a través de la fuerza del miedo, el consentimiento de la derecha). 

Como se aprendía en primer año de derecho, cuando los estudiantes iban a clases, los vicios del consentimiento son el error, la fuerza y el dolo.

Nótese, de paso, que implícitamente el Acuerdo reconoció de manera oficial y pública que la izquierda política era coautora o, por lo menos, cómplice de la violencia destructiva, pues se comprometía a terminar con ella a cambio de la rendición de la derecha. Es decir, la izquierda confiesa que controla la violencia ilícita. Fue, evidentemente, toda una extorsión mafiosa.

Ello ponía de manifiesto la nulidad jurídica del Acuerdo, por existir un del vicio del consentimiento, la fuerza.

Pero para dar el golpe legal y borrar de un plumazo la perspectiva de los dos años de incertidumbre institucional que hoy nos esperan y que arruinarán al país; y para haber restablecido la normalidad institucional desde el mismo jueves o viernes pasado, se habría requerido de un equipo parlamentario como el que el 22 de agosto de 1973 forjó una mayoría de 87 votos para pedir a las fuerzas armadas poner término a la situación entonces existente.

Esa falange parlamentaria, que habría necesitado esta vez sólo 67 votos de diputados o 15 de senadores para restablecer el estado de derecho desde ya, hoy simplemente no existe. Los kerenskys han vuelto a su papel histórico de hacer posible lo que pretenden los comunistas; y el propio contingente de la derecha se encuentra debilitado por las deserciones y desfallecimientos de los Desbordes, los Ossandón, los Jaime Bellolio y el propio senador Allamand, que votará "Sí" a la nueva Constitución en abril, según ha declarado.

De hecho, ya no quedaba ningún "veterano del 73" para volver a salvar al país y evitarnos los dos sucesivos annus horribilis de incertidumbre, 2020 y 2021. De hecho, sólo se atrevieron a intentarlo dos héroes parlamentarios de nuestro tiempo: Ignacio Urrutia en la Cámara y Kenneth Pugh en el Senado, que votaron contra la derogación de la Carta de 1980, Carta ratificada popularmente en 1989 y parlamentariamente en 2005.

El 89 % que hoy apoya la locura de la AC, según la encuesta COES, citada por el "Wall Street Journal" ("El Mercurio", 20.12.19) , parece muy difícil de revertir, sobre todo si entre los propios parlamentarios de derecha la preferencia por el Sí en abril predomina 60 a 40, según "El Mercurio" de hoy.

Quise, pero no pude, si bien, como decía Fidel con menos fundamento, confío en que la historia me absolverá.

 
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