Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Muchas voces se levantan desde los más lejanos y cercanos rincones de la Patria, voces a veces cansadas, otras llenas de optimismo, las más, llenas de esperanza.

Son muchos años que la nación constituida por 18 millones de personas busca un camino seguro donde impere el buen juicio y con ello la paz y tranquilidad tan anhelada.

Voces cansadas, que por años vienen advirtiendo el peligro. Vienen dando a conocer la cultura de la muerte que ha invadido nuestra vida diaria.

La mayor parte de las veces, las cúpulas dirigentes tanto políticas como de otro orden prefirieron hacer oídos sordos y bailar con la fea. Era conveniente, reportaba algún beneficio de poder o de otra índole.

Hasta hoy, cuando faltan pocos días para la definición final, hay algunos que intentan defender algunas estructuras indeseables para el país que han constituido la fortaleza de la cultura de la muerte, como el Instituto de Derechos Humanos que ha favorecido al terrorismo y al delincuente, en desmedro de la gran mayoría de los ciudadanos que ven amagados sus derechos por el miedo a la violencia imperante.

Hoy se necesitan apoyos incondicionales. Lo incondicional carece de restricciones o limitaciones. El amor por la Patria es un amor incondicional, igual al de una madre por su hijo.

Sin embargo hoy en día y sobre todo en política, hay que entender qué tal incondicionalidad solo existe en los miembros de un partido que sigue una doctrina de pensamiento identificatorio en cada militante. Pero cuando se trata de crear referentes para una causa superior, por cierto que hay que buscar los puntos centrales de encuentro y fortalecer esas identidades y en conjunto hacerle frente al enemigo. La alianza puede sólo ser estratégica y no necesariamente absoluta. Lo importante es tener el gran objetivo siempre presente.

La naturaleza del hombre político es por esencia saber conjugar ideas, así se proyecta un estadista con visión de presente y futuro. Así se hace honor a la historia y así se educa a las nuevas generaciones en la tolerancia y en la preclara identificación de las prioridades nacionales.

Por eso creo que el futuro incierto que nos asola tiene una luz de esperanza, proveniente de la sensatez de un pueblo que sabe distinguir el bien del mal, que sabe por la vivencia diaria donde radica la violencia ,que sabe dónde está anidada la mentira y dónde se escuchan diariamente las trompetas del odio.

Como un hecho histórico y bíblico, las 7 trompetas del Apocalipsis sonaron para anunciar la caída del Imperio Romano a manos de los bárbaros.

Dicho imperio durante 800 años no permitió que ningún extranjero pisara suelo italiano y en el siglo 1 y 2 D.C. alcanzó su edad de oro. En el siglo siguiente comenzaron a minarlo las guerras civiles y persiguieron a la iglesia, hasta que finalmente en el siglo cuarto fue acogida.

Pero en el siglo quinto, ola tras ola de bárbaros del norte invadieron el imperio. En el año 409 D.C. los Godos cayeron sobre Italia con una furia salvaje, dejando tras de sí solamente ciudades incendiadas y tierras quemadas, ensangrentadas y arrasadas, barriendo con un Imperio cuna de nuestra cultura.

Con toda intención he relatado esta historia: Mucho se habla del esplendor alcanzado por Chile a partir de los años 80 y siguiendo en dicha ruta por 30 años. Pero comenzaron a aparecer las luchas intestinas por el poder. Caída de líderes, muerte de otros, asesinatos físicos y del honor de muchos. Los medios de comunicación, verdaderas escuelas del odio, participaron activamente en esta demolición hasta que cayeron sobre la Nación los Godos de hoy, bárbaros que aniquilaron en un par de días no sólo la tranquilidad ciudadana, sino que diezmaron al país con incendios, robos, destrucción del patrimonio y quema de iglesias, refugio de la fe de un pueblo creyente. Y para peor, miles de personas perdieron su empleo y otras quebraron en sus emprendimientos. La pandemia tapó el horror dejado por la barbarie, pero no logró terminar con los instigadores quienes, sin vergüenza de sus acciones, pretenden conquistar el país para refundarlo con la retroexcavadora más profunda, haciéndolo perder sus raíces históricas, su fe y su honor, pero sobre todo ese núcleo con el cual cada hombre y mujer libre se siente protegido: la familia.

La historia, con otros matices se repite, no seremos el imperio Romano pero somos víctimas del ataque de los bárbaros que sin ningún miramiento destruirán, como ya lo hemos visto, nuestras tradiciones, nuestra identidad nacional y nuestra libre capacidad de forjar nuestro propio destino.

Las trompetas del Apocalipsis lo están advirtiendo y sabemos cómo pueden dejar de tocar: use su poder, está en sus manos, use el lápiz, marque Kast y habrá salvado a Chile.

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