Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


El nombre de esta columna lo tome prestado de un libro que forma parte de la trilogía de La Nube Blanca 3, escrito por Sarah Lark y que cuenta la nostalgia de una niña por volver a su tierra a la que añora por sus bellos paisajes bañados de copos blancos en el cielo, que le dan el entorno a su pasión por vivir y volver. Amor a su tierra que termina haciéndola fuerte y valerosa.

Ese amor a la tierra es un concepto de pertenencia que determina identidad y que a todos los hombres y mujeres de esta Patria nos distingue. Nos hacen vibrar las epopeyas y hazañas históricas, las tradiciones, nuestro folclore, costumbres, creencias y mitos. Nos sentimos bañados por un profundo sentimiento cuando se siente el himno nacional y el flamear de nuestro emblema.

Pero también es cierto que existe un grupo no menor en que prima la indiferencia. Ese dejar hacer por otros, como si el porvenir de la nación no fuese colectivo y solo fuese responsabilidad de quienes se interesan por la vida pública. Cuan equivocadas están esas personas que creen que la libertad es una gracia y no una conquista. Que el trabajo dignifica y por tanto el esfuerzo lo premia la vida con el éxito. En fin que el valor de la cultura no es colgar un cuadro de pintor famoso o recorrer un par de museos.

Hay desgraciadamente en nuestro sector gente que poco se inmuta y piensa que reenviando un WhatsApp tranquiliza su conciencia “colaborando en difundir”, sin darse cuenta que dos espacios más arriba ya lo había recibido de un tercero y ni siquiera lo había abierto. Dura y triste realidad que me hace recordar “Oh libertad cuantos crímenes se cometen en tu nombre” famosa frase de Madame Roland camino a la guillotina, por denunciar los crímenes de la época del terror de la revolución francesa, hoy llamada cancelación.

Lo expreso así porque lo qué hay que afirmar en esta etapa que vivimos es la argumentación para un debate profundo de ideas y cada uno de los chilenos tiene el deber de leer y comprender lo que nos está ocurriendo.

Somos un experimento internacional de raíces todavía débiles que podemos arrancar de raíz. Para ello se necesita la prudencia que da el conocimiento y la astucia que da la sabiduría. Por eso en estas horas difíciles recurro a la historia, a los historiadores que nos legaron la argumentación sólida para defender lo que creemos y no perder el tiempo repitiendo y amasando eslóganes vacíos contra el enemigo político que acecha por todos los rincones.

Refuerzo lo anterior ya que desde hace años un grupo no menor de patriotas hemos defendido los valores fundamentales que distinguen y caracterizan la cultura occidental y la verdad es que el nivel de inconsciencia política raya en la irresponsabilidad de quienes han sido sus receptores que ni siquiera leen o abren una columna para luego preguntar con asombro “¿me pueden explicar que pasó?”

A pesar de lo anterior, una enorme multitud de chilenos sin mayor formación política ha comprendido el peligro por el que atravesamos y con un desarrollado sentido común ha sabido distinguir la paja del trigo y ha puesto en la trinchera de la lucha los verdaderos problemas que a la familia le importan. Cuidan cada letra de las enseñanzas que les imparten a sus hijos. Ven con preocupación lo difícil que se torna el costo de la vida. Los jóvenes ven alejarse el sueño de una casa propia ya que los créditos hipotecarios están siendo impagables. La destrucción económica del país afecta el presente de todos los chilenos, pero sin destino seguro para las generaciones siguientes por los próximos 40 años.

Destruidos los valores morales, rota la confianza en las instituciones públicas, desprestigiados los políticos. Entonces: ¿qué nos queda?

Solo recurrir a la fortaleza de la experiencia y los antecedentes históricos y para ello nada mejor que uno de los historiadores más destacados, Mario Góngora.

Góngora sostenía que la cultura y la nación tienen alma, tienen espíritu, idea encontrada en los románticos alemanes Justus Moser, Novalis y Karl Wilhelm Friedrich von Schlegel, y especialmente el pensador Oswald Spengler y su obra La decadencia de Occidente. Sostenía Góngora que había que despolitizar y desideologizar la historia, viendo a esta actividad no como un instrumento de acción, sino que como una forma de pensamiento, como una auténtica ciencia en búsqueda de la verdad.

De gran importancia fueron sus investigaciones sobre la época colonial, de la cual llegó a ser considerado la mayor eminencia por sus estudios sobre el inquilinaje y el derecho indiano. Otras de sus grandes líneas de estudios estuvieron dedicadas a la llamada Ilustración Católica, la historia social y la historia de las ideas.

El Premio Nacional de Historia 2006 sostuvo en la presentación póstuma del “Diario de Mario Góngora” “que leía 2 o 3 libros diarios, era pura cultura occidental europea intentando absorber todo el conocimiento humanístico de Occidente. Así fue cargándose de una densidad intelectual y cultural excepcional. Es lo que sentí cuando fue mi maestro. Imponía un respeto natural”…leía en todas partes…Se abrió al espacio y en cada lugar del espacio quedó abierto a todo lo que podía entregarle: Belleza, color, vida...

De sus libros sin duda el más leído, el más fecundo, pero al mismo tiempo el más discutido, es el “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX” Según Góngora la matriz fundadora de la nacionalidad es producto del rol del Estado, desde la época de Diego Portales  y fortalecido a través de las diversas guerras con los vecinos.

Sin duda alguna la sección más interesante del libro es la dedicada al siglo XX. Allí analiza los diversos procesos globales que afectaron a Chile, incluyendo la República parlamentaria, el período que él llama «el tiempo de los Caudillos» (representado por los gobiernos de Alessandri Palma y Carlos Ibáñez), el régimen presidencial con alianzas de partidos y (el más destacado en su interpretación) el de las planificaciones globales.

Este último término es uno de los primeros intentos serios de dar una respuesta histórica al fracaso de la democracia que culminó con el Pronunciamiento Militar del 11 de Septiembre de 1973.

Hemos entrado de lleno a la pérdida de nuestra identidad y soberanía y nos llaman a diario a abrazar un proyecto globalizante y a un gobierno mundial donde la política chilena sirve como fiel lacayo.

Por eso he dicho hay que leer, tener capacidad y espíritu crítico y saber enfrentar al enemigo ideológico con argumentos sólidos y sobre todo claros, solo así el triunfo del rechazo nos dará la oportunidad de salvar Chile.

Que el triunfo del Rechazo haga florecer nuevamente el alma nacional y unidos fijemos la mirada en el futuro dirigidos por los mejores hijos de esta tierra.

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