Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


En varias columnas anteriores me he referido a la obra insigne del filósofo e historiador alemán Oswald Spengler, quien en “La Decadencia de Occidente” planteó que las culturas y civilizaciones humanas tienen un ciclo de vida determinado, comportándose con características semejantes a los ciclos biológicos y por tanto era posible predecir los hechos por venir en la historia de Occidente.

En dicha obra, el autor presentó la historia universal como un conjunto de culturas que se desarrollan independientemente unas de otras, como cuerpos individuales, pasando por un ciclo vital compuesto por cuatro etapas: Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia. Como es la vida de cada uno de nosotros, que biológicamente tenemos un ciclo determinado.

A su vez, cada una de las etapas indicadas presenta una serie de rasgos distintivos que se manifiestan en todas las culturas por igual, enmarcando los acontecimientos particulares.

Aplicando el método que Spengler llamó “morfología comparativa de las culturas” proclamó la siguiente afirmación profética “la cultura occidental se encuentra en su etapa final”

En varios artículos del principal medio escrito de nuestro país, importantes historiadores  nacionales como internacionales han hecho referencia a esta obra que cada vez cobra más relevancia al comprobar en la práctica que dichos planteamientos se cumplen a cabalidad.

Cuando se cumplieron 50 años de la muerte del filósofo, el escritor rumano Vintilă Horia escribió: “el mérito del pensador alemán ha sido el de poner las bases de una epistemología de los acontecimientos, de haber edificado un pasado humano total, una vez investigadas no solo todas las culturas y civilizaciones sino, sobre todo, el conjunto de todos los saberes”

Ya lo refería en otra columna el destacado abogado Lautaro Ríos. “Spengler barrió con los monarcas, los imperios, las guerras, los héroes, las fechas y el lugar de los acontecimientos como los protagonistas de la historia. Barrió también, siguiendo a Goethe, con la idea de “Humanidad” y por ende de su pretendida historia”. Ríos citando a Spengler dijo “Humanidad es un concepto zoológico o una palabra vana. Que desaparezca ese fantasma del círculo de problemas referentes a la forma histórica y se verá surgir con sorprendente abundancia las verdaderas formas…” En lugar de la monótona imagen de una historia universal en línea recta, que solo se mantiene porque cerramos los ojos ante el número abrumador de los hechos, veo yo el fenómeno de múltiples culturas poderosas, que florecen con vigor cósmico en el seno de una tierra madre a la que cada una de ellas está unida por todo el curso de su existencia. Cada una de esas culturas imprime a su materia, que es el hombre, su forma propia; cada una tiene su propia idea, sus propias pasiones, su propia vida, su querer, su sentir, su morir  propios “… cada cultura posee sus propias posibilidades de expresión que germinan, maduran, se marchitan y no reviven jamás”.

Ríos explica que la verdadera protagonista de la historia -según Spengler- es la cultura que ha desarrollado cada pueblo en los distintos lugares y épocas de la vida terrestre. Y la decadencia de la cultura está marcada por la contraposición entre la cultura -que encierra las más nobles conquistas del espíritu de un pueblo-, hoy hablaríamos  de sus valores-y su civilización que es “el inevitable sino de toda cultura”

Entonces, si se sigue con el planteamiento del filósofo alemán nos encontramos con una realidad aplastante que hoy nos golpea, dice Spengler: “la civilización es el extremo y más artificioso estado al que puede llegar una especie superior de hombres. Es una coronación que subsigue a la acción creadora como lo ya creado… a la vida como a la muerte, a la evolución como al anquilosamiento, al campo y a la infancia de las almas… como la decrepitud espiritual y la urbe mundial petrificada y petrificante. Es un final irrevocable al que se llega siempre de nuevo con íntima necesidad. La urbe mundial significa el cosmopolitismo ocupando el puesto del “terruño”; el sentido frío de los hechos sustituyendo a la veneración de lo tradicional; significa la irreligión científica como petrificación de la anterior religión del alma. El dinero como factor abstracto inorgánico, desprovisto de toda relación con el sentido del campo fructífero y con los valores de una originaria economía de la vida… En la urbe mundial (mundo globalizado) no vive un pueblo sino una masa. La incomprensión de toda tradición que, al ser atacada arrastra en su ruina la cultura misma…la inteligencia aguda, fría, muy superior a la prudencia aldeana, el naturalismo de sentido novicio que saltando por encima de Sócrates y Rousseau va a enlazarse, en lo que toca a lo sexual y lo social , con los instintos y estados más primitivos …todo eso caracteriza bien, frente a la cultura definitivamente conclusa, frente a la provincia, una forma nueva, postrera y sin porvenir, pero inevitable de la existencia humana “

Todo lo resumido en esta columna lo podemos observar diariamente hoy al intentar comprender la lucha entre las potencias mundiales por su hegemonía. La lucha y supervivencia de Europa, su intrincada batalla por conservar la identidad de sus países y delimitar las facultades de la “organización” llamada comunidad económica europea, así como la fuerte dependencia de la OTAN manejada y articulada por USA han llevado a una guerra suicida contra Occidente, representada por un conflicto entre Ucrania y Rusia siendo esta milenaria nación la que levanta las banderas de las soberanías nacionales, de la identidad de los pueblos, sus costumbres y tradiciones. La que defiende la diferencia y valor entre hombres y mujeres y protege fuertemente la familia como núcleo central de la sociedad. La que defiende el valor de la religión como alimento del alma y su acercamiento a Dios.

A pesar de ello quienes pretenden imponer sus intereses están marcados por la ambición generalizada de tener más, en vez del empeño por ser mejores. Comparto el juicio crítico del Profesor Ríos: No hay frase más sintomática de la decadencia que escuchar desde pequeño la idea qué hay que aprender a ganarse la vida y a elegir no la actividad más conforme a su vocación, sino la profesión más rentable… es decir , donde se gane más dinero, en vez de resaltar el desarrollo progresivo de las aptitudes y deseos y de la voluntad de construir su destino libremente.

Se ha sustituido el cultivo de valores por la adoración del nuevo Dios: el dinero, incluido en ello apropiarse del ajeno y así por razones ideológicas evitar el esfuerzo para merecerlo.

Vamos siendo acosados por la corrupción, el tráfico de seres humanos, de droga y delincuencia, asalto en calles o viviendas, robos  a cajeros automáticos, asesinatos por encargo, asalto a bancos y cuentas corrientes mediante mecanismos electrónicos. El vandalismo que ha destruido las ciudades, reinando el horror de lo feo representado por el grafiterío, verdadera barbarie contra el patrimonio y la identidad.

Para que hablar del respeto a las normas y al estado de derecho. Al ejercicio del orden.

Qué decir del respeto a la dignidad de los cargos y al protocolo de toda sociedad organizada, haciendo su entrada la paridad para no respetar el auténtico sentido de la democracia, así como la identidad de género de tal forma de hacer desaparecer lo que es una mujer y un hombre y cometiendo el atropello histórico, filosófico y teológico del valor de la familia.

Pero se ha llegado a límites insostenibles, la política llamada a ser la herramienta más poderosa para lograr el mejor desarrollo del hombre y de la sociedad como comunidad organizada, hoy no es más que una feria donde la mercadería que se transa son los valores y principios, dando rienda suelta al relativismo moral con tal de obtener el mejor rédito electoral. Lo que ayer fue ilegal y espurio, hoy si se acepta cuando los planteamientos que se proponen se transforman por gracia divina en legales y conveniente.

Entonces, Spengler y los autores que lo han referido en artículos, columnas o  libros no han hecho otra cosa que advertir que sucumbe occidente por acción del propio hombre que, sintiéndose dueño de la civilización, ha destruido su cultura.

Como dijo Hobbes “el hombre es el lobo del hombre”

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