Osvaldo Rivera Riffo

Durante la última semana, en diferentes medios de comunicación, han aparecido extensas referencias a temas que han conmocionado a la opinión pública refiriéndose a los casos del "cura Karadima" y del “cura Poblete”.

La verdad es que varios aspectos saltan a la vista.

Sin duda alguna, los hechos ocurridos en las esferas del poder y por representantes de dicha fe religiosa y en los diferentes estamentos de la Iglesia Católica nacional, son condenables en toda su dimensión.

Condenables desde la perspectiva del delito y del crimen, cuando dichos abusos se cometieron contra menores de edad. Y condenables, moralmente, cuando usando su influencia espiritual coartaron la voluntad de muchos jóvenes y mujeres adultos.

Sin embargo, estas acciones humanas reprobables por el orden social y legal ocurren en toda organización humana a nivel mundial, lo que de ninguna manera constituye una excusa para minimizar lo ocurrido en Chile.

Personas de criterio formado, exitosos profesionales se han empeñado en desentrañar la condición sexual de los sacerdotes, como si ese fuese una característica fundamental para ejercer el sacerdocio. Con dicho criterio, médicos, abogados, periodistas, escritores, ingenieros en cualquier disciplina, arquitectos, profesores etc., tendrían que publicar antes su orientación sexual, como requisito para ejercer una determinada tarea.

Así entonces, la lucha contra la discriminación -en ese orden- sería letra muerta.

No soy una persona de Iglesia, pero tengo buenos amigos sacerdotes y otros con fuerte fe, y no han logrado convencerme que mi relación con Dios pase bajo el techo de un templo o de una conversa con un cura, u otro de los muchos que pululan tratando de hablar en nombre de Dios.

Lo que si tengo claro, por mi interés cultural, es que la Iglesia es uno de los pilares básicos de nuestra civilización Cristiano-occidental, con todas sus virtudes y defectos. Mucho de lo que hoy valoramos en arte, arquitectura, literatura, incluso música, son patrimonios conservados y muchas veces promovidos por la Iglesia a través de los siglos.

Las normas emanadas de los textos sagrados, como los diez mandamientos, o el mensaje de los Evangelios, son sin duda parámetros éticos divulgados por siglos por la Iglesia y que nos han permitido establecer normas sociales que sin duda han sido muy relevantes para la humanidad y que no podemos negar, más allá del error, del grave error o incluso del delito, de algunos o muchos curas.

Hoy día, cuando veo a algunos empeñados en una política de descrédito permanente a la Iglesia y fustigando ferozmente a sus representantes, cuyas acciones han sido ya examinadas por la justicia, no cabe más que pensar que el propósito es la destrucción de la Institución y no el justo castigo a las personas que han participado en hechos delictivos. En este sentido, estamos frente a un tema ideológico, del cual algunos se han aprovechado para obtener notoriedad y dinero, buscando sacudir chismes y pretendiendo con ello ser los adalides de la moral pública, en cuanta publicación y reportaje les sea posible para obtener con ello, un burdo reconocimiento. A ellos mi total rechazo, porque incluso en su mezquino propósito, han mentido y burlado una vez más la fe pública, poniendo en entredicho a personas que nada tienen que ver en esta trama de intrigas.

Sacudir desde su tumba a un muerto reclamando justicia, es romper con todo el Estado de Derecho. Sus acciones probadas ya lo condenaron ¿qué más se busca? ¿Destruir la Iglesia?

Tampoco creo para nada en los que rasgan vestiduras y recorren cuanto espacio existe para proclamar por el abuso que se cometió con ellos. Muchos eran grandecitos y les faltó decisión y coraje para alejarse y/o denunciarlo.

Hoy, para otros, la victimización se ha transformado en la base de su plataforma mediática: "basta decir fui abusado" tirar un par de lagrimones en pantalla u otro medio y listo el cuadro melodramático, creyendo que con ello puede haber un rédito electoral

Las personas que tienen una orientación sexual definida y clara son gente normal, con éxito personal y que llevan la vida acorde a como la han planificado; con amigos, con familia, insertos en la sociedad en la que cada uno respeta los límites de cada cual.

No es necesario pensar sólo de la cintura para abajo para lograr un lugar meritorio en la sociedad. Este siempre se ha logrado con el esfuerzo y el pensamiento inteligente y este está en la cabeza, por mala que muchos la tengan.

Me viene a la memoria una anécdota que viene al caso: El emperador Napoleón III tenía una buena señora (la Condesa de Castiglione, famosa por su filantropía) aparte de su matrimonio con la Emperatriz Eugenia de Montijo. Hubo una gran fiesta en uno de los palacios de Paris, donde por protocolo los invitados presentaban sus respetos a los monarcas. Pues bien, cuando llega el momento de la Condesa, la Emperatriz con máxima dulzura le dice:"Madame, sé que es una mujer de gran corazón". La Condesa complacida se deshacía en reverencias, pero luego escuchó por parte de la reina el remache final: "lástima que lo tenga tan abajo"

Bueno, a quienes reclaman sus derechos o buscan escalar posiciones por esa vía, les recuerdo a la aguda Emperatriz Eugenia de Montijo. 

 

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