23 de enero, 2020

 

 

 

 

 

Luis Larraín
Economista


 Destinar la mitad de la cotización adicional a un fondo de reparto que no va a financiar la pensión del trabajador sino la de otros trabajadores o pensionados es una muy mala solución.


 Al presentar los últimos cambios al proyecto de pensiones, el Presidente Piñera aseguró que habían llegado a una solución salomónica, destinando tres puntos a las cuentas individuales y tres puntos a reparto, vale decir, el término medio entre la posición original del gobierno (toda la cotización adicional a capitalización) y la de la oposición (seis puntos adicionales a reparto).

Lo que omite decir el Presidente es que el Rey Salomón, apodado El Sabio, cuando propuso como solución a la controversia entre dos mujeres por la maternidad de un niño que éste fuera cortado por la mitad, lo hizo a sabiendas que la auténtica madre iba a impedir la mutilación y muerte del niño. Como sabemos, ello ocurrió precisamente así y la auténtica madre fue favorecida en definitiva por el fallo del Rey Salomón al comprobar que era ella, la doliente, la que se preocupaba por el niño, aceptando incluso que fuera entregado a la otra mujer.

El problema que tenemos en Chile hoy con el sistema de pensiones es que la madre doliente parece no existir y entonces esta historia se transforma en una simple transacción, donde la creatura, el sistema de pensiones, sí queda mutilado.

Destinar la mitad de la cotización adicional a un fondo de reparto que no va a financiar la pensión del trabajador sino la de otros trabajadores o pensionados es una muy mala solución. En rigor, es más de la mitad de mala que la propuesta de la oposición, que pretende que toda la cotización adicional de 6% vaya a reparto y nada a la cuenta individual. Es mala porque por razones demográficas los sistemas de reparto están hoy en retirada, pues su lógica es que los trabajadores activos, con los aportes que se hacen en su nombre, financian a los jubilados. Como la población chilena ha envejecido mucho -la que más ha envejecido en Latinoamérica-, cada vez hay menos trabajadores activos por cada jubilado, de manera que la masa de recursos aportados en un año determinado debe repartirse entre más personas pensionadas, y por más tiempo. Por ello la tendencia en el mundo es introducir elementos de capitalización a los sistemas de pensiones.

Cuando se usa el reparto intergeneracional, lo que de verdad se hace es disfrazar un aumento de impuestos, pero introduciendo una distorsión adicional contra el trabajo y también una carga futura para los jóvenes que ellos ni se sospechan.

Es mala, adicionalmente, porque se financia con un impuesto al trabajo. La supuesta solidaridad de un sistema de reparto es una solidaridad desde trabajadores a pensionados (intergeneracional) o de trabajadores a otros trabajadores (intrageneracional), donde los políticos deciden quiénes reciben beneficios y quiénes no. Desde ese punto de vista, es preferible que un aumento de las pensiones en curso se financie con rentas generales de la nación, que provienen del capital y el trabajo. Cuando se usa el reparto intergeneracional, lo que de verdad se hace es disfrazar un aumento de impuestos, pero introduciendo una distorsión adicional contra el trabajo y también una carga futura para los jóvenes que ellos ni se sospechan, pues cuando en el futuro ellos sean uno de muchos cientos de miles de jubilados en un año determinado, la plata de las cotizaciones alcanzará para poco.

La solución, nada de salomónica, que discurrió el gobierno de aceptar la mitad de la cotización que pretendía la oposición es, como decía antes, más que la mitad de mala que haber destinado los seis puntos a reparto. ¿Por qué? Porque introduce el germen del reparto intergeneracional que, una vez inoculado en el sistema, es muy difícil de eliminar. Imagínese la situación en que se encontrará un ministro de Hacienda que, por ejemplo, en diez años más se ve sometido a la presión de hacer una nueva reforma de pensiones porque se considera que el nivel de las pensiones es insuficiente. Si la reforma se aprueba tal como la presenta el gobierno, la cotización para reparto intergeneracional ya existiría, de modo que el ministro de Hacienda, agobiado por déficit fiscales y muchas otras peticiones de aumento de gasto público, podría zafar y no aumentar el déficit echando a perder las estadísticas fiscales, ni cortar el gasto en otros rubros, por el simple expediente de proponer un nuevo aumento de la tasa de cotización para reparto intergeneracional. Lo más probable entonces es que se financie con un mecanismo de reparto.

Adicionalmente, imagine que el Consejo Asesor Previsional y la Superintendencia recomiendan un nuevo aumento de la tasa de cotización por razones demográficas, ya que continúa el envejecimiento de la población. Adivine usted cuál sería la opción preferida de la clase política: a) aumento en la cotización a la cuenta individual en la AFP, b) aumento en la cotización al ente estatal CASS o c) aumento al reparto intergeneracional para incrementar las pensiones inmediatamente.

La economía política de esta reforma nos dice que su componente de capitalización individual será cada vez menor y el de reparto cada vez mayor. Una suerte de No+AFP a plazos.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/luis-larrain-las-pensiones-y-el-rey-salomon/

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