Un nuevo término se ha puesto en boga y de moda en las huestes del progresismo-leninismo: es el verbo “deconstruir”. No hay jovencito o jovencita con flamante título en alguna “ciencia social” o todavía en las aulas estudiando una de esas carreras, o al menos, Dios mediante, tomándose semana por medio el local donde dicha disciplina presuntamente se imparte, que no anuncie con tonito profético que se viene la “deconstrucción”.

 

Un visitante de este portal nos contaba de una prima que llena de arrogancia le advirtió, moviendo un dedo imperativo frente a sus narices, que todos “debemos deconstruir el fascista que llevamos adentro”.

¿Qué tal? Así pues, en la visión de esa lumbrera, todos llevamos un fascista adentro. ¿Qué quiere decir con eso? En verdad lo que NO TODOS llevamos adentro es a uno de esos idiotas  que ven fascistas hasta en la sopa, pero es de presumirse que para dicha persona la frase significa lo siguiente: quien no comparte los pinitos deconstructivos de la feligresía es un fascista y debe ser deconstruido.

Hemos visto antes la aparición, auge y eventual olvido de estas modas lingüísticas. Tienen un mínimo común denominador, a saber, la presunción de que una palabra o frase enigmática es por esa sola razón receptáculo y vehículo de transporte de enormes y relevantes significados. De las pocas que recordamos enumero “la vía correcta” (al socialismo, al comunismo, a la justicia, etc etc), “el hombre nuevo”, el “marxismo como método de análisis”, “lucha anti-imperialista”, “construcción del socialismo”, “infantilismo de izquierda”, “pequeña-burguesía”, etc.

Normalmente quienes hacen abundante uso de esos vocablos en sustitución del pensamiento de verdad no suelen distinguirse por su inteligencia. La carencia de esta facultad no es reprochable; se nace tonto o medio leso y no hay ni culpa ni remedio, pero grave es cuando el paciente de dicha larga y penosa enfermedad no se da cuenta y al contrario, empinándose a bordo de dos o tres lecturas mal digeridas, en el acto comienza a dar cátedra y hasta a predicar desde el púlpito de su ignorancia y arrogancia. Es el caso de los “deconstructores”.

Siutiquería…

No es raro que en su afán por encaramarse a las alturas de la credibilidad estos altaneros predicadores hagan uso reiterado de una retórica oscura y alambicada. No teniendo, en realidad, nada que decir que esté provisto de algún interés, cosa de la cual vagamente sospechan, pretenden compensar esa debilidad haciendo uso de un verbo difícil, ininteligible y enigmático. La siutiquería y la medianía suelen ir de la mano y muy en especial si luce sus pocas luces en los ámbitos académicos, en los cuales, por razones profesionales, es de rigor darse aires de inteligente.  Como dijo Anatole France por boca de un personaje -el señor Bergeret, de unos de sus ciclos novelísticos– a propósito de la oscuridad con que hablaban los parlamentarios de su tiempo, “la claridad los perdería”. La claridad, esto es, la trasparente condición que permite aquilatar la calidad o falta de ella de lo dicho. Para ocultar las sandeces se requiere no iluminarlas.

La siutiquería es una de sus variedades. Es un modo de ser y hacer y hablar de tan antigua invención como la palabra que lo menta. En los países anglo-sajones se habla del “snob” o del “pedante”, aunque no son exactamente la misma cosa. En el snob y en el pedante pueden haber méritos intelectuales de verdad, aunque expresados de modo desagradable y arrogante; en el siútico no hay nada sino la siutiquería misma.

Demolición

“Deconstrucción”, al menos como usa dicho concepto la progresía nacional, pretende proyectar la idea de que se trata de un examen a fondo de ideas, axiomas, etc, que no pueden ya ser aceptados sin esa indagación, pero no hay ni un átomo de eso en la usanza criolla. La “deconstrucción” a la chilena está a años luz de lo que pudiera alguien imaginarse como un examen objetivo de un objeto o problema; no es en absoluto una variante o derivada del “discurso del método” cartesiano. El cual recomienda separar el problema en sus partes componentes y examinarlos uno a uno en busca de la verdad. En el caso de la deconstrucción NO HAY el pre requisito de dicho método cartesiano, a saber, el NO haber un juicio previo acerca del significado ni de dichas partes ni del modo como se congregan. En el espíritu de estos “deconstructores” más bien impera el ánimo de la demolición; no se trata de investigar qué es, sino de demoler lo que es. Se asume a priori que el objeto a deconstruir es “malo”, obsoleto, reaccionario, erróneo, negativo, una mentira o mixtificación, un artefacto engañoso. Se busca no investigarlo sino destruirlo. En el mejor de los casos, en los más articulados, estos ejercicios de deconstrucción son similares a los ejercicios teológicos de los Padres de la Iglesia cuando examinaban el pensamiento de un filósofo de la antigüedad clásica, esto es, no animado por el deseo de encontrar lo valioso en ellos, sino el de refutarlos desde la primera línea.

Esta articulación teologal se encuentra poco, sin embargo. Impera el martillazo, el dedo movedizo o el puño en alto, el gesto arrogante, la vanidad desatada y la fe del carbonero. Flor de “deconstructores”.

Fuente: http://elvillegas.cl/2018/10/02/la-deconstruccion/

 

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