06 de febrero, 2020
Cristóbal Aguilera
Abogado, académico Facultad de Derecho U. Finis Terrae
La política de la verdad ha ido cediendo a la política de la mentira, a lo que se denomina políticamente correcto, aunque en realidad es políticamente eufemístico. Por ello, no es extraño que políticos defiendan el aborto como un derecho o que se trate de héroes a los delincuentes de la primera línea.
Estamos acostumbrados a evitar decir algo acerca de la verdad. Benedicto XVI decía que preguntar por la verdad no es algo moderno. La verdad se asocia con coacción, intolerancia y fanatismo. Lo que hoy predomina es la convicción de que la verdad no existe y de que lo importante es considerar igualmente válidas todas las opiniones que se expresan en una sociedad. En la medida en que ninguna se imponga, la libertad florecerá.
Está claro que esto no solo es una ilusión, sino que también es una farsa. No es cierto que los promotores de la inclusión, aquellos que dicen tener la mente abierta, sean realmente respetuosos de todas las opiniones. El progresismo rechaza enérgicamente que una persona transgénero sea socialmente tratada de acuerdo con su sexo biológico. Eso sería cometer un acto de violencia, a pesar de que, quien lo hiciera, estaría constatando un dato de la realidad. El problema es que cuando se niega la verdad, es decir, cuando se acepta que todo es verdad, entonces también se niega la realidad, porque ambos conceptos están unidos.
Sin embargo, si rechazamos la verdad, si negamos la realidad que salta a nuestra vista, nada podemos construir. Liberarse de la verdad es convertirse en esclavo de la mentira, una esclavitud que degrada, desorienta y destruye. Llevamos mucho tiempo sumidos en la cultura de la mentira. La mentira, por ejemplo, ha hecho mucho daño en un área especialmente sensible, la educación. Así, es probable que la mayoría de nuestros profesores crean ingenuamente que su trabajo es mostrarles a los alumnos todas las posturas sobre un tema para que ellos elijan libremente la que mejor les parezca. Esto contrasta con el más mínimo sentido común, que nos sugiere que educar sin la verdad, en biología, matemática y filosofía, carece de sentido.
Otro ámbito que ha sido capturado por la mentira es la política. La política de la verdad ha ido cediendo a la política de la mentira, a lo que se denomina políticamente correcto, aunque en realidad es políticamente eufemístico. Por ello, no es extraño que políticos defiendan el aborto como un derecho o que se trate de héroes a los delincuentes de la primera línea. Hoy, sin embargo, necesitamos con urgencia políticos que actúen con la verdad, que digan las cosas por su nombre, que no le teman ni a la funa ni a la impopularidad. Necesitamos líderes que, comprometidos con su pueblo, nos muestren un horizonte que sea realista en el sentido de que sea verdadero. Ya estamos colapsados de farsantes y demagogos. En estos tiempos grandes y difíciles, podemos recordar aquellas graves palabras de Chesterton: «A veces es fácil dar la sangre por la patria, y más fácil dar dinero. Lo difícil, a veces, es darle la verdad».
Fuente: https://ellibero.cl/opinion/cristobal-aguilera-liberarse-de-la-verdad/
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